martes, 28 de abril de 2009

Cosas

Mi all-time-favorite prenda de vestir es un saco de cuero marrón claro, casi naranja, largo hasta a mitad de la pierna, que me trajo mi papá de Buenos Aires en la época en la que por allá estaban en crisis económica. Creo que fue en el 2002. Es el trozo de ropa más fantástico que tengo y si estuviera en un avión a punto de caer y me estuvieran llamando para el bote salvavidas, estoy casi segura que trataría de llegar al depósito de equipaje para rescatar ese maravilloso saco de las garras del océano.

¿Zapatos? Unas converse (cómo no) con estampado que parece tapiz de sillón de casa de tía abuela, rojo y dorado, de caña alta. Es, probablemente, el par de zapatos más excéntrico que me he comprado y me hace inmensamente feliz.


Quiero escribir sobre objetos, sobre cosas. Todo a raíz de la cajita metálica. Estaba en el supermercado y me di cuenta que sería buena idea comprarme toallas higiénicas. Suelo comprar las más baratas porque al final, siempre y cuando tengan alas, todas son lo mismo. Y ¡oh sorpresa!, las más baratas venían con una cajita metálica de regalo, plana y con un bonito dibujo, como para meter un par de toallas y tenerlas
en la cartera. No sé por qué me enamoré de la cajita y compré dos paquetes.



El haberse mudado a otro país cargando sólo dos maletas, y tener que vivir en un espacio de 6 m2 obliga a ser tremendamente sintético en cuanto a cosas se refiere. Eso tiene enormes ventajas. Casi cada uno de los objetos de mi dormitorio está acá por algún motivo, casi todos tienen algún valor. Muy pocas cosas están acá “porque sí”, casi todo tiene su por qué. He aquí mi top ten de cosas, sin ningún orden en particular:

1) Mi calendario. Es un calendario personalizado, hecho por Eduardo antes que me vaya. Me lo regaló en el aeropuerto. Cada mes es una foto, un momento, un recuerdo y un poquito de nostalgia. Cada mes me hace acordar las razones por las que tengo que volver a Lima. En ese sentido, Eduardo fue un pendejo al asegurarse que constantemente quiera regresar. El calendario termina en septiembre del 2009, así es que tendré que pedirle que me agregue dos meses más, puesto que regresaré en noviembre.

2) Mi pasaporte, que me permite entrar, salir, viajar, conocer. No requiere mayores comentarios.

3) Mi iPod. Ha sido la primera cosa más cara que me he comprado y ha valido cada dólar. No sólo son 30 gigas de música adonde quiera que vaya, es a la vez un antidepresivo, un estimulante, una inducción a la reflexión, una droga, un acompañante. Nunca lo he llenado hasta el tope, de vez en cuando he borrado canciones, siempre ando agregando nuevas. La música en su interior va desde los huaynos en quechua hasta el metal épico. No hay nada de reggaetón.

4) Mi taza. Hasta hace una semana era una gran taza verde con una flor blanca, que me había costado 1€ en un chino cerca de mi primer departamento en Roma. Esa taza ha pasado a mejor vida y ahora uso una blanca, un poco más pequeña, también de chino. Rosalba comentó que es para mí como para Linus (el personaje de Charlie Brown) su mantita. Estoy completamente de acuerdo.

5) Otto von Geisenheim. Es el rimbombante nombre de mi oso de peluche. No traje ninguno a Roma y mi mamá me lo regaló para la primera Navidad que pasé acá. Es decir, me hizo el depósito y yo lo escogí en la juguetería de la esquina del Rathaus en Geisenheim. Es un osito comunista y comodón, por muy paradójico que suene, y pasa sus días entre cojines azules y sus noches entre mis brazos.

6) Mi lap top (y su conexión a Internet). Es una herramienta de trabajo, por supuesto, pero también es mi cine, mi radio, mi editor de textos, mi álbum de fotos, mi biblioteca, mi diario de andanzas y mi archivo. Es mi antidepresivo, mi conexión a Lima, mi ventana al mundo. Es, por supuesto, mi adicción más fuerte.

7) Mi cámara de fotos (ambas). Hace tiempo que ando pensando en conseguirme una cámara un poco más profesional y digital… una especie de fusión entre las dos que tengo. No me imagino a mí misma sin tomar fotos. Yo veo a través del lente o la pantalla, antes, durante y después de estar donde sea que esté. El antes es una preparación que tiene que ver con entender la luz y el lugar, el espacio, sus características principales, sus mejores ángulos; el durante es una especie de cacería, el disparar en el momento justo, en la dirección correcta; el después es el gusto de haber capturado bien a la presa y de recordar. Una vez oí a alguien referirse a las fotos como “felicidad embotellada”.

8) La pluma Kukuxumusu del Ché Guevera. Regalo de Lorena por mi cumpleaños 26, dado en Barcelona 2 meses después. No sólo porque no hay como escribir a mano con pluma en un papel de 80 gramos (blanco o cuadriculado), ni por lo maravilloso de la punta, ni muy gruesa ni muy delgada, suave, sino por el valor. Para mí ese regalo fue algo de otro mundo.

9) “Cuerito” finto negro con la argolla de una de la últimas Pilsen que me tomé en Lima, en un parque, en uno de los últimos viernes culturales, verano del 2009. El cuerito en sí no vale nada, la argolla menos. Pero la gente con la que estuve esa noche (y todo el verano), las experiencias y cómo el asunto colgado al cuello me hacen sonreír… ese es el valor.

10) Mi bombín. El sombrero más espectacular del mundo, que no sólo se ve muy bien y protege contra el sol enemigo, sino que simboliza mis ganas de cagarme en los demás, de ser yo misma y de hacerme notar, aún en el angustiante universo anónimo de Roma. Es, además, lo primero que me compré cuando supe que me iban a pagar la beca (en realidad me lo compré el día antes que me paguen).

Helas ahí, 10 cosas. A las que quisiera agregar las tabas y el saco de cuero. Sé que es hacer trampa pero bueno, esa soy yo.

sábado, 25 de abril de 2009

Discusiones bizantinas

Dícese de las conversaciones o discusiones inútiles, sobre temas irrelevantes o muy sutiles y especulativas. Hace referencia este dicho a los concilios y reuniones eclesiásticas de la primitiva Iglesia ortodoxa griega, que solían celebrarse en Bizancio, de ahí el apelativo. De todas aquellas controversias ha pasado a la historia la que trató sobre el sexo de los ángeles, aunque hubo planteadas cuestiones más peregrinas aún, como si sabía reír Jesucristo, entre otras monsergas parecidas.

Tengo que confesar de no haber ido a muchas presentaciones de libros en mi vida. En Roma sólo había ido a una de un libro sobre la arquitectura del Facismo y me había ido temprano. Por eso andaba un poco nerviosa cuando, en mi incesante búsqueda de créditos, me ofrecí de voluntaria para comentar el libro Ito Digitale de Patrizia Mello en una presentación que hubo esta semana en el DiAr (Dipartimento di Archittettura, mi alma mater, por así decirlo).

Creo que algo, en algún momento, se salió de control. Lo empecé a sospechar cuando el invitado estrella, Dott. C.S. decidió que en lugar de comentar el libro sentadito en su sillita como todos los demás, lo haría de pie. El uso de la expresión non me ne frega un cazzo a mitad de su discurso me hizo saltar en mi silla... ¿no es esa una de las expresiones de mi lista "Frases muy groseras que no debo decir delante de extraños"? Y finalmente, no sé por qué, se puso a hablar de erotismo, con ejemplos sumamente gráficos, que incluían la descripción de artefactos usados por las geishas en el japón medieval para... bueno, se entiende la idea. El punto, finalmente, era que no le gustaba ni el libro ni la arquitectura de Toyo Ito.

Se armó la gorda.

El amable (y pervertido) caballero, el organizador del evento, la autora del libro (que estaba "de cuerpo presente" por así decirlo) y un par de eminencias más, se embarcaron en la discusión más fantástica - y absurda - que he escuchado en arquitectura.

Que si Toyo Ito representa a la arquitectura japonesa contemporánea o no, que si la digitalidad nos está volviendo deficientes, que si se está perdiendo la sensualidad de lo táctil (creo que a eso venía todo el rollo de lo erótico), sobre la superioridad de la cultura "occidental" frente a la japonesa, que si las estructuras de Ito son flexibles o no flexibles, que si son geométricas desde el punto de vista Euclidiano o no, qué quiso decir Euclides, a qué se refieren con cartesiano, a qué se refieren con punto.

Y luego que si la arquitectura del moderno nos ofrecía flexibilidad (algún día escribiré sobre este tema que sí me pareció interesante), que si las formas actuales, orgánicas y generadas por computadora hacían que la arquitectura se encierre en sí misma, qué quiere decir flexible, qué quiere decir forma, qué quiere decir digital... felizmente a nadie se le ocurrió preguntar qué quiere decir arquitectura, porque de haber sido el caso, imagino que la "presentación" hubiera durado mucho más de las 3 horas y media que duró.

No sé cuál fue el problema, a parte del invitar a la persona menos adecuada a esta presentación específica, pero creo que tiene que ver con el "vale todo" de la arquitectura actual. Por un lado en la composición arquitectónica, en la que encontramos que casi contemporaneamente, en una misma ciudad, pueden surgir obras tan distintas como el Museo del Ara Pacis de Richard Meier, el MAXXI de Zaha Hadid y el Parco della Musica de Renzo Piano. Por otro lado en la teoría de la arquitectura, donde prácticamente cualquiera puede pensar cualquier cosa, estructurarla más o menos bien cogiendo un par de frases sueltas de las vanguardias del siglo XX (neoplasticismo, expresionismo, futurismo o cualquier otro -ismo) e interpretándolas de manera libre. Entonces voilá, poblica un libro.

En este proceso de libres interpretaciones ocurre que las definiciones terminan estirándose como chicles para calzar con las teorías de turno y de pronto nos encontramos con dificultad para responder ciertas cuestiones. ¿Qué es deconstructivismo? ¿Qué quiere decir "sistemas emergentes"? ¿Cuándo una arquitectura es autosostenible? ¿Cuál es la respuesta correcta a estas preguntas?

Por otro lado, las nuevas tecnologías aplicadas a la proyectación y a la construcción hacen que las definiciones clásicas hayan perdido parte de su valor. Por ejemplo y ya que mencionamos a Toyo Ito, ¿quién puede aplicar la vieja definición de estructura a los elementos cilíndricos utilizados en la Mediateca de Sendai, que son estructura, espacio y circulación simultaneamente?

No estoy abogando por volver a "aquellos viejos tiempos" de órdenes clásicos y definiciones canónicas. Ni siquiera estoy segura de que necesitemos un poco más de precisión. De lo que estoy convencida es que tenemos que ser conscientes del cachascán teórico y proyectual en el que nos hemos metido para evitar caer en estas discusiones bizantinas, que pueden parecer divertidas, pero en realidad lo son tanto como ver a un perro correr en círculos, tratando de morderse la cola. Luego de un rato, aburre.

sábado, 18 de abril de 2009

Palermo (II)

2009-04-10

Palermo

13:40

€ 1.80.

Es lo que he tenido que pagar por estar en un lugar relativamente tranquilo, relativamente seguro y climatizado. Mi tren a Messina sale recién a las 15 y no tengo ganas de andar tonteando al aire libre, así es que entré al mini food-court de la estación de Palermo y me compré un muffin de chocolate de €1.80.

¿Qué hago sentada en un Mac con la lap top? Hoy me he dado cuenta, de una manera consciente, porque no es que esto sea una novedad, que tan importante como lo que se ve es el darse un tiempo para procesarlo todo. Y hoy he visto cosas bastante sorprendentes, que quiero asimilar antes de seguir con mi percorso siciliano. Estoy bajando las más de 380 fotos que tomé hoy. La verdad es que cuando empecé el día no estaba con muchos ánimos de “ver sitios”. Además que salí del hotel antes de las 8, cuando no hay mucho que ver. Eso, también, justifica que haya decidido terminar mi día un poco temprano en un Mac de estación. Pero nos habíamos quedado ayer.

Luego de dar una rápida ojeada al mapa, vi que el hotel quedaba a una distancia aparentemente caminable de la estación. De hecho, en Palermo casi todo queda a una distancia caminable. Al ir por Via Roma me llevé una impresión equivocada de la ciudad. Parecía un cruce entre l’example de Barcelona y el centro de Torino. Calle recta, con palazzi de 6 o 7 pisos, todos alineados, todos con ventanas de postigos verdes o marrones, todos con una tienda o café en el piano terra. Pero al asomarme a las callecitas transversales, me di cuenta que ahí había algo más.

De hecho, se veía venir desde que el tren disminuía la velocidad al entrar en la estación de Palermo. Los barrios, de calles estrechas, balcones con ropa lavada, niños jugando en los callejones… todo parecía sacado de una película de suburbio árabe. Alrededor de la calle Roma, por mucho que se trate de negar, se ve más o menos lo mismo. Curioso como mi primera impresión de Palermo fue de ser eso: una ciudad árabe. Mi última impresión es la misma.

Palermo no es Europa. Aún no decido si es África del norte o Medio Oriente, pero Europa no.

Luego de chequear en mi hotel, salí hacia la Catedral. Yo había visto la semana anterior las fotos de Sebastiano, increíbles, así es que me decepcionó bastante: a pesar del exterior ecléctico-morisco, el interior es barroco-mongo. Lo interesante es que se entra por el costado y a mí me llamó la atención la planta de tres naves con capillas laterales, que me hizo acordar un poco a la catedral de Lima. También porque no es una estructura demasiado alta. Se “siente” bajita. Las cúpulas de las naves laterales son de media naranja con pequeñas linternas, que iluminan dichas naves. Se ve bastante bien.

De salida, no sabía bien qué hacer. Paseé hacia el mercado de Vucciria, pero me desilusionó, de lo vacío y apestoso. Recuperada, decidí averiguar cómo ir a Monreale. En mi mapa del centro histórico no salía… de hecho, está en Monreale que no es Palermo. Felizmente llegar fue bastante sencillo, con dos buses.

El Duomo de Monreale fue mi primera cachetada árabe: Toda la iglesia está cubierta de mosaicos: en las naves y ábsides, en el suelo, en tiras en los muros, cada una con un patrón distinto, en el piso. Una lástima que fuera un día nublado, pero aún con la tenue luz se lucían los dorados.

El claustro… el claustro es increíble. Las columnas son pareadas y se alternan unas talladas, otras lisas y otras cubiertas con mosaicos. En las esquinas hay grupos de 4 columnas esculpidas. Cada capitel es distinto: algunos son animales o monstruos, otros, escenas de la biblia, otros presentan personajes… Acá nada se repite.

Tuve que caminar aún un buen trecho para llegar al hotel, así es que al llegar di el día por concluido. En revancha, empecé el día siguiente muy temprano.

Estuve paseando esas primeras horas de la mañana, fui hasta el muelle y caminé frente al jardín botánico. El edificio de ingreso es una de las “joyas” arquitectónicas más horribles que he visto, comparable con el museo de Antropología de Lima. Es un “Neonosequé” con aires de coso egipcio, sin olvidar las cariátides a ambos lados del ingreso. ¡Auch!

Pasear al lado del mar estuvo bastante mejor. Esa zona de Palermo (que además incluye la Via Lincoln, llena de negocios de chinos) me hace pensar en algún lugar de provincia en Perú. Es decir: Italia tiene sus pueblos, como Taormina o Pienza. Son pueblos y basta. Y tiene sus ciudades, como Roma, Firenze o Venezia. Pero Palermo… podría ser una ciudad pero el aire de desorden pueblerino no se lo quita nadie. No es ni chicha ni limonada.

Luego me tocaba el palazzo dei Normandi. El palazzo en sí, no tiene ninguna gracia… pero la capilla palatina es de otro mundo. La cantidad de mosaico en su interior hace que San Marco en Venezia parezca una capilla parroquial (exagerando un poquito). Completamente cubierta, muros, techos de madera tallada y pintada), pisos… todo tiene diseños en mosaicos, colores vivos, patrones que no se repiten, escenas bíblicas, dorados, muchísimos dorados infinitos.

Me dio rabia ir luego al palazzo. Era una visita guiada que tenía más que ver con política que con arte. Luego de la primera sala me di la vuelta y me fui. No quería “contaminarme” la vista, luego de lo espectacular de la capilla, con cosas prosaicas, figurativas, pintadas en el siglo XIX o XX.

De regreso fui al mercado de Ballaro... un bordello de ese calibre no lo volveré a ver nunca más… espero. Yo que pensaba que en mercato Esquilino de Roma los vendedores eran gritones. Por favor, esos son simples aficionados. Estos gritaban, asustaban, chillaban… y en sus ratos de ocio vendían.

Al salir me di cuenta que estaba en zona definitivamente árabe. No se necesitaba ser un genio: los nombres de las calles estaban en caracteres occidentales, persas y creo que hebreos. Di con un local con una placa conmemoratoria también en algún tipo de idioma de gusanitos… y de pronto, algo que no correspondía al lugar en donde estaba: ¿una mezquita?

No, una iglesia del siglo XI. Dos, en realidad. Me colé con un grupo de turistas y me gané con otro espacio mágico. A diferencia de la capilla palatina, en la que en la entrada, clarísima, la pompa y el boato te preparan para lo que estás a punto de ver, en esta iglesia, La Martorana (aka S. Maria dell'Ammiraglio), los mosaicos te patean el ojo a traición.

Estaban a mitad de un rito de la iglesia ortodoxa por semana santa: el aire estaba cargado con el olor de incienso y alguien que yo no podía ver recitaba cantos en un idioma que no conozco, como una especie de letanía con voz monótona y profunda. Había una especie de procesión y luego un rito, con una imagen, un baldaquino, flores, siempre incienso y la voz del patriarca que finalmente pude identificar, coreado por los otros ¿sacerdotes?.

Fue un momento mágico.

Estar en un edificio con esas características, oyendo las letanías y viendo los mosaicos… cuesta creer que existan guerras santas y papas idiotas, si todo parece formar parte de una misma cosa. Llámese energía, cultura, costumbre. Nunca me había golpeado así la cercanía que puede haber en los ritos de religiones que, después de todo, se originaron todas en la misma zona del mundo.

Salí con la mente llena de incienso y los ojos llenos de teselas. No quise ver nada más. Ésas son las imágenes que quiero guardar de Palermo. Es así que recogí mi mochila y me vine a la estación, a comer mi occidentalísima Mac.

jueves, 16 de abril de 2009

Palermo (I)

Me gusta escribir cuando viajo. Lo hago desde que puedo recordar. La escapada a Sicilia no ha sido la excepción. En lugar de recordar y escribir ahora una crónica inevitablemente distante, prefiero copiar lo que escribí esos días (convenientemente censurado, nunca se sabe...).

2009-04-10

Palermo, 06:25 am.

No creo que llegue a habituarme nunca a circular en carro por Roma. A recorrer, como quien no quiere la cosa y como parte del trayecto normal, rutas que pasan al lado de monumentos arqueológicos que muchos pagan cientos y hasta miles de euros por ver.

Eso pensaba el martes, cuando Sebastiano nos llevaba a la estación. Lo sorprendente de Roma, además, es que los monumentos no están concentrados en una zona, sino dispersos. Para “cortar camino” pasamos por Porta Portese, luego al lado del Aventino, luego a todo lo largo del Circo Massimo, el Colosseo, Santa Maria Maggiore. Todo esto en un recorrido casa-estación que podría ser cotidiano.

En casa estuvimos los chicos y yo toda la mañana con el aire inconfundible de vacaciones. Al llegar a la estación yo ya no podía contener mi emoción. Es una tontería, tal vez, pero es muy distinto salir de viaje sola (que tiene sus propias emociones y stress), que salir “en familia”, sobre todo cuando hay niños.

El primer tren fue súper bueno, cómodo, con paisajes lindos a ambos lados. El segundo ya no lo fue tanto, pillamos un regional que paraba en cada pueblo. Luego nos fuimos en traghetto hasta Messina, cruzando el canal, desde donde nos recogió el hermano de Rosalba y nos llevó en carro hasta Furci Siculo.

En ese momento no me di cuenta - eran pasadas las 11 de la noche y estaba verdaderamente cansada y un poco hambrienta - pero Furci es tan enano que hace que Geisenheim parezca una metrópolis. Un ejemplo: en la diminuta estación no hay máquinas expendedoras de tíquets, no hay la maquinita que te los convalida, la tabla amarilla de “Partenza” es tamaño A4 y sólo hay un riel. O sea, que los trenes de ida y de venida de Messina a Catania deben ponerse de acuerdo para pasar.

En Villa San Giovanni, antes de subirnos al traghetto, frente a unas escaleras mecánicas malogradas en un puerto sucio y con pinta de abandonado, Rosalba me advirtió que estábamos en el sur. A mí, en realidad, no me sorprendía mucho nada de lo que veía; pero sí hay diferencia. La gente en Sicilia es muchísimo más simpática, ruidosa y si no me concentro bien, no entiendo ni papas de lo que me están hablando. Las calles son menos sucias que en Roma, y en este caso, la mugre parece ser normal, no una intrusión como en Roma. En general, se respira un aire de informalidad concordada que me hace acordar a casa.

El miércoles fui de paseo con Ro y los chicos. Estuvimos en la playa un buen rato, hacía tanto calor que bien podríamos habernos puesto las ropas de baño y darnos un chapuzón. Yo me contenté con meter los pies al mar frío. En su momento no lo quise admitir, pero es cierto: en este trozo de mundo, el Mediterráneo es casi tan frío como el Pacífico frente a casa. Casi, casi se puede decir que este es mar de verdad, si no fuera porque las olas miden 20 cm…

Tomé mi primera granita de limón, invitada por Rosalba, en la “plaza mayor” (o más bien la única) de Furci. Tienen razón, la granita de limón es algo de otro mundo.

En la tarde, luego de un almuerzo delicioso y consistente, fui a Taormina con el tren, a ver las ruinas de un teatro griego. Lo malo es que no hice mayor averiguación previa. La estación de tren está a pocos metros del mar. Taormina está a muchísimos metros sobre un farallón, y lo que es peor, el teatro está aún más alto. Como yo no sabía nada y no me sentía en ánimos de preguntar, caminé al lado de la autostrada hasta llegar: casi una hora de subida.

El teatro, cuando finalmente lo alcancé, es espectacular. Llegué casi a la puesta de sol, así es que pude ver, atrás de la scena todo el panorama de mar, pueblos, el contorno de la isla, el Elba a la distancia y el sol, iluminando los ladrillos de manera oblicua. Valió la pena.

Jueves en la mañana, me desperté al alba para ir a Palermo. Desde que bajé del tren me di cuenta que, a diferencia de Torino, por ejemplo, ésta una ciudad regida por las lógicas universales: lo primero que vi al inicio del andén: un McDonald’s. En una ciudad así, todo puede ir bien. Con un guiño cómplice a Palermo y a su Mac, salí en busca de un mapa.
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