Desde antes de irme de Lima lo supe: una de las cosas más complicadas de regresar iba a ser llevarme todas las cosas que he ido acumulando en estos dos años. Especialmente los libros.
Estamos hablando de más de 70 volúmenes, que he ido llevando de a poquitos en mis "escapadas"o que he encargado con quien haya venido.
Ahora es definitivo: en poco tiempo terminará mi etapa romana y volveré a mi Lima, a comenzar una nueva etapa, un poquitín más sedentaria, que me llena de ilusión. Y me enfrento con el problema logístico de mudar mis pertenencias.
Lejos está ese primero de octubre del 2007, en el que todas mis cosas entraban en dos maletas y una mochila (y ya con eso era sumamente trabajoso desplazarse). En el interín las cosas se han ido multiplicando; algunas, como mi armario y mi mesa, supe, desde que las compré, que las tendría que dejar; otras, como mis fundas de cojín y mis converse, tendrán que entrar en la maleta a como de lugar. Y volvemos a los libros.
Hace unas semanas estaban clasificados por temas, en los dos niveles de mi estantería. Ahora están ordenados por importancia (aquellos que tengo que regresar de todas maneras, aquellos que no son muy urgentes, aquellos que se podrían perder) y por peso (tapa dura, tapa blanda, papel couché, ediciónes baratas).
Algunos, lo más más importantes, ya ocupan parcialmente una maleta. Otros los tiraría por la ventana ahora mismo, pero me da no se qué botar un libro (aunque se trate del catálogo de plantas que tuve que comprar para mi curso de paisajismo). Otros, los de destino incierto, parecen mirarme con reproche.
Pero lo cierto es que, si de mí dependiera, no dejaría ninguno. Porque cada libro es una historia, y no todas las historias son bonitas. Cada uno vino en especiales circunstancias: algunos fueron hallazgos, otros regalos, otros necesidades y otros compras locas e impulsivas (incluso hay uno robado). Todos están vandalizados con mi nombre escrito en la primera página con tinta indeleble, muchos están subrayados y algunos incluso comentados. De alguna manera, todos han sido compañeros en esta etapa.
Así es que no me queda otra que desear que de algun manera misteriosa se encojan, o se vuelvan livianos, o se transporten solos. Porque, definitivamente, el contenido de mi librero es una parte de mi vida en Roma que no pienso dejar atrás.
Estamos hablando de más de 70 volúmenes, que he ido llevando de a poquitos en mis "escapadas"o que he encargado con quien haya venido.
Ahora es definitivo: en poco tiempo terminará mi etapa romana y volveré a mi Lima, a comenzar una nueva etapa, un poquitín más sedentaria, que me llena de ilusión. Y me enfrento con el problema logístico de mudar mis pertenencias.
Lejos está ese primero de octubre del 2007, en el que todas mis cosas entraban en dos maletas y una mochila (y ya con eso era sumamente trabajoso desplazarse). En el interín las cosas se han ido multiplicando; algunas, como mi armario y mi mesa, supe, desde que las compré, que las tendría que dejar; otras, como mis fundas de cojín y mis converse, tendrán que entrar en la maleta a como de lugar. Y volvemos a los libros.
Hace unas semanas estaban clasificados por temas, en los dos niveles de mi estantería. Ahora están ordenados por importancia (aquellos que tengo que regresar de todas maneras, aquellos que no son muy urgentes, aquellos que se podrían perder) y por peso (tapa dura, tapa blanda, papel couché, ediciónes baratas).
Algunos, lo más más importantes, ya ocupan parcialmente una maleta. Otros los tiraría por la ventana ahora mismo, pero me da no se qué botar un libro (aunque se trate del catálogo de plantas que tuve que comprar para mi curso de paisajismo). Otros, los de destino incierto, parecen mirarme con reproche.
Pero lo cierto es que, si de mí dependiera, no dejaría ninguno. Porque cada libro es una historia, y no todas las historias son bonitas. Cada uno vino en especiales circunstancias: algunos fueron hallazgos, otros regalos, otros necesidades y otros compras locas e impulsivas (incluso hay uno robado). Todos están vandalizados con mi nombre escrito en la primera página con tinta indeleble, muchos están subrayados y algunos incluso comentados. De alguna manera, todos han sido compañeros en esta etapa.
Así es que no me queda otra que desear que de algun manera misteriosa se encojan, o se vuelvan livianos, o se transporten solos. Porque, definitivamente, el contenido de mi librero es una parte de mi vida en Roma que no pienso dejar atrás.
Me acuerdo que cuando regresé de Chile tuve el mismo problema... ¿que hacer con todos mis libros? Todo lo demás lo vendi o regalé sin problemas, pero los libros no se podían botar..
ResponderBorrarMenos mal me los mandaron todos en una caja a Lima por correo aereo. Costó un ojo de la cara pero valió la pena.
Saludos!!