miércoles, 13 de octubre de 2010

Haciendo las paces con Roma

Mi primera hipótesis es que esto se debe a que nunca me subí al tren. Por primera vez desde el inicio de mis andanzas por Roma, me recogieron y me ahorraron el ritual de esperar-temer-caminar que era compañero abitual de mis llegadas a Fiumicino. Es decir, que fui del aeropuerto a la casa en carro.

Creo que éste fue el evento determinante.

A partir de entonces, evité de manera furiosa cualquier forma de transporte público y me dediqué con exclusividad a la bicicleta. El hecho que hiciera muy buen tiempo ayudó bastante.

El día que tuve que ir a la universidad anunciaron huelga de transporte y tormenta eléctrica. Ya habiendo renunciado al transporte público, la noticia no me deprimió demasiado. Cierto, son 9 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero también es cierto que es un bonito paseo. Haciéndome a la idea y con otras prioridades en la cabeza (algo tipo "tesis, tesis, tesis"), me preparé psicológicamente para maniobrar la bici entre el aguacero teniendo mucho cuidado que no se moje el preciado documento. Al salir de casa la primera sorpresa fue el sol radiante, y la segunda, ver pasar buses a mi lado. Ni hubo huelga, ni hubo aguacero y a mi ya ni me importaba.

El resto de mi estadía, si bien matizada con angustias tesísticas regulares, no pudo ser mejor.

No me peleé con nadie y nadie se peleó conmigo, no hubo necesidad de maldecir nada, ni de correr por ninguna razón, ni de llorar en frustración frente a algo (todas experiencias que yo tengo bastante ligadas a la experiencia romana).

Fue, simplemente, un gran viaje.

Desde el balcón
Tal vez es cierto, y el ritual de no subirse nunca el tren y no pisar nunca las estaciones Trastevere y Termini haya tenido mucho que ver.

Pero también podría decirse que lo que cambió fue mi punto de vista, más tolerante y lleno de un sentido del humor y una paciencia que mi situación actual me permite. O una cámara de fotos a través de la cual las cosas se ven más ricas en detalle (literalmente). O una minestrina al llegar a casa, con pan con nutella de postre. O la certeza que es sólo temporal, que hay un lugar al cual regresar y que hay gente maravillosa esperando.

Sea como sea, no me vuelvo a subir a un tren romano. 

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