No me acuerdo - y me da un poco de pereza ver - cuándo fue la última vez que publiqué un post personal. No arquitectónico, simplemente personal.
Se han juntado dos cosas: estoy cerrando una cuenta de correo electrónico y antes de hacerlo he querido "salvar" cosas que puedan ser importantes; y últimamente he estado recordando anécdotas del otro lado del charco con un par de amigos.
Van a ser tres meses desde la última vez que estuve por esos lares y ese solía ser el tiempo que espaciaba mis visitas a Roma. Esta vez ya no... sin patrocinadores y con otro tipo de ritmos de vida, no queda claro cuándo será la próxima vez que vuelva. Y ahora es cuando hago un enorme esfuerzo para que eso no suene muy melodramático, aún si es cierto.
A esas dos cosas que acabo de mencionar, se suma una nostalgia imprecisa, que se manifiesta en los momentos más raros. Hace un par de días, por ejemplo, cuando caminaba por el pasillo de una universidad, me llegó un sutil aroma a cigarro mezclado con otro olor que no pude precisar... y el resultado debe haberse parecido mucho a algo que solía sentir en Roma, porque de pronto ya no estaba en el pasillo, sino caminando Via Antonio Toscani en dirección a Sargenti y la parada del 8.
¿Qué fue eso?
Pues sí, está pasando exactamente lo que siempre temí que pasara. Un pedazo de mí quedó en Roma, y el resto tiene muchísimas ganas de volver a encontrarlo.
Me queda claro que no quiero volver a la experiencia, pero sí a ciertas sensaciones, ciertos buenos momentos...
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No sé si había olvidado - o nunca había notado - que el mail de Stefano llegó el 30 de setiembre del 2007. Es decir, el día que me fui de Lima. No recordaba los detalles de la cena peruviana en casa de Valeria, ni que Lorena y Carolina habían sido las primeras en irse a Barcelona. Casi había olvidado la tesis de la universidad española y el frenesí de mails que la acompañó. Recordaba muy vagamente las instrucciones que Rosalba me diera para llegar la primera vez... y el hecho de que, en lugar de seguirlas, tomara el 44. Recién hoy he entendido un chiste sobre los romanos que me mandara Valeria hace más de tres años.
¿Qué queda de todo esto, además de un papel que dice que soy doctora en arquitectura?
Una carga tan enorme de experiencias, recuerdos y afectos que, aún hoy, más de un año después de haberme ido, me cuesta trabajo procesar. Una enorme nostalgia y una alegría más grande aún por el hecho de estar de vuelta.
Y, por supuesto, ganas de regresar a Roma... de visita.
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