Hace exactamente 5 meses escribí sobre el Ecomarket de San Isidro y el uso - o la falta de uso - del espacio urbano.
Me había llamado la atención lo poco acostumbrados a usar la calle que parecían los visitantes del espacio. Llegaban, compraban y se iban, sintiéndose turistas en una calle que recorren con frecuencia. Una cosa es recorrerla en carro; otra muy distinta, a pie.
En su momento me preguntaba si el Ecomarket lograría enseñar a sus usuarios a usar el espacio urbano, la calle, no como el espacio de "no toques, hijito, que está sucio" o "cuidado hijita que te van a robar". La calle como espacio de encuentro, de intercambio, de chismorreo, de disfrute.
Estos días han estado grises y húmedos, y el mercado cada vez congrega más gente. Algunos van y no compran más que una bolsita de chifles (carísimo todo, pero eso no viene al caso en este momento), otros se quedan conversando en las bancas, se toman un café y miran cómo los hijos juegan en la vereda. Parece que ya no está tan sucia o ya no importa tanto. Otros aprovechan y hacen la compra semanal de chía, camote orgánico y emoliente en botella.
Sea como sea, las cosas han cambiado un poco.
Lo más bonito es ver cómo algunas de las personas que van usan el Ecomarket de pretexto, y siguen caminando más allá de sus límites. Una cuadra más allá hay una librería, vamos. Por ahí hay un supermercado, vamos también. De repente llegamos a un sitio para almorzar. La calle como lugar de oportunidades y encuentros, como debe ser.
La calle es para ser gozada. Es de todos y para todos, y qué mejor lugar para encontrarse y perderse, para intercambiar historias y para conversar perezosamente de nada importante.
Actualmente la zona sigue cuidadosamente protegida por serenos, que cuidan que las camionetas cedan el paso a las mamás con cochecitos. Tal vez en un futuro no muy lejano estos serenos no sean necesarios y la camioneta siempre ceda el paso.
Sigamos con el optimismo.
(signovial.pe) |
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