miércoles, 1 de octubre de 2008

Entrada reminiscente en la que hago un recuento de mis aventuras y desventuras, al cumplir un año de vivir en Roma (II)

En Barcelona, me enteré por mail que las clases empezarían el 14 de febrero. No me la creí, pero efectivamente, empezaron. El primer seminario, Análisis del texto, el proyecto y la obra, prometía un tema interesante desde el título. De hecho, los primeros dos o tres encuentros estuvieron muy buenos. Luego el asunto se puso un poco monótono porque las clases se convirtieron en crítica de los trabajos que cada uno estaba haciendo...

Pero eso me preocupaba poco. Yo estaba dando los últimos retoques a mi tesis de maestría y preparando mi viaje a Lima en marzo. La última semana de febrero me pagaron la primera cuota de la beca y me acuerdo cómo esa misma tarde, al tramonto, caminando por San Giovanni, me sentía en paz con la humanidad y pude apreciar qué bonita se ve Roma a esa hora.

Dos días después, me reventaron la burbuja a patadas, cuando Valeria me contó que me iba a tener que mudar. Ese fue mi tercer momento horrible romano... gritos, llantos y desesperación. En primer lugar, por irme de una casa a la que le tenía cariño y en donde me había armado un espacio; en segundo lugar, porque cuando finalmente las cosas parecían ir bien (clases, plata, paz interior), me encontraba enfrentada a un problemón... y con sólo 7 días para resolverlo, porque luego me iba.

De hecho, tras una semana de recorrer departamentos de pesadilla, decorados de casas de putas y espacios con condiciones infrahumanas, fui a Lima, con el problema aún sin resolver.

Sin embargo, Lima fue espectacular. Estaba tan feliz, que el 95% del tiempo sonreia como una boba y disfrutaba hasta del tráfico de los viernes a las 6 de la tarde...

Me costó muchísimo subirme al avión de regreso... Al llegar a Roma empieza la etapa romana 2.0.

Los problemas de MiVivienda se resolvieron por mail mientras estaba en Lima. La compañera de trabajo de una amiga de Valeria buscaba alquilarle un cuarto a alguien que, además, estuviera dispuesta a cuidar a sus hijos un par de veces por semana. El precio, muy bueno, las condiciones parecían aceptables... faltaba el pequeño detalle de conocerlos.

La primera vez que llegué a la casa, Rosalba estaba resfriadísima, y el lugar un poco en desorden, pero tanto ella como sus chicos me cayeron bastante bien... Considerando, además, que no tenía otra opción, yo quería mudarme de inmediato. Tuve que esperar hasta la quincena de abril. Coincidió además con que Eduardo vino de visita, así es que al pobre lo tuve ayudándome con la mudanza... que es una maniobra sumamente compleja si es que uno no tiene carro. Sola no lo hubiera podido hacer.

De paso, con Eduardo acá, nos fuimos de paseo y tuvo un "condensado de Italia" en carro, tren, avión y a pie.

Mientras tanto yo conseguí mi primer "trabajo", en un estudio de ingenieros especialistas en el diseño de hospitales. Estuve ayudando con el diseño de una Casa della salute para un concurso... en el que quedaron (¿quedamos?) segundo puesto. Fue mi primer encuentro con el horario laboral de 16 horas al día, 7 días a la semana... y, honestamente, espero que sea el último.

A penas terminada esa chamba, me puse a viajar... intensamente. Entre abril y julio estuve una vez más en Alemania, donde me encontré con Eduardo, a quien por estos meses veía cada dos semanas, sin exagerar. Conocí con él un Rheingau distinto: el río era, de pronto, fundamental; la arquitectura llamaba más la atención; las comidas se saboreaban más... todo sazonado con conversaciones interesantísimas y mucha, mucha, pero que mucha lluvia.

Fui dos veces más a Barcelona, por mi cumpleaños y a fines de junio. En esta última, además, alquilamos un carro Lorena, su mamá y yo, y nos fuimos a Bilbao y Zaragoza. Ese último viaje fue mi despedida de Barcelona... mis amigos, uno a uno, se iban a regresar a Lima y la ciudad de pronto, perdía parte de su encanto.

No me quería ir, al punto que confundí las 15 con las 5 pm. y casi pierdo el vuelo.

Finalmente fui a Torino, al congreso de la UIA. Hacía un buen tiempo que no viajaba sola y, en esta ocasión, lo disfruté.

¿Qué pasaba con las clases? La frecuencia semanal había cambiado a quincenal, y se trataba básicamente de preparar la entrega final. Pero ya me estaba picando el bichito de hacer tesis, y lo que antes habían sido ratos libres y aburridos, se convirtieron en idas diarias a la biblioteca. Me costó un poco darme cuenta: a diferencia de la UPC y de la UNI, acá no hay (ni habrá) cursos de metodología, seguimientos o profesores bienintencionados que pregunten cómo va la tesis. Es la chamba de cada uno y eso es peor... infinitamente peor e infinitamente más rico.

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