jueves, 26 de junio de 2008

En el que trato de entender qué rayos sucedió con el diseño del puente de La Salve, en Bilbao

El mejor camino para llegar al Guggenheim de Bilbao es, probablemente, desde la ciudad. Vale la pena caminar un poco para encontrar la perspectiva perfecta desde la que se ve los volúmenes de ingreso al museo enmarcados por la arquitectura anónima de multifamiliares con fachadas rítmicas. Poco a poco uno va confirmando que éste edificio es algo completamente distinto y, desde la distancia, se ve más como una escultura que como arquitectura.

Finalmente se llega al atrio de ingreso, un patio irregular, unas escaleras que introducen hacia el hall del museo y listo, uno puede empezar a maravillarse con el interior.

El centro del museo es un hall de distribución desde el que se puede acceder, tanto horizontal como verticalmente a todas las zonas del museo. Y a algunas terrazas hacia el exterior. Opuesto al ingreso, una de ellas da cara al río, con el que se integra visualmente con fuentes de agua de poca profundidad y un recorrido al cual no se pude acceder desde ese punto, pero que forma parte de la composición volumétrica.

¿Luego?

Eventualmente uno mirará a la izquierda, al puente La Salve.


He visto muchísimas fotos de este museo, algunos videos y he leído varios artículos, pero no recordaba, en ningún momento, la mención de esta... cosa roja. Evidentemente, al acercarme y ver los materiales, el puente es bastante viejo. Sin embargo el arco rojo parece ser bastante reciente a pesar de que el recubrimiento plástico se está levantando por varias partes en la base.

En realidad ha sido una falta de información mía no haber sabido de qué se trata.

El puente La Salve, efectivamente, es bastante viejo. Fue diseñado por el Ing. Juan Batanero e inaugurado en 1972. Es, entonces, uno de los primeros puentes suspendidos, en esta parte del mundo. Cuando Gehry diseñó el Guggenheim, tuvo en cuenta éste "pequeño" detalle y buscó integrar el puente por medio de la construcción de una torre al otro lado. Se dice que al presentar la primera maqueta, el arquitecto colocó en el lugar donde ahora está esta torre, unabotella de agua para simbolizar el gesto.

El conjunto, entonces, se veía así.


No es un puente especialmente bonito. Se ve, de cerca, como una estructura pesada y un poco desproporcionada. Pero es eso: un puente, colgante, diseñado por un ingeniero, que sirve para su propósito.
Con motivo del décimo aniversario del museo, la fundación Guggenheim decidió convocar en 2006 a cinco artistas en un concurso cerrado para un concurso de propuestas de intervención sobre el puente.

Se presentaron tres propuestas que estuvieron expuestas en el mismo museo, de manera que los visitantes pudieran elegir la que consideraran más adecuada. Adicionalmente hubo un jurado encargado de emitir la decisión final: El projecto L'Arc Rouge de Daniel Buren. Inaugurado en el 2007.
Frente a la inadecuación formal, conceptual y tectónica de esta intervención, tengo muchísimo que decir, pero me gusta más la opinión - cargada de adjetivos - del arquitecto Iñaqui Uriarte:
Esta brutal transgresión formal y cromática sólo puede estar concebida por un personaje sin escrúpulos artísticos ni respeto a las preexistencias, con un irrefrenable afán de notoriedad, de imponerse a la arquitectura del edificio con una vulgar y endeble decoración. Una presuntuosidad propia de quien se encuentra con interlocutores sin criterio, personalidad artística y conciencia urbana. Es un adorno bufón, carnavalesco, fallero. Concebido como un espectáculo de naturaleza populista con un recurso tan primario, por su forma arco y color rojo, para obtener un fácil beneplácito mediático, que revela una plebeyez cultural.
Pues sí, es eso y mucho más. Es una intervención mediocre, cuya mayor virtud es su caracter efímero. Alguna vez algún profesor mencionó como algunos edificios "rechazan" las nuevas intervenciones. Ya sea porque la calidad de materiales es diversa, porque no se utilizan las uniones adecuadas, porque la nueva intervención no se adapta al contexto... el hecho es que la nueva intervención plástica, poco a poco, se va viendo vieja, sucia, descuidada y rota.

Espero que, algún día, el viejo y feo puente gane y termine de expulsar de su estructura a ese arco rojo.

Para completar, imágenes de las dos otras propuestas. Personalmente, me inclino por la de Jenny Holzer... jode menos.
Liam Glick: Intervención sobre el puente La Salve, Bilbao.

Jenny Holzer: Intervención sobre el puente La Salve, Bilbao.

Imagen aérea: http://lh4.ggpht.com/_3VsHO7PgK70/R0yueLjTa1I/AAAAAAAADzE/qfaz3gtazr8/Bilbao.jpg
Imágenes de los proyectos: http://www.elcorreodigital.com/
El texto completo de Iñaqui Uriarte: http://www.euskaldunak.info/ekarpenak/?p=80

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con que este adorno rojo no queda bien frente al Guggenheim, pero ¿no podría decirse también que el propio Guggenheim, tan innovador y creativo, aumenta muchísimo la vara de exigencia para cualquier intervención que se realice en sus inmediaciones? Claro que admitir esto, lejos de ser excusa para disculpar intervenciones mediocres, debería servir como un reto planteado a otros artistas y arquitectos para mejorar y armonizar mejor otras propuestas, en este y en otros edificios. Es mi opinión y yo la comparto.

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  2. El "arquitecto" Iñaki Uriarte es famoso en Bilbao por sus constantes y aceradas críticas a todo lo que se ha construido últimamente, empezando por el propio Guggenheim y terminando por el nuevo estadio de San Mamés. Es el clásico crítico que todo lo ve mal (aparte de que le mueven motivaciones políticas contra autoridades locales y provinciales) aunque visto desde otro prisma, ya se sabe la opinión general de que los críticos (tanto de arte, cine, música, arquitectura, etc.) son profesionales fracasados que descargan sus frustraciones contra los demás. Algunos no, claro, porque les pagan las críticas benevolentes, pero este no es el caso, aquí la inquina es manifiesta.

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  3. En este caso tenemos que reconocer que el juicio de Iñaki Uriarte, aunque faltón, era certero. Yo, como él, solo espero a que la obsolescencia programada haga su trabajo y el horrendo pastiche de Daniel Buren se caiga para mostrar el tosco puente de la Salve en toda su majestuosa e ingenieril fealdad. Mucho mejor, y más barato habría sido, como conmemoración de los diez años del museo, simplemente devolverle al puente su original color rojo. Ese verde que con que lo repintaron también le sentaba fatal. A Bilbao siempre le sienta bien el rojo.

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