jueves, 26 de junio de 2008

Forma (I)

Hace un buen tiempo decidí escribir sobre aspectos diversos de la arquitectura, a medida que se me iban ocurriendo cosas. Si bien he escrito algo sobre significado o espacio, recién me doy cuenta que nunca he escrito directamente sobre forma, a pesar de que ésta es la constante del diseño arquitectónico.

Cada vez parece ser más complicado hablar de forma. Por un lado, luego del abandono parcial del Internation Style y de los dogmas de la modernidad, se ha dado una avalancha de propuestas formales en arquitectura, que parecen querer abarcar todas las posibilidades de forma (o deformación) de la materia.

Richard Meier vs. Frank Gehry. Zaha Hadid vs. Tadao Ando. Robert Venturi vs. Daniel Liebeskind.

Sólo por nombrar algunos personajes emblemáticos.

Un profesor del doctorado decía que no se puede hablar de forma y de espacio de manera independiente. Yo no estoy de acuerdo. Creo que forma es la cualidad que acerca a la arquitectura y a la escultura. Espacio, por el contrario, es la cualidad que diferencia a una de la otra. Una depende de la otra, cierto, pero creo que se pueden tratar por separado.

Dentro de las exploraciones formales del siglo XX, he aquí dos, con un montón de años de diferencia entre una y otra. Excepcionales ambas.

El Pabellón Alemán en Barcelona, de Mies van der Rohe fue construido para la expo en 1929. Fue desmontado el año siguiente y reconstruido, exactamente igual y en el mismo emplazamiento, en la década de los 80. Es un ícono de la modernidad, con las particulares de Mies y su forma tan particular de reinterpretar los ritmos y prporciones clásicos.


El Guggenheim de Bilbao fue diseñado por Frank Gehry e inagurado en 1997. Ha sido calificado por Phillip Johnson como "el mejor edificio de nuestra época" y es, básicamente, la razón por la que existe turismo en Bilbao.









El Pabellón de Mies y el Guggenheim de Gehry son dos ejemplos completamente opuestos del equilibrio de la forma.


En el primer paso se parte de formas abstractas, lineales. Después de todo, nada hay más abstracto que una línea recta. El equilibrio, en este caso, está dado por lo orgánico omnipresente al interior del Pabellón:



en la textura de los mármoles, en el uso del travertino en el piso, en el agua, las piedras de canto rodado. y el movimiento de la escultura... hasta en el reflejo de los visitantes en los vidrios. La validez de la abstracción de la forma se apoya en el contraste logrado con lo orgánico del material. O dicho en otras palabras: la misma forma con alucobón y planchas vinílicas en el piso, no sería gran cosa.


El Guggenheim, en cambio, parte de las formas más orgánicas posibles, que nos remiten a caprichos de la naturaleza, colinas, flores y sensualidad. Recubiertas estas con piezas estándar de elementos tremendamente industriales e industrializados,



vidrio, titanio, enchapado de travertino, todos modulados. Lo abstracto, en este caso, está dado por el material, mientras que los referentes orgánicos son omniprescentes en las formas. O dicho en otras palabras: los mismos materiales en formas rectas y moduladas, conseguirían un edificio monótono.

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