jueves, 28 de abril de 2016

10 en 10

La construcción de la torre de Babel
(http://www.getty.edu/)
En agosto se cumplieron 10 años de la primera vez que, oficialmente y siendo pagada por hacerlo, me paré frente a un salón de estudiantes de arquitectura a dar una clase. No recuerdo de qué fue, ni qué tal me fue, ni quiénes fueron las pobres víctimas de esa clase en particular, aunque recuerde a muchos de esos primeros alumnos con nostalgia (tengo y he tenido el gusto, incluso, de enseñar con algunos de ellos).

A pesar de que suena a mucho, 10 años no son tanto. Especialmente en comparación a esas vidas dedicadas a la docencia, a esos maestros que orgullosamente anuncian que han cumplido bodas de oro en el aula. Desde esa perspectiva, soy una chibola. Pero también es cierto que es el doble de la duración de una carrera, lo que le toma a un niño llegar a la edad de la primera comunión, 66% del tiempo de mi hipoteca, dos lustros, una generación.

Y es por eso que, luego de pensarlo durante varios meses, voy a listar 10 lecciones que estos 10 años me han dejado. No porque crea que son gran sabiduría o reveladores descubrimientos; mucho menos porque pretenda que alguien las tome como consejos. Son, simplemente, las cosas que pienso luego de este tiempo, limitadas a 10 puntos, como para yo misma poner las cosas claras y, quién sabe, de acá a otros 10 años poder regresar y sonreír con nostalgia (o reírme de mí misma abiertamente).

1. El miedo sirve de poco.

Uno de los primeros consejos que me dio una profesora, poco antes de dar mi primera clase, fue "antes que tenerles miedo [a los alumnos], haz que ellos te tengan miedo a ti". Falso. El miedo, en el aula, sirve de poco o nada. Los grupos con los que me he sentido más satisfecha han mantenido una relación cómoda con los profesores y entre ellos, se han sentido contentos en el salón. Pedagogos llevan años diciéndolo y no me voy a extender más.

2. 40% profe, 60% alumnos.

Uno llega a clases con las mejores intenciones. Con el plan cuidadosamente elaborado. Las actividades planeadas. Y todo sale mal. O no tan bien como a uno le gustaría. Es obvio que el éxito de lo que ocurre en un salón de clases depende de profes y alumnos... pero creo que un poco más de los segundos. Lo que no significa culpar por el fracaso a "un mal grupo" ni vanagloriarse del éxito obtenido con uno de esos grupos que "camina solo". Las cosas son como son, hay que darlo todo, pero algunas veces son mejores que otras.

3. Si no te estás divirtiendo, deja de hacerlo.

Se le llama burnout (consumirse, quemarse). Sucede cuando el cansancio es extremo y de pronto cuesta mucho encontrar la motivación. Nos cuesta ir a clases, nos da flojera, tratamos de hacer el mínimo indispensable para que no nos boten, pero ya no nos emociona. La chispa se ha ido. Hay mucho escrito al respecto: síntomas, razones, maneras de evitarlo. Cuando estamos en esta situación, lo mejor es descansar. Dejar un ciclo, un curso, a un colega. Cambiar los horarios. Algo que nos haga salir de este círculo vicioso y que permita encontrar otra vez esas razones que hacen que esto sea tan divertido.

4. Si lo estás haciendo por la plata, deja de hacerlo.

En serio. Todos hemos tenido profesores así. Van, dan su clase como autómatas, corrigen exámenes, imparten información, entregan notas. Fin. No nos acordamos de cómo se llamaban porque nunca hubo un vínculo real, y alguna vez incluso los escuchamos quejarse de "los alumnos" en abstracto, en medio del pasillo. Sé que la situación está difícil, que muchas oficinas no tienen proyectos y que hay que llegar a fin de mes pero, en serio, un profesor autómata no es un buen recurso. No hace a nadie feliz.

5. El sarcasmo en pocas dosis puede funcionar. En exceso pierde efecto.

No sé cómo explicar esto. Mucho sarcasmo es percibido como despectivo o cruel, o es tomado literalmente. El soltar una que otra cosa de vez en cuando puede mantener la atención, tener a la gente despierta, despertarse uno mismo. No sé cuál es el punto de equilibrio, estoy segura que se me ha pasado la mano más de una vez.

6. No tiene sentido competir con taller.

Esto para los profes de otros cursos. De nada sirve mandar un mega-trabajo para la semana previa a la entrega de taller. Sólo habrá respuestas pobres, malas caras y mucho stress gratuito. El stress en el estudiante no siempre es malo, pero que haya un propósito. Lejos de tratar de competir con taller, es mejor, cuando es posible, buscar incorporarlo a lo que sea que estemos enseñando.

7. Taller no es un ensayo de la vida profesional.

En otras palabras, no trates a tu alumno como te trató el peor cliente que tuviste. No entres en contradicciones con tu partner sólo porque te acordaste de esa vez que trataste de hacerle una casa a una pareja que estaba a punto de divorciarse. No lo explotes como te explotaron cuando eras practicante. El taller es una experiencia pedagógica, un lugar para la exploración, la experimentación y el descubrimiento. El pretender introducir toda la complejidad de variables de la vida real al interior de un espacio de enseñanza no ayuda a la producción creativa y a la adquisición de conocimientos. Y ya que estamos en este tema, taller tampoco es una carrera militar, una terapia de grupo o un taller de bullying.

8. No hay mejor alumno que ese que no te cree y pide que lo convenzas.

¡Uf, sí! Ese que se sienta al final, que no se quiere quitar la gorra (no te pelees por gusto), que a las justas te saluda y que, en el momento en el que mejor te está saliendo el floro, decide levantar la mano y contradecirte. Ese es el mejor. El divertido. El que te tiene todo el tiempo en ascuas y te obliga a revisar todo lo que sabes y todo lo que crees. Por supuesto que es un trabajo, y arduo, pero si todo sucede con respeto, no hay experiencia más rica. Ese es un alumno interesado e interesante, y va a hacer que tu clase sea mucho mejor, porque va a ampliar las fronteras de lo que tú podías dar.

9. No hay peor alumno que ese que cree que es tu cliente (y, por ende, tiene la razón).

Poco que decir al respecto. Ya sé que algunas universidades de hoy quieren mantener a su clientela y los tratan como reyes. Esto tampoco conduce a nada. Contra estos alumnos hay poco que hacer. Paciencia y que se vayan. Felizmente son pocos.

10. Quiero hacer esto por el resto de mi vida.

Sin lugar a dudas. ¡Que vengan los siguientes 10 años!

Talara: Colegio Santa Elena de Piedritas

Arquitectos: Elizbeth Añaños, Carlos Restrepo, 2013





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