lunes, 26 de mayo de 2014

Old school (o unas cuantas diferencias entre estudiar arquitectura hace 15 años y ahora)

En marzo se cumplieron 15 años desde que ingresé a estudiar arquitectura. Aunque algunos de mis contemporáneos lo quieran negar, hace 10 años que nos graduamos. Eso es toda una generación. Muchas cosas han cambiado, pero no ha sido sino hasta que me topé con este post que me di cuenta de hasta qué punto. Fue escrito cuando yo estaba estudiando, y hay dos cosas que me llamaron mucho la atención, porque casi las había olvidado: discos y rollo de fotos. 

Así es que, aunque me duela, he aquí 15 cosas que han cambiado durante estos 15 años.

1. USB. Una de las primeras veces que volví a la universidad luego de graduarme, le pedí a un profesor una cierta información y él, sin inmutarse, me dijo "dame tu USB y te grabo el archivo". ¿Mi qué? Poco tiempo después, cuando dicté mi primera clase teórica, me sorprendió que cuando terminó se formara una pequeña fila de alumnos al lado de la computadora. "¿Podemos grabar el PPT (ver punto 2) de la clase?" preguntó una alumna, mostrándome su USB. "Sí, claro" (¡Qué simple!). Si nosotros queríamos transportar información, usábamos diskettes de 3 1/2", con una capacidad de almacenamiento de 1.4 MB (ver punto 4). Y, por supuesto, no había manera de "grabar" una clase, a menos que uno quisiera filmarla.


2. PPT. El Power Point sí existía, pero muy pocos profesores lo usaban. Recuerdo algunas presentaciones muy básicas en alguna clase de matemáticas, pero eran la excepción. La gran mayoría de clases se dictaban en pizarra (¡que era de tiza y no de plumón!). ¿Cómo se trabajaba el tema de las imágenes? Con diapositivas, una especie en peligro de extinción. Los profesores tenían archivos con diapositivas de sus temas, y carretes en donde las ordenaban según la clase que se iba a dictar. ¿La máxima tragedia para un profesor? Que se cayera el carrete y se desordenaran las imágenes.


3. Proyectores y écran. No había. En su lugar, todos los salones tenían dos televisores de 20" (aprox.). Sólo el 30% de los asientos de los salones tenían una visibilidad decente hacia esos televisores. Finalmente resultaba que los PPT terminaban siendo una tortura, más que una ayuda.

4. Quemadoras de CD (y no hablemos de DVD y blu-ray). Uno de los grandes momentos evolutivos durante la carrera fue cuando el papá de un amigo viajó a no sé dónde y trajo una quemadora de CD. De pronto, el límite de 1.4 MB se había convertido en 700 MB. ¿Cómo hacíamos antes para transportar información? En primer lugar, la resolución de las imágenes era mucho menor de lo que es ahora, por lo que pesaban menos. Nada de imágenes de 3MB. En ese entonces, a las justas pesaban 200 kB. Además, existía el .zip, que era un sistema que no sólo comprimía los archivos, sino que permitía fraccionarlos en una serie de diskettes (ver punto 1). De ese modo, un archivo o presentación podía entrar "cómodamente" en 8, 12 o 15 diskettes. ¿El problema? Que 9 de cada 10 veces, uno de los malditos diskettes no abría, y toda la operación se arruinaba.

5. Internet con tarifa plana. Para cuando ingresé a la universidad, Internet llevaba algunos años funcionando. No todos tenían y los que sí, sufríamos con el hecho de que se cobraba por minuto, al costo de una llamada local. O, para ser más justa, nuestros padres sufrían con eso. Cualquier consulta o trabajo debía hacerse rápido, sin contar con que había que "separar turno" con los demás miembros de la familia para el uso de la única computadora de la casa (ver punto 9). Ni pensar en usar Internet para comunicarse más efectivamente. Para eso existían los teléfonos... fijos.

6. Correo electrónico con más de 250 MB de almacenamiento. La gran mayoría de nosotros tenía un hotmail, con poquísimo espacio, pero no era importante porque, de todos modos, el tamaño máximo de un attachment era para reírse. A nadie se le hubiera ocurrido mandar un trabajo por mail porque, simplemente, no entraba. (Cuando salió el Gmail, hacia el final de la carrera, todos queríamos que alguien nos invite).

7. Dropbox. Estos sistemas hasta el día de hoy me causan una cierta fascinación. ¿Puedo colgar un archivo de 300 MB? ¿Gratis?

8. Cámaras de fotos digitales. Un levantamiento estaba entre los trabajos más caros que podían mandarnos a hacer, básicamente porque implicaba tomar un montón de fotos... y revelarlas. Las cámaras de fotos usaban rollos de 12, 24 y 36 fotos; esto hacía que uno no sólo tuviera que acordarse de llevar pilas para la cámara, sino también suficientes rollos (2 o 3 de repuesto). Además, había que pensar muy bien antes de tomar una foto y a nadie se le hubiera ocurrido tomar varias para quedarnos con la que mejor salga. Una foto tenía que salir bien a la primera.

9. Laptop. Sí existían las laptops, por supuesto, pero ningún estudiante de arquitectura tenía una. Eran carísimas. Como gran cosa, hacia la mitad de la carrera, algunos pudimos ensamblarnos una computadora de segunda (tercera o cuarta mano), que tuviera suficiente RAM como para que renderizar un 3D no demore dos semanas sino sólo 48 horas. De ese modo, no había que compartir la computadora del resto de la familia (ver punto 5). Durante las horas de taller la gente tenía que trabajar a mano... o dedicarse a otras cosas. Más de una vez que tuvimos que hacer un trabajo en grupo, desarmé la computadora (CPU, pantalla, periféricos, cables), para poder llevarla a la casa donde lo estábamos haciendo.

10. Sketchup, Revit o cualquier programa que haga los cortes automáticamente. No existían. Punto. Existía el mito del Archicad, que pocos sabían usar y nadie podía plottear. Contrario a la creencia popular, sí existía el AutoCad, desde hacía bastante tiempo, y el 3D Studio Max. 

11. Plumones Chartpak o similares. No es que no existieran... es que nadie lo vendía en el Perú. Si alguien se los traía de algún otro lado, los cuidaba tanto que, generalmente, se terminaban secando por falta de uso.

12. Youtube, Facebook, Twitter. #NoSeHabíaInventado. Quiere decir que teníamos menos opciones de perder el tiempo en Internet, independientemente de la tarifa (ver punto 5), pero también mucho menos opciones de socializar y de enterarnos de las cosas. Hoy veo en mi Facebook anuncios de eventos, marchas, exposiciones, artículos. No hay excusa para no saber qué está pasando - quién ganó el último Pritzker, por ejemplo - en tiempo real. No sé si cuando yo estudiaba las cosas no sucedían o es que no nos enterábamos. Creo que un poco de ambas. Teníamos Messenger, que, cuando Internet tuvo tarifa plana, se volvió una herramienta buenísima para perder el tiempo. 

13. MP3. Ok, estos sí que existían (junto con dos maravillosos inventos: Napster y Audiogalaxy, que en paz descansen) pero aparecieron después de la primera mitad de la carrera. A un viaje que hicimos exactamente entre quinto y sexto ciclo, llevé un walk man con cassettes grabados en casa. Ya existían los disc man, pero eran malísimos. Durante las amanecidas generalmente escuchábamos radio. A las 6 am. empezaba "Caídos del catre" y esa era la señal inequívoca que se había acabado el tiempo y ya era hora de entregar.

14. Smartphones. Muchos de nosotros ni siquiera teníamos celular. El modelo por excelencia era el clásico Nokia (ese que no se rompe por nada del mundo), sin conexión a Internet, ni apps... ni siquiera pantalla a color. Era un teléfono que servía para llamar y hacer llamadas. Algunos años después, aparecieron los SMS. Para promocionarlos, la compañía telefónica los puso gratuitos por un mes, y creo que eso se parecía bastante a lo que hoy es el whatsapp. Luego, por supuesto, se empezó a cobrar. Para entretenernos, nuestra generación tenía al gusanito.

15. Pre-sustentación. Para cerrar, una gran diferencia no tecnológica. Cuando nosotros nos graduamos, sólo había una sustentación de tesis. El lado bueno es que los nervios se reducían a la mitad. El enrome problema es que a esa sustentación podía entrar quien quisiera (incluyendo a tus papás y a tu enamorado/a), o sea que si el jurado te hacía papilla y decidía que no te graduabas, lo hacía delante de todo el vecindario. La pre-sustentación ha dado una cierta privacidad a las vergüenzas académicas... y un poco más de tiempo para resolver la tesis.

domingo, 18 de mayo de 2014

La espacialidad de la vida humana (E. Soja)

"Tal vez ahora más que nunca, nos estamos volviendo conscientes de nosotros mismos como seres intrínsecamente espaciales, continuamente comprometidos en la actividad colectiva de producir espacios y lugares, territorios y regiones, ambientes y hábitats. Este proceso de producir espacialidad o "hacer geografías" empieza con el cuerpo, con la construcción y el actuar de uno mismo, el sujeto humano, como una entidad claramente espacial, involucrada en una relación compleja con lo que nos rodea. Por un lado, nuestras acciones y pensamientos dan forma al espacio alrededor nuestro. Pero al mismo tiempo, los espacios y lugares más grandes dentro de los que vivimos, producidos colectiva o socialmente, también dan forma a nuestras acciones y pensamientos en modos que recién estamos comenzando a entender. [...]

(www.dsdni.gov.uk)
Más aún, nuestro "actuar" como seres espaciales sucede en muchas escalas diferentes, a partir del cuerpo, o lo que la poetisa Adrienne Riche una vez llamó "la geografía más cercana", hasta una serie de geografías más distantes que van desde habitaciones y edificios, hogares y vecindarios, hasta ciudades y regiones, estados y naciones y, finalmente, toda la Tierra - la geografía humana más externa. A pesar de que la influencia sea menor con la distancia, a partir del cuerpo, en cuanto a cómo influenciamos individualmente y somos influenciados por estos espacios más grandes, cada uno de ellos debe ser reconocido como producto de la acción e intención humana colectiva y, por lo tanto, susceptibles de ser modificados o cambiados. Esto infunde actividad e intencionalidad a todas las escalas de espacialidad humana, pero también  tensiones y potenciales conflictos, apertura y libertad así como cerramiento y opresión, la presencia perpetua de desarrollos geohistóricos desiguales y, por lo tanto, política, ideología y lo que podría llamarse, tomando prestado el término de Michael Foucault, las intersecciones de espacio, conocimiento y poder."

Soja, E. (2000) Postmetropolis. Critical Studies of Cities and Regions. Oxford: Wiley. pp 6-7.

miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Cambiar el mundo?

En uno de los cursos que llevé durante el primer año de la carrera, se nos planteó una serie de frases que describen la arquitectura. Ante la dificultad de encontrar una sola definición satisfactoria, el profesor del curso nos presentó varias, a modo de collage, entre las que se encontraban la clásica de Le Corbusier - "Es el juego sabio, correcto y magnífico de volúmenes bajo la luz" - y una de Mario Botta - "... regreso al vientre materno".

Como componente local, había una sola cita de un arquitecto peruano: Ciriani. 

[Entonces, él estaba viviendo en Francia a tiempo completo y casi no se hablaba de él en el medio local. Era como ese tío que toda familia tiene, que se fue al extranjero, le fue bien, y nunca más mandó una postal (o mail)].

"El arquitecto se levanta todos los días con ganas de cambiar el mundo."

Ahora que el tío exitoso ha vuelto, para ser casi inmediatamente colocado en el panteón de las leyendas vivas, esa frase, con algunas variantes, ha sido repetida ad infinitum en entrevistas, citas, exposiciones y conferencias. Como el personaje que la dice, la frase es un típico producto de la modernidad. Una suerte de grito de batalla, del tipo "menos es más", que busca motivar, que llena del mismo entusiasmo que yo sentía cuando escuchaba esas clases iniciales de primer año y, efectivamente, salía del salón con la sensación de que cambiaría el mundo.

No tiene nada de malo eso, si es que se queda en el universo de las frases motivadoras. Un lindo grito de guerra para colocar en un sitio visible sobre nuestro lugar de trabajo.

Sin embargo, como todos esos gritos de guerra, mal manejada esa frase puede volverse sumamente peligrosa. Porque, ¿qué significa exactamente "cambiar el mundo"?

Insatisfacción con el estado actual de las cosas, sí. Estamos muy lejos de que todo esté bien; el día a día nos coloca frente a situaciones de injusticia, de desigualdad, de exclusión que, efectivamente, hay que cambiar. El querer "cambiar el mundo" implica colocarse en una postura crítica con respecto a lo que éste nos presenta.

Espíritu de lucha, también. No se trata sólo de indignarse, sino de hacer algo para revertir las situaciones. Cargar el peso del mundo bajo nuestros hombros es ridículo, pero sí es cierto que cada persona puede hacer una diferencia - para mejor o para peor - en el pedacito de mundo en el que le toque estar. Los arquitectos, al ser constructores de espacios donde el ser humano habita, parecemos estar en una posición privilegiada para hacerlo. 

Pero es aquí donde la frase puede ponerse peligrosa. El ser arquitecto parece venir de la mano con un ego desmedido: creemos que lo sabemos todo, y lo que no, nos lo podemos inventar. Esto, acompañado del querer "salvar el mundo", es una receta para el desastre. Sólo parece haber una postura posible: todo lo que está mal debe cambiarse y yo, el arquitecto, sé cómo hacerlo.

El gran, enorme problema es el siguiente: ¿quién nos ha dado el derecho de hacerlo? ¿tenemos siquiera las herramientas para identificar objetivamente qué partes del mundo deben ser cambiadas? Habiendo sido formados en una disciplina tan rica en subjetividad, es muy posible que estemos entre los profesionales menos indicados para intentarlo. Porque si bien podemos llegar a un consenso sobre ciertas cosas que están definitivamente mal, en un tema tan delicado como el habitar de una persona o un grupo de ellas, ¿quién está acreditado para definir qué es lo correcto y qué cosa debe cambiarse?

El resultado de tomar este tipo de gritos de batalla al pie de la letra es un arquitecto que quiere cambiar el mundo según sus propios criterios funcionales, sociales, estéticos. Y si este individuo cree que tiene el derecho y los conocimientos para hacerlo, ¿quién le hará acordar que existen otros puntos de vista? ¿que hay mundos que no quieren ser cambiados? ¿que el componente subjetivo es difícilmente comprensible desde el exterior? ¿que algunas cosas que para él puedan estar mal, para los usuarios, los habitantes, no lo están? 

¿Quién nos va a salvar de profesionales que, en realidad, no quieren "cambiar el mundo", sino ajustar nuestro mundo a su propia idea de lo que el mundo debería ser?


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