Director de la Escuela de Arquitectura
Universidad Finis Terrae.
Publicado en: www.plataformaarquitectura.cl
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"Un viaje de estudios no se puede googlear, ni sirve que te lo puedan contar. Es como la buena mesa, nada reemplaza el saborear una delicia. A lo más se puede conocer superficialmente por croquis, fotos o alguna anécdota. Y las páginas de Internet están llenas de degustadores de arquitectura que tratan de transmitir lo intransmisible y de paso causar envidia, aunque en estos relatos más se conoce del degustador que del plato.
Foto: Cristina Dreifuss 2008 |
Viaje de estudios, peregrinación, Gran Tour, o como se le quiera llamar, el viajar es un sistema de aprendizaje que se pierde en los orígenes de la arquitectura: desde los antiguos constructores libres de la edad media -únicos que podían libremente viajar entre feudos- hasta Sir Norman Foster que viaja en su jet privado, los arquitectos peregrinamos hacia los centros epocales de la cultura, para convencernos de algo que la academia, los libros o las fotos no entregan.
[...] el viaje de estudios para un arquitecto -y de paso también para un diseñador, un artista, un antropólogo, etc., todo profesional que deba conocer profundamente al ser humano- pone de relieve varios asuntos obvios pero olvidados: primero, que la arquitectura debe ser valorada por todo el que la habita, es decir, no sólo hay que escuchar a los especialistas, sino todo el público que recorre y cohabita una obra tiene el legítimo derecho a valorar; segundo, que la arquitectura es un hecho, pero que su observación o su significación es subjetiva, aunque no arbitraria, es decir, depende del que observa, de sus conocimientos, emociones y de lo que culturalmente valora. Esto hace que la interpretación sea un intangible y como tal es de muchas voces: nadie tiene la razón y a la vez todos la tienen; tercero, algo obvio pero que hay que decir, que la arquitectura es con un contexto: su lugar, su gente, su atmósfera, su circunstancia y su entorno.
El viaje de estudios permite a la arquitectura entrar en el juego de la valoración, donde incluso los malos resultados pueden ser buenas experiencias. Esto es, experimentar la libertad de la obra, que es entregada -por el mandante, el arquitecto, el propietario, el que sea- a un contexto que la va a conocer y reconocer según parámetros que no siempre son pensados en el diseño arquitectónico.
De las muchas etapas del trabajo del arquitecto, el viaje de estudios -o el trabajo de campo- representa una de las fases más importante en su formación, porque lo vincula con sus pares y sus obras y le permite observar la exposición que tiene toda obra al juicio de la posteridad. Concepción, proyección y construcción son las mas conocidas, y aunque luego de la inauguración acaba (o debería acabar) el trabajo del arquitecto, es justamente entonces cuando comienza a aparecer el valor de la obra de arquitectura porque el tema de la refiguración de una obra, pone el acento no sólo en el autor y en sus aspectos constructivos-estructurales-expresivos, sino en el valor que se le asigna posteriormente, como impacto que dialoga en un conjunto de otras obras de diferentes estilos, épocas, materialidades, con diferente rol urbano, y cuya apreciación cambia según la sociedad va cambiando. [...]
En la época actual, donde la movilidad y la comunicación han adquirido una dimensión superlativa -y conviniendo en que la comida y la arquitectura son dos placeres- lo único que se puede enseñar de un viaje es que hay que hacerlo. El contexto no se encuentra en Internet y tenemos que aprender a ver las obras también con la mirada del usuario. El llamado entonces es a viajar para profundizar una visión propia y desconfiar de la crítica. Todos tenemos derecho a observar y a aprender del contexto, es al fin y al cabo, nuestra experiencia."
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