El cansancio de fin de ciclo nos coge a todos, alumnos y profesores por igual. La carga de trabajo nos aumenta a todos, también. Más entregas, más exigencia, más trabajos que corregir. Y, desde el punto de vista de los profes, esto parece venir acompañado de una mayor concentración de "esos" alumnos.
Esos que llegan al salón, se sientan en la última fila, y miran su celular durante toda la clase. Algunos, ni siquiera se toman la molestia de quitarse los audífonos.
Esos que, claramente, están avanzando trabajos de otros cursos.
Esos que se duermen. No una vez, porque ya no dan más (que tire la primera piedra quien nunca ha cabeceado cuando no debía), sino los que tienen narcolepsia crónica y usan la clase para recuperar horas de sueño, sistemáticamente.
Esos que reclaman. Porque la clase no empieza a tiempo, porque la clase empieza a tiempo, porque tienen demasiados trabajos que hacer, porque los calificamos muy bajo, porque no les ponemos presente cuando llegan media hora tarde, porque Fulanito sacó mejor nota que yo, porque no quiero dejarlos volver a entregar un trabajo jalado, porque hace sol, porque llueve, porque perdió Uruguay.
Esos que, a 13 semanas de empezado el ciclo, creen que no nos vamos a dar cuenta cuando hacen un "copy-paste".
Esos que reclaman indignados cuando los acosamos de plagio, aún cuando la evidencia está ahí, delante de sus narices.
Esos que publican en Facebook, con nombre y apellido, que están dispuestos a pagar porque alguien les haga el trabajo final de un curso.
Esos que ofrecen sus servicios para "ayudar", sabiendo que ayudar, en este caso, es sinónimo de hacer. Y sabiendo, también, que eso es un delito.
Pero siempre hay uno, y si se es afortunado, dos o tres. Un estudiante que levanta la mano, espontáneamente, para hacer una pregunta interesante. Ese que, al final del ciclo, te agradece porque algo le gusto, o algo entendió, o algo "se le quedó". Ese que, tal vez, nunca abrió la boca durante el ciclo, pero siempre se interesó. Ese que, dos ciclos después, aún te saluda cuando te lo cruzas en el pasillo. Ese que, cinco años después, se acuerda de ti y te manda un meme.
Que siempre haya uno. O dos, o tres. Pero unito aunque sea.