Cuando llegué a Estambul tuve la suerte de dar con un shuttle que me dejó muy cerca al hotel, en Taksim, que es una plaza donde confluyen muchas líneas de transporte público. Es también una suerte que mi hotel esté en esta zona, aunque el vecindario no sea muy recomendable. Por alguna razón, está lleno de tiendas de pelucas de colores.
Fue un alivio no tener que embarcarme en la búsqueda del hotel, y menos en esta zona. Lo de Praga la noche anterior ya había sido suficiente. El local en sí es normal; mi ventana da a la avenida en un segundo piso y con la ventana abierta es como estar afuera. Cerrada se está bastante bien.
Mi primera incursión fue para cambiar plata. El sitio donde fui no tenía el mejor cambio, pero la dependienta me regaló mapas de Estambul, así es que me doy por más que bien servida. En el camino desde el aeropuerto había perdido todo sentido de la orientación así es que necesitaba urgentemente echar un vistazo al mapa.
Fue así como conocí el Gloria Jeans Coffees, que es una versión alternativa del Starbucks. Tomando mi çai (té) en una mezzanine con vista a la calle y garabatendo mi mapa me sentía como un explorador inglés en su palacete, descansando entre safari y safari.
Definido mi aquí y ahora, me fui a explorar. Me equivoqué al tomar el metro, pero no fue tan grave y crucé el Cuerno de Oro por el puente Atatürk, lleno de pescadores hacia ambos lados.
Al otro lado, tuve mi primera experiencia con una mezquita, Yeni Camii. Se supone que no es de las más importantes y me alegro. Me gusta que la experiencia vaya in crescendo. El sol del atardecer iluminaba la entrada, un muro, una escalinata, una puerta.
Al interior, un patio con una especie de fuente al centro (que luego aprendería que sirve para lavarse los pies) rodeado de una columnata abovedada como su fuera una stoa. Al frente, la entrada a la mezquita.
Hay que quitarse los zapatos antes de entrar y las mujeres tenemos que ponernos un pañuelo en la cabeza. Todo esto es parte de la experiencia de entrar en una mezquita. Desde la textura suave y acolchada de la alfombra en los pies descalzos, la luz, los patrones geométricos de azulejos en los muros, hasta los movimientos de los que rezan... Hay un silencio reverente que nada tiene que ver con el eco de los murmullos en una iglesia. La enorme ventaja de cubrir todo con alfombras.
Me quedé un buen rato, tomando fotos y disfrutando de la atmósfera. Luego de esto, toda la arquitectura occidental se ve en sepia. Acá hay rojo, dorado, azul. Es otro mundo.
Salí con los ojos llenos de dibujos geométricos fantásticos y decidí regresar al hotel por el puente Gálata. Era el atardecer. El puente tiene dos niveles, en el inferior hay una serie de cafés y lugares para fumar narguile. Con la luz anaranjada del cielo se ve increíble.
Regresé en el metro de Tünel y a pie por Istikal, una peatonal que une Taksim y Tünel, casi paralela a la avenida de mi hotel. Acá pasa todo: tiendas, cafés, espectáculos ambulantes y toneladas de turistas.