viernes, 28 de septiembre de 2012

Chicago: Crown Hall (L. Mies van der Rohe)






"Diseñado por Mies van der Rohe en 1956, Crown Hall representa sus conceptos arquitectónicos y teorías en su forma más completa y madura. [...] Es una expresión directa de la construcción y materialidad, que permite a la estructura trascender hacia el arte. Su refinamiento e innovación lo coloca entre los edificios más distinguidos de su tiempo y define su importancia en la historia de la arquitectura.

La planta libre, sin columnas, del piso principal del Crown Hall demuestra el innovativo concepto de Mies de crear un espacio universal que puede ser infinitamente adaptado para cambiar su uso. Sus dimensiones de 120 pies (36.60 metros) x 220 pies (67 metros), con un techo de 18 pies de altura (5.50 metros), permite desarrollar clases individuales simultaneamente y sin disrrupción, mientras que se mantiene la interacción creativa entre profesores y estudiantes."

http://www.iit.edu/arch/crown_hall/

lunes, 24 de septiembre de 2012

No son genios lo que necesitamos ahora (J. A. Coderch)

Al escribir esto no es mi intención ni mi deseo sumarme a los que gustan de hablar y teorizar sobre Arquitectura. Pero después de veinte años de oficio, circunstancias imprevisibles me han obligado a concretar mis puntos de vista y a escribir modestamente lo que sigue:

Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía un consejo: "Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas." También le decía: "Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves." Un hombre; no decía siquiera un arquitecto.

J. A. Coderch, casa Ugalde (afasiaarq.blogspot.com)
No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido tradicional). Necesitamos aprovechar lo poco que de tradición constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera significación.

Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (con mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).

Tengo el convencimiento de que cualquier arquitecto de nuestros días medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración o finalidad, sólo en apariencia de orden superior.

Creo que nacerá una auténtica y nueva tradición viva de obras que pueden ser diversas en muchos aspectos, pero que habrán sido llevadas a cabo con un profundo conocimiento de lo fundamental y con una gran conciencia, sin preocuparse del resultado final que, afortunadamente, en cada caso se nos escapa y no es un fin en sí, sino una consecuencia.

Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras e ideas huecas y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza, más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo; trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana, el derecho a equivocarse -capa que cubre tantas cosas-, con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frío cálculo del trepador. Imagino a la sociedad como una especie de pirámide, en cuya cúspide estuvieran los mejores y menos numerosos, y en la amplia base las masas. Hay una zona intermedia en la que existen gentes de toda condición que tienen conciencia de algunos valores de orden superior y están decididos a obrar en consecuencia. Estas gentes son aristócratas y de ellos depende todo. Ellos enriquecen la sociedad hacia la cúspide con obras y palabras, y hacia la base con el ejemplo, ya que las masas sólo se enriquecen por respeto o mimetismo. Esta aristocracia hoy prácticamente no existe, ahogada en su mayor parte por el materialismo y la filosofía del éxito. Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la Ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan. Cada uno de nosotros, si tenemos conciencia de ello, debemos individualmente constituir una nueva aristocracia. Este es un problema urgente, tan apremiante que debe ser acometido en seguida.Debemos empezar pronto y después ir avanzando despacio sin desánimo. Lo principal es empezar a trabajar y entonces, sólo entonces, podremos hablar de ello.

Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.

Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra sociedad materialista. Luego nos lamentamos de que ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas casi sin excepción en todo el mundo, de que se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.

Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto acerca de los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. ¿No es extraño que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equívocas y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo?

¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación?

Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí que, esto sí, está al alcance de todos nosotros.

Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o mejor dicho, las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los arquitectos quieren ganar mucho dinero, o ser Le Corbusier; y esto el mismo año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así.

La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura es patrimonio de casi todos, y esto no lo aceptamos, como no aceptamos tampoco el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos.

Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que eran aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables, y la organización de la sociedad tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía, por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía; así, la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con lentitud y colmándose de la vida colectiva. Rara vez existía ligereza, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases, que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. A veces, pero no con frecuencia, se planteaban problemas de crecimiento, pero afortunadamente sin esa sensación, que hoy no podemos evitar, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de prever como no sea a muy corto plazo.

Hoy día, las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre, como la del dinero, pasando sobre todo por la de la inteligencia, la de la política y la de la Iglesia o Iglesias, salvo rarísimas y personales excepciones, contribuyen decisivamente, por su inutilidad, espíritu de lucro, ambición de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades al desconcierto arquitectónico actual.

Por otra parte, las condiciones sobre las cuales tenemos que basar nuestro trabajo varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, económicos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etcétera, que pueden modificar de forma imprevisible la faz y la estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo.

Como he dicho ya en líneas anteriores, no tenemos la clara tradición viva, qué es imprescindible para la mayoría de nosotros. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que, indudablemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino imprescindible que haya de seguir la gran mayoría de los arquitectos que ejercen su oficio en todo el mundo. A falta de esta clara tradición viva y en el mejor de los casos se busca la solución en formalismos, en la aplicación rigurosa del método o la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo, ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras, nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de pensar), nuestra ambición y nuestra ligereza.

Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en "slogans" como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros. Y aquí vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción.

José Antonio Coderch. Domus, noviembre, 1961.
Tomado de www.unav.es

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Enseñanza de la arquitectura (R. Salmona)

Rogelio Salmona - Residencia 'El Polo'

"Yo creo que la cultura en Colombia, en las ciudades colombianas, como en todo el suelo latinoamericano, no juega absolutamente ningún papel. Hay gente que tiene un cierto grado de cultura, pero no hay ni una cultura urbana, ni una cultura en los campos; lo que se está formando en este momento es una serie de "conglomerados" completamente anárquicos, producto de una serie de necesidades, de una mayor búsqueda de libertad por la cual se busca la ciudad como una gran "ilusión". Pero la ciudad latinoamericana no está respondiendo, ni en su historicidad, ni en su especificidad, ni en su espacio físico, que podría ser un espacio muy coherente para radicalizar todos los problemas culturales, sociales y humanos de la gente, no está respondiendo a las necesidades que la gente busca en ella. Es decir. hay una ilusión de la ciudad -y no en el sentido en que la podría tener la gente en los paises más desarrollados-, la ciudad para ellos es algo muy concreto, tiene un atributo muy preciso, muy real, inclusive un atributo creativo. En Colombia, especialmente, que es un país en el que se están desarrollando ciudades en una forma gigantesca, se están desarrollando ciudades viejas y a la vez ciudades nuevas, lo están haciendo en una forma en que se ignora a qué corresponde el hecho de vivir en la misma ciudad, el hecho urbano. Lo desconocen porque no hay una cultura ni un lenguaje urbano adecuado, que corresponda, precisamente, a las necesidades y al lenguaje que habla la gente. Es decir, que la gente, en este momento, está en un proceso de aculturación, pero al mismo tiempo que está urbanizando todo, este país se está ruralizando en el peor sentido de la palabra. Quiero decir, algunas tradiciones que existían en el campo se están perdiendo ante la atracción que ejerce la ciudad para ellos, aunque la ciudad no esté respondiendo -y por consiguiente la arquitectura ni el urbanismo- a esas necesidades fundamentales de los grupos sociales que llegan a ella.

[...]

La crítica a la enseñanza da la arquitectura y el urbanismo que yo podría hacer sería total. Me parece que las escuelas son completamente absurdas. Primero, están ligadas al concepto de que la arquitectura es "obra de arte". Yo estoy de acuerdo en que es obra de arte, pero es mucho más que eso. Segundo, la arquitectura se enseña en función de ese concepto que se tiene precisamente de la ciudad del siglo XIX, rota por un fenómeno de mecanización, es decir, la arquitectura se está enseñando para resolver estrictamente problemas de orden funcional, y la ciudad, naturalmente, es mucho más que eso. La enseñanza puramente académica, llamémosla "moderna", porque se supone que sea moderna, y creo que es tan antigua como la de la Escuela de Bellas Artes de París, puesto que son los mismo criterios, la misma actitud de- ver problemas puramente plásticos, independientemente de todos los problemas humanos que tanto deben preocupar a la arquitectura y al urbanismo. El urbanismo, además de eso, tiene una enseñanza aún más minimizada que la de la arquitectura porque hay menos urbanistas que arquitectos, y eso se entiende porque, precisamente, como es el caso del arquitecto peruano, se supone que las ciudades pueden ser cosas espontáneas. Yo estoy de acuerdo en que debe haber una espontaneidad de la ciudad, pero esa espontaneidad se está produciendo sencillamente porque no hay una visión global, más o menos justa, de las necesidades de esa ciudad en desarrollo, producto del impacto de una migración. No hay medios, ni intelectuales ni técnicos, para poderlo resolver, para adecuar la ciudad a las necesidades de ese impacto. Entonces, las ciudades, sencillamente, se van formando de una manera espontánea, lo que acarrea una serie de problemas increlbles, como los tiene Lima. Y naturalmente, hoy se trata de hacer un poco de romanticismo y de decir: "las ciudades que nacen espontáneamente..." Eso, en el fondo, no son sino "tugurios oficializados" en los cuales, después, hay que poner luz, agua, alcantarillas, problemas de tipo técnico, como acueductos. Se cree que resolver el problema urbano es resolver una serie de problemas técnicos; entonces, simplemente, se admite que la ciudad que crece espontáneamente es la forma nueva que debe tener la ciudad en América Latina o en el Tercer Mundo. Cosa que es ya un error. Porque se ha demostrado que, finalmente los tugurios, aunque tengan un aspecto más humano -porque precisamente hay más "solidaridad" en ellos ya que las necesidades condicionan a la gente- que los barrios perfectamente planificados, están mal planificados, por que no es una planificación sino un simple parcelamiento lo que se está haciendo. Se está pensando en las urbanizaciones en función de la rentabilidad que puedan producir. Por eso mismo adquieren un aspecto un poco más humano, un poco más vivo, un poco más urbano que esas urbanizaciones que se hacen sencillamente para obtener más rentabilidad o para especular. Es la única diferencia positiva que le veo yo al hecho de la mala urbanización.

Ahora, las escuelas de arquitectura siguen enseñándola fuera, precisamente, de ese concepto, siguen ligadas a las escuelas de Bellas Artes cuando tendrían que estar ligadas más bien a las escuelas de ciencias sociales. Es decir, es inconcebible hacer grandes planes de viviendas -puesto que es el fin mismo y es la necesidad primordial que hay que resolver en estos países- como un juego abstracto de volúmenes muy bien distribuidos los unos con los otros; hay que hacer encuestas entre la gente, ver cuáles son las necesidades, cuál es el espacio más adecuado, de acuerdo inclusive con las categodas sociales y pensar cómo las distintas categorías sociales y económicas pueden integrarse entre sí. Esta mezcla de categorías se produce, quizás en gran parte, dado el proceso migratorio en estas ciudades. En las ciudades colombianas hay una gran movilidad poblacional -hablo de este caso porque es el que conozco- y hay que buscar la manera de que lentamente se vayan integrando esas diferentes categorías, unas con otras. Buscar elementos que unan un fenómeno con otro fenómeno, puesto que se tiene gente que emigra, se queda cuatro años en un sitio, luego busca trabajo en otro y lentamente se va integrando a la vida social, a la vida urbana. Ahora, la misma vida urbana tiene que cambiar en función de las características de esa gente que cada día se vuelve más numerosa. Esa enseñanza no se está dando. La que se da es una enseñanza académica con un pequeño aspecto técnico mal enseñado porque el arquitecto tampoco es un técnico. Para ser técnico tendría que estudiar la técnica con mucha serenidad, y no lo puede hacer... Además, aquí existe el caso de que los arquitectos, en vez de "pensar" la arquitectura, de pensar la ciudad, piensan en unos planos, figuras abstractas, que después construyen. Son malos constructores y malos creadores. Y la arquitectura resulta muy ambigua y la ambigüedad se ve en todas las ciudades de Colombia."

Bayón, Damian; Gasparini, Paolo (1977) Panorámica de la arquitectura Latinoamericana. Barcelona: Editorial Blume / Unesco.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Centro Cívico de Lima (en construcción)

Lima, Centro Cívico en construcción.

Arquitectos: A. Cordova, J. Crousse, J. García Bryce, M. A. Llona, G. Málaga, O. Núñez, S. Ortiz, J. Páez, R. Pérez León y C. Williams.






Bayón, Damian; Gasparini, Paolo (1977) Panorámica de la arquitectura Latinoamericana. Barcelona: Editorial Blume / Unesco.
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