En esas extrañas
coincidencias que a veces se presentan, estos últimos días he estado reflexionando sobre el viaje. Mejor dicho, el Viaje, en abstracto o, más precisamente, sobre el acto de viajar.
El lugar es sólo un pretexto para la existencia del camino.
En esto creo completamente. La reflexión al respecto, aún si no es nueva, fue vuelta a sacar a la superficie durante un almuerzo familiar. Una persona preguntaba cuál es la mejor manera de conocer Europa para quien nunca ha estado y se dieron dos opiniones opuestas. Por un lado, los que opinaban que lo mejor era tomar un tour completamente armado y organizado de modo tal de no "perder tiempo" para llegar a los puntos importantes. "No pierdes tiempo", argumentaba yo, "lo inviertes en conocer la ciudad, la gente, los sistemas..."
Creo que lo genial de
Eminönü no se percibiría si sólo nos colocaran ahí en un bus en el que, seamos honestos, probablemente nos dormiríamos. La Torre Eiffel puede ser espectacular, pero lo es más aún cuando se llega caminando por las calles rectas de Paris que organizan sus remates en función de ésta. La via della Conciliazione puede haber sido una arbitrariedad más, pero qué manera tan imponente de acercarse a una de las plazas más apabullantes del mundo... y finalmente, la mejor cama es aquella a la que se llega luego de haber caminado muchísimo.
Esto nos lleva al ejemplo concreto: grupo de estudiantes de mitad de carrera de arquitectura, rumbo a
Antioquia, Huarochirí (Lima). En el bus, al inicio, todos muy animados miraban por la ventana, preguntaban y comentaban lo que veían. Cuando el camino se empezó a poner algo monótono, todos nos sumergimos en una especie de modorra interrumpida de cuando en cuando por los
click de las cámaras de fotos. Yo misma creo que me había dormido cuando el bus se detuvo. Miré por la ventana y no reconocí nada que indicara que habíamos llegado al destino.
"Bloqueo de carretera," dijo el chofer, y bajó a averiguar hasta qué punto era grave.
Lo era. Las opciones eran quedarnos a esperar que se abriera el tramo, unas tres horas en el mejor de los escenarios, o caminar los cerca de 12 kilómetros que nos separaban de nuestro destino. Éste grupo parece ser inusualmente inquieto, así es que decidimos caminar.
Resumiendo, las experiencias de cruzar el bloqueo y llegar al pueblo incluyen una semi-bañada en el río, el pase por un camino de cascajo entre enorme maquinaria de carretera, la escalada de un cerro para evitar más maquinaria y el habernos subido las 12 personas que éramos en una sola
station wagon con el fin de llegar a nuestro destino al mismo tiempo.
El regreso añadió a la experiencia increíbles nubes de polvo y la sensación de estar viendo tierra, comiendo tierra y respirando tierra.
Y luego piden a los arquitectos que conozcan la zona en la que intervendrán y que se familiaricen con sus características... Estoy convencida que desde el bus nunca hubiéramos sabido que refrescante puede ser el agua del río y qué importante es, no sólo como fuente de abastecimiento, o configuradora del espacio y de la geografía, sino como punto de referencia y compañera de viaje. La vegetación ha quedado dividida mentalmente entre la que da sombra y la que no; el suelo entre el que tiene polvo y el que no. El viento es mucho más fuerte de lo que esperábamos, pero viene básicamente de una misma dirección; el calor es fuerte, pero el viento lo contrarresta bien; el sol es terrible(mente bueno y malo).
No nos perdimos... nos encontramos frente a un bloqueo imprevisto. Y seguimos viajando. Algunos miembros del grupo no han conocido el terreno que hemos terminado eligiendo, pero todos hemos conocido los caminos y las formas: el entorno. Quiero creer que el proyectar, con esta información, puede ser una experiencia un poco más rica.