Empecé el día temprano y fui caminando tranquilamente hasta el Palacio Topkapi. O, mejor dicho, caminé un rehuevo durante casi una hora hasta el Palacio Topkapi.
Cuando vi que la entrada costaba 20TL (10€) me dio un ataque de tacañería que felizmente pude remontar, porque hubiera sido el máximo de las estupideces no entrar.
Si supiera algo de la historia del Topkapi lo escribiría, pero no es el caso. Hace un tiempo que vengo pensando que entrar a un lugar sin saber de él tiene su gracia. Una puede concentrarse más en la experiencia y en las sensaciones que en andar revisando el fichero mental. Digamos que era el lugar desde donde el sultán manejaba los asuntos de su Imperio y donde, además, vivía con sus esposas.
El palacio, bastante enorme, ocupa uno de los mejores lugares del plantea Tierra: Eminönü. Desde la punta de esa península o, mejor dicho, desde el interior del Topkapi, se domina el Mar de Marmara, el ingreso al Bósforo y el Cuerno de Oro, así como las regiones de Beyoğlu (La Pera) y Üsküdar (el lado asiático). Nada escapaba a los ojos del sultán.
Es un enorme jardín amurallado en el que se posan edificios y pabelones de épocas y estilos muy distintos. Sin embargo, lejos de verse desordenado, el efecto es el de una historia que se estuviera narrando a través de la arquitectura. ¿Qué cosa tienen en común? El impecable manejo de interior-exterior, el uso de la luz en mil y una maneras distintas, el ornamento que cubre gran parte de las superficies, los colores. Estamos hablando de columnatas tipo loggia, aleros, terrazas, vitrales, vanos hexagonales en las cúpulas, azulejos, pinturas murales, madera tallada, caracteres árabes.
Dentro del palacio está el Harem; nueva querella con mi propia tacañería, pues entrar tiene un costo adicional. Sin embargo, ni bien entré en el primer recinto - el patio de las habitaciones de los eunucos - supe que había valido la pena.
Es una sucesión de patios, corredores, habitaciones y salones, todos decorados ya sea con mosaicos, vitrales, azulejos, cúpulas, luz o maravillosas combinaciones de todo ello. En donde nuestra cultura occidental nos hubiera obligado a colocar al escultura de una venus o un fresco de una escena campestre con todo y cesta de pic-nic, el refinamiento y la abstracción oriental colocan intrincados diseños geométricos como laberintos, juegos de luces y sombras, patrones vegetales. Y el efecto final es mucho más expresivo. Uno puede simplemente perderse al mirar un azulejo o los incomprensibles caracteres árabes.
Estuve vagando por el palacio un buen rato, dejándome sorprender con cada nuevo pabellón, aunque luego del Harem la impresión quedó un poquito diluida. El jardín en sí tiene terrazas estratégicas desde donde mirar el mar... parece mentira que ésto que acá llaman Bósforo o Cuerno de Oro sea en realidad el mismo mar que nosotros llamamos Pacífico.
Mi única desilusión en Estambul ha sido Santa Sofía (Ayasofya o Haghia Sophia). Tal vez nunca le presté la debida atención a las fotos, pero yo siempre había pensado que ésta sería una especie de versión justiniana de San Marco en Venezia, es decir, con un gran despliegue de mosaico. Tremendo chasco.
No sé qué fue más nocivo para la pobre Santa Sofía, que la convirtiera en mezquita, y que con ello eliminaran el arte figurativo existente casi del todo, o que la convirtieran luego en museo, con lo que destruyeron tu atmósfera. La sensación en su interior es un poquito como la que se tiene en San Pedro del Vaticano, ruidoso y lleno de turistas. En Santa Sofía ya no quedan rastros del lugar santo que una vez fue.
A todo esto súmense los trabajos de restauración que han requerido la colocación de un inmenso andamio que cubre casi la mitad del espacio central y la cúpula.
Pero no todo estuvo mal. El espacio en sí es espectacular, enorme, aunque un poco menos luminoso de lo que me esperaba y me encantó subir al triforio. En él, dos mosaicos y al salir, otro más. Eso es todo lo que queda de lo que deben haber sido imágenes bizantinas espectaculares.
A la salida fui caminando hacia el Gran Bazar. Almorcé un Simit, que estos días se volvería la base de mi pirámide alimenticia: es una rosca cubierta de ajonjolí, tan maciza que, eventualmente, uno se cansa de masticarla.
El Gran Bazar es... enorme. Probablemente uno de los mejores ejemplos de cómo en İstanbul conviven oriente y occidente. Hay puestos de lámparas de vidrio de colores, joyas, alfombras, polos 'Tonny Hilfiger', zapatos, zapatillas, casas de cambio... El merhaba se mezcla con el what can I do for you y la gente come Kebab y Cheeseburger.
Si supiera algo de la historia del Topkapi lo escribiría, pero no es el caso. Hace un tiempo que vengo pensando que entrar a un lugar sin saber de él tiene su gracia. Una puede concentrarse más en la experiencia y en las sensaciones que en andar revisando el fichero mental. Digamos que era el lugar desde donde el sultán manejaba los asuntos de su Imperio y donde, además, vivía con sus esposas.
El palacio, bastante enorme, ocupa uno de los mejores lugares del plantea Tierra: Eminönü. Desde la punta de esa península o, mejor dicho, desde el interior del Topkapi, se domina el Mar de Marmara, el ingreso al Bósforo y el Cuerno de Oro, así como las regiones de Beyoğlu (La Pera) y Üsküdar (el lado asiático). Nada escapaba a los ojos del sultán.
Es un enorme jardín amurallado en el que se posan edificios y pabelones de épocas y estilos muy distintos. Sin embargo, lejos de verse desordenado, el efecto es el de una historia que se estuviera narrando a través de la arquitectura. ¿Qué cosa tienen en común? El impecable manejo de interior-exterior, el uso de la luz en mil y una maneras distintas, el ornamento que cubre gran parte de las superficies, los colores. Estamos hablando de columnatas tipo loggia, aleros, terrazas, vitrales, vanos hexagonales en las cúpulas, azulejos, pinturas murales, madera tallada, caracteres árabes.
Dentro del palacio está el Harem; nueva querella con mi propia tacañería, pues entrar tiene un costo adicional. Sin embargo, ni bien entré en el primer recinto - el patio de las habitaciones de los eunucos - supe que había valido la pena.
Es una sucesión de patios, corredores, habitaciones y salones, todos decorados ya sea con mosaicos, vitrales, azulejos, cúpulas, luz o maravillosas combinaciones de todo ello. En donde nuestra cultura occidental nos hubiera obligado a colocar al escultura de una venus o un fresco de una escena campestre con todo y cesta de pic-nic, el refinamiento y la abstracción oriental colocan intrincados diseños geométricos como laberintos, juegos de luces y sombras, patrones vegetales. Y el efecto final es mucho más expresivo. Uno puede simplemente perderse al mirar un azulejo o los incomprensibles caracteres árabes.
Estuve vagando por el palacio un buen rato, dejándome sorprender con cada nuevo pabellón, aunque luego del Harem la impresión quedó un poquito diluida. El jardín en sí tiene terrazas estratégicas desde donde mirar el mar... parece mentira que ésto que acá llaman Bósforo o Cuerno de Oro sea en realidad el mismo mar que nosotros llamamos Pacífico.
Mi única desilusión en Estambul ha sido Santa Sofía (Ayasofya o Haghia Sophia). Tal vez nunca le presté la debida atención a las fotos, pero yo siempre había pensado que ésta sería una especie de versión justiniana de San Marco en Venezia, es decir, con un gran despliegue de mosaico. Tremendo chasco.
No sé qué fue más nocivo para la pobre Santa Sofía, que la convirtiera en mezquita, y que con ello eliminaran el arte figurativo existente casi del todo, o que la convirtieran luego en museo, con lo que destruyeron tu atmósfera. La sensación en su interior es un poquito como la que se tiene en San Pedro del Vaticano, ruidoso y lleno de turistas. En Santa Sofía ya no quedan rastros del lugar santo que una vez fue.
A todo esto súmense los trabajos de restauración que han requerido la colocación de un inmenso andamio que cubre casi la mitad del espacio central y la cúpula.
Pero no todo estuvo mal. El espacio en sí es espectacular, enorme, aunque un poco menos luminoso de lo que me esperaba y me encantó subir al triforio. En él, dos mosaicos y al salir, otro más. Eso es todo lo que queda de lo que deben haber sido imágenes bizantinas espectaculares.
A la salida fui caminando hacia el Gran Bazar. Almorcé un Simit, que estos días se volvería la base de mi pirámide alimenticia: es una rosca cubierta de ajonjolí, tan maciza que, eventualmente, uno se cansa de masticarla.
El Gran Bazar es... enorme. Probablemente uno de los mejores ejemplos de cómo en İstanbul conviven oriente y occidente. Hay puestos de lámparas de vidrio de colores, joyas, alfombras, polos 'Tonny Hilfiger', zapatos, zapatillas, casas de cambio... El merhaba se mezcla con el what can I do for you y la gente come Kebab y Cheeseburger.
Tenía un peregrinaje privado que hacer. Una mezquita conocida como la 'pequeña Ayasofya', de nombre cristiano San Sergio y San Baco (que eran los santos patrones del ejército del imperio Romano, cuando se hizo cristiano). Junto a su hermana mayor y a San Vitale en Ravenna, completa el trío de las iglesias construidas bajo la dirección de Justiniano.
Llegar desde el Gran Bazar fue un poco complicado, por decir lo menos. Anduve caminando por callejuelas en bajada jasta que llegué casi al mar, no por el lado del Cuerno de Oro, sino por el Marmara.
Nunca había visto una foto del estado actual de este edificio. De hecho, yo pensaba que estaba prácticamente en ruinas. En realidad está completamente restaurado y funciona - cómo no - como una mezquita. Antes de llegar hay un patio con una columnata alrededor con locales para tomar çay. La prueba de que este sitio está completamente fuera de la ruta turística es que cuando me asomé por ahí, todos los presentes dejaron congeladas sus partidas de Backgamon y, con las tazas de té a medio camino entre la mesa y la boca, se pusieron a mirarme como si fuera una extraterrestre.
Tuve mucha suerte porque llegué 15 minutos antes del cierre de la mezquita. De hecho pedí al cuidador que me diera 5 minutos más para subir al triforio (o como se llame en una mezquita), y muy amablemente me los dio, junto con una explicación de la que no entendí más que un par de palabras.
Al rededor de la estructura hay un cementerio musulmán. Al principio no entendí bien de qué se trataba, todo estaba escrito en caracteres árabes. Las lápidas, blancas, son elementos alargados que más que tumbas, parecen señalar puntos específicos, como hitos.
Estaba bastante cansada, había estado caminando desde las 8:15 y ya era pasadas las 3, pero tenía una misión: ir a la estación de tren a reservar mi puesto en el tren a Kayseri. La estación que queda en Asia. Subí al ferry y disfruté la cruzada del Bósforo apoyada frente a la corriente de aire de mar.
"Asia a un lado,
al otro Europa
y allá, a su frente,
Estambul."
Aunque en realidad mi ferry iba en la dirección opuesta a la del velero bergantín del pirata de Esponceda.
En Turquía no siempre es sencillo hacerse entender y mis primeros pasos por suelo asiático fueron un botón de muestra. Perdida como huevo en ceviche no tenía idea de qué hacer para llegar a la stasyon. Finalmente un mesero que balbuceaba inglés me sugirió ir en Taksi, que es casi tan barato y casi tan caótico como en Lima.
La estación es tal y como imaginé que podía ser: antigua, con trazas de lujo aquí y allá, y no muy grande. La mala noticia, el tren Estambul - Kayseri demora 18 horas. Cachetada mental para la ingenua que no hizo su tarea de geografía.
Debo admitir que ese trayecto me daba un poco de miedito. Por el momento sólo podía tomar algunas precauciones: llenar la mochila de víveres estilo Rosalba, cargar el iPod y comprar un libro. Si muero, pensé, al menos no será de aburrimiento.
Golpe de suerte al salir de la estación, nuevamente perdida - esta vez como Adán en el día de la madre - encontré de casualidad un bus que iba a Taksim... Taksim como quien dice al lado de mi hotel. Subí, pagué, dormité y crucé de Asia a Europa por tierra. Por un puente. Eso sí que es surreal.
Notas:
Info sobre el Palacio Topkapi: http://en.wikipedia.org/wiki/Topkap%C4%B1_Palace
Info sobre la pequeña Ayasofya: http://es.wikipedia.org/wiki/Iglesia_de_los_Santos_Sergio_y_Baco
muy amena y sencilla forma de narrar. crece y crece mi interés por conocer esa ciudad
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