viernes, 5 de junio de 2009

Estambul (III)



Domingo 24 de mayo, 2009.

Después del cansancio total del día anterior, esta vez decidí tomarme las cosas con mucha calma. De hecho, salí del hotel cerca de las 10 y llegué a la zona histórica en tranvía.

Empecé por la Mezquita Azul
o Sultanahment Camii. Después de la Meca, éste es el segundo lugar de oración musulmana más grande del mundo. Había cuchumil turistas, pero no molestaban de la manera como se siente en Santa Sofía. Al ingreso, donde uno se saca los zapatos, había una serie de panfletos sobre el Islam que te pedían que cojas. Explican cosas de religión, del Qur'an (el Corán), de la vida de Mahoma. En la misma mezquita un cartel sugería visitar el "Muslim Information Center".

Fui con mucha curiosidad. Era una especie de oficina en uno de los laterales, dentro del espacio de la mezquita, y habían sofás bajos a todo lo largo de dos paredes, una frente a la otra. Más que sofás diré que eran cojines. En uno estaba sentado un hombre joven con una lap top, en el otro me senté yo. El tipo
, que resultó siendo un imam (equivalente musulmán del sacerdote) fue muy amable y paciente con mis preguntas.


Lo primero que quise saber es la razón de ser de la escalera que está siempre al lado derecho del mihrab. Me contó que durante la oración de los viernes, el imam da un sermón desde lo alto de esa escalera, para que lo vean mejor. Ahora que lo pienso, efectivamente el Islam tiene absolutamente otro concepto. Yo había pensado que esa escalera era para algún tipo de "bajada ceremonial" de algún funcionario importante.

En el Islam no hay funcionarios importantes, no hay Papas y no hay intermediarios entre el ser humano y Dios. No hay confesión y no hay bautismo.
Incluso Mahoma, me aclaró el imam, había sido un hombre común y corriente a quien Allah habló. Él transcribió las palabras de Dios en primera persona, tal y como se las dijeron. Mientras la Biblia relata hechos de otros, el Qur'an es Dios en persona, hablando.

Para el Islam Jesús fue otro profeta, como Abraham e Isa
ías. Todos hombres como cualquiera, a quien Dios habló. El último de de estos profetas sería Mahoma.

Luego le pregunté por la razón de la ve
stimenta de las mujeres, casi totalmente tapadas. Lo impecable de su explicación hasta ese momento se empezó a embarrar ante esta pregunta. Dijo que el objetivo era disminuir las distracciones en el momento de la oración. Se me ocurrieron mil argumentos para replicar, pero no estaba en ánimo belicoso, así es que seguí escuchando. Entonces se puso a hablar de adulterio, de la importancia de la familia como unidad. Dijo que, como Mahoma, los imam también pueden casarse y formar una familia.

"A Dios le gusta el orden."

Esa frase se me quedó tatuada en el
cerebro y es probablemente la mejor explicación de la arquitectura islámica, de la sucesión de cúpulas, de los intrincados patrones geométricos. A Dios le gusta el orden.

Salí de la mezquita con una maravillosa sensación de paz. Islam, después de todo, significa paz.

A pesar de los cuchumil turistas, mientras caminaba tranquilamente con Ayasofya delante y disfrutando de la nitidez de un día con sol, pensaba cómo el cielo, los árboles, los juegos de agua, te hacen sentir esa paz tan especial que, en realidad, nada tiene que ver con religiones si no, tal vez, con espiritualidad.
Me tocaba ahora ir a la basílica cisterna. El nombre es engañoso. Como las basílicas romanas, esta no tiene nada que ver con religión. Es... eso: una cisterna. Un espacio enorme, bajo tierra, con columnas con una sala hipóstila, capiteles de imposta que sospecho que vienen de expolios (o sea, de otros templos) y agua. Fue mandada a hacer por mi querido Justiniano en el siglo 6.


El espacio es absolutamente sorprendente, no tanto por las variaciones de altura, que o las hay, ni por los capiteles, sino por la sensación provocada por lo rítmico de la estructura, que parece duplicarse con el reflejo del agua, la falta de ornamento, el goteo, el eco, la humedad. Aunque no fue hecho pensando en personas caminando, es uno de los espacios más impresionantes en los que he estado. Claro que acá, en la cisterna, el m
érito es en gran parte de los restauradores que han sabido combinar un recorrido que no interrumpe el ritmo de la estructura, sino que la pone en evidencia, y una iluminación que parece alardear sobre el hecho que todo este espacio, en algún momento, estuvo lleno de agua.

Luego de la cisterna me puse a pasear por la zona turística. Comí un sándwich de atún y verduras en el portal de una tienda cerrada, disfrutando de la experiencia. Después de todo, ¿cuál es el punto de viajar con prisa?

Quise ir luego a la mezquita de Sulleyman y en el camino encontré una pequeñita de ladrillo, Kalenderhane Camii. Al entrar me di cuanta que ésta también había sido una igl
esia transformada. El mihrab no está alineado con el eje de la construcción, así como el diseño de la alfombra. Ambos están un poco girados. El sitio estaba vacío y nuevamente no pude dejar de sentir la paz y tranquilidad aún con la escasez de ornamento y color. Es un buen espacio.


El camino a Sulleyman Camii también tuvo sus encantos. En Estambul a penas uno se aleja de una cella de recorridos históricos, todo cambia. La atmósfera, los edificios, la gente... me hace pensar un poco en el centro de Lima y sus calles laterales.

La dichosa mezquita estaba en restauración, así es que sólo pude ver el exterior y el jardín. Y una mínima fracción del espacio interior, adecuada para la oración. Me llamó la atención la falta de turistas. Tal vez es de conocimiento público que esta mezquita está cerrada.

Alrededor había un cementerio, bastante más grande que el de la pequeña Ayasofya, con tumbas lujosas de diferentes tamaños. No tiene mucho en común con los cementerios occidentales, que parecen ciudades en miniatura. Acá las lápidas ocupan el terreno en un alegre desorden y como parece que no hubiera medidas estándar, el aparente caos es mayor.

Seguí caminando y esta vez por una avenida aún menos turística, comercial, tipo la Av. Brasil en Lima, con galerías y gente común disfrutando la tarde dominical. Me encanta que Estambul no duerma los domingos.

Llegué a una mezquita más, Şehzadebaşi Camii, que me dejó sin palabras por la blancura del patio de entrada y la columnata. Sin necesitdad de entrar o ver el mihrab había un claro tono "sagrado" en ese espacio.


Quedaba aún una mezquita extra, Fathi Camii, pero decidí no entrar. El exterior estaba lleno de gente de paseo dominical y me preocupó un poco el aire de "no turístico". Además, me estaba cansando.

De todos modos caminé bajo el acueducto y a lo largo de una paralela a Atatürk Blv. en dirección al puente. Era una calle casi completamente peatonal, con un agradable aire de barrio, negocios a ambos lados, casas de çay y mucha gente. Se vendían quesos, especias, carne... Sonreí ante lo vivo del lugar, ante el aire de cotidianidad o de pausa dominical, y por un instante me sentí parte de todo eso.

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