"El tipo de fronteras que más crece es el de las fronteras urbanas que los ricos levantan para excluir a los pobres. Este es el fenómeno del urbanismo contemporáneo realizado más inquetantemente: las urbanizaciones exclusivas, mal llamadas barrios cerrados o gated communities (ya que ni son barrios ni son comunidades), que, con muy diversas morfologías, proliferan en el mundo y que en cada lugar encuentran referencias reales o ficticias. Surgen de la obsesión manipulada para defenderse de la inseguridad y en ellas se aíslan clases sociales afines en condiciones cerradas. Ello tiene manifestaciones muy diversas, desde los barrios para las élites, fuertemente amurallados y vigilados, hasta las soluciones más chapuceras de las barriadas con vallas que cierran y policías privados que vigilan calles que habían sido públicas, como en Ciudad de México, en San Juan de Puerto Rico o en Manila. Estos monstruos urbanos surgen en los países y ciudades donde las desigualdades económicas son mayores [...].
Las urbanizaciones cerradas más emblemáticas en América Latina, por su ambición, tamaño y diseño, como Nordelta cerca de Buenos Aires y Alphaville en las afueras de São Paulo, representan las tendencias de los privilegiados, las nuevas clases medias que levantan muros para intentar salvar su mundo con exclusividades y comodidades, frente a los otros que quedan excluidos y discriminados: una quinta parte de los habitantes del planeta intenta defenderse de la miseria de las otras cuatro quintas partes.
[...] Es especialmente grave por constituir un atentado contra la vida pública y comunitaria, y es un nefasto precedente en relación con la justicia. La urbanización cerrada se gobierna según sus propias normas internas, el estatuto del condominio, rechaza las leyes estatales y municipales y evita contribuir con sus impuestos en las obras colectivas del término municipal donde se radican. En caso de conflicto o delito, la comunidad cerrada tiende a evitar que los instrumentos de orden jurídico y constitucional entren en su propiedad, y frena el acceso a policías, jueces o representantes de la Administración. En definitiva, las urbanizaciones cerradas se han convertido en el mayor atentado a lo urbano y en el mayor obstáculo para la generalización de los derechos humanos. Al rechazar las luchas por la igualdad de derechos y contra la discriminación, la urbanización cerrada se levanta como frontera contra el compromiso internacional de los derechos definidos en 1948. Frente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el barrio cerrado reivindica sus propias leyes y normas, al marginarse y al proclamar la exclusión como emblema. En cierta manera, el barrio cerrado no deja de ser una versión voluntaria y lujosa de una prisión."
Montaner, Josep Maria; Muxí, Zaida (2012) Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos. Barcelona: Gustavo Gili. pp 88-89.