Felizmente no es muy frecuente, pero eso no lo hace menos irritante. Artículos, editoriales, blogs y discursos insondables, llenos de palabras de muchas sílabas, adjetivos innecesarios y sinónimos extraños de cosas que podrían decirse con mayor simpleza. Para quienes practican esto, la economía de palabras es innecesaria; y la redundancia, una herramienta.
Se pueden dar dos situaciones:
- Decir en "difícil" algo que podría decirse con menos palabras y menor complejidad. Así, en lugar de decir "los arquitectos se vuelven críticos", se dice "los arquitectos devienen críticos". No tengo nada en contra de la palabra "devenir". Al contrario. Pero cuando el discurso está plagado de este tipo de sinónimos rebuscados, su comprensión se hace más difícil y pesada.
- En realidad, no decir nada. Sólo llenar el vacío de términos rimbombantes que, todos juntos, parecen tener sentido, pero que no transmiten nada.
Y hay una tercera situación. En una especie de horror al vacío verbal, se decide llenar eso que se va a decir de adjetivos que muchas veces son hasta repetitivos. "Los alumnos están angustiados, temerosos y asustados." (¿Cuál es la diferencia entre "temerosos" y "asustados" en esa frase? ¿Era necesario colocar las dos palabras?)
La gran pregunta es ¿por qué? ¿Por qué complicar el discurso cuando las cosas pueden ser dichas con facilidad?
Se me ocurren algunas ideas.
Como el niño que aprende una palabra nueva, nos gusta jugar con ciertos términos, darles vuelta y demostrar que los conocemos en cuanta oportunidad se nos presente. O, nos gusta sentirnos eruditos, sofisticados, mediante el uso de palabras rebuscadas que no todos van a entender.
O, el más perverso de los motivos, queremos conscientemente excluir de nuestro discurso a personas que no estén preparadas, que no sean lo suficientemente cultas como para entendernos. Pretendemos, entonces, que lo que digamos se vuelva un equivalente de cierto arte conceptual, que requiere de explicaciones para ser entendido; creemos que los términos oscuros convierten a nuestro discurso en un representante digno de la "alta cultura"... sofisticadísimo.
El problema mayor, finalmente, no es el habla rimbombante en sí. Si te gustan los sinónimos, úsalos. Si tienes una especial preferencia por las palabras esdrújulas, adelante. Si prefieres esgrimir un vocabulario decimonónico finisecular para animar cocktails y reuniones, adelante.
Creo que el principal problema es el soporte. ¿Cuándo hablar en "difícil" y por qué hacerlo?
Si estás en un entorno erudito, rodeado de colegas de un cierto grupo, es pertinente y hasta necesario. Pero si te encuentras rodeado de alumnos, de legos, o, peor aún, si escribes en un blog - medio masivo por excelencia - o en la editorial de una revista de divulgación, ¿no crees que ser críptico se vuelve un poco contradictorio?