Divagaciones desde la Bienal, parte I
- El primero consiste en criticar la obra arquitectónica en sí, el objeto. Inicia por describir y analizar, y debe terminar en calificar o dar juicios de valor. El objetivo puede ser resaltar ciertos puntos de la obra, hacer más comprensibles otros o, de un modo más directo, señalar de qué manera no estamos conformes con la forma cómo se resolvió el proyecto.
- El segundo se centra en los procesos y dinámicas de los que surge esa obra, el proceso. Se enfoca en la gestación del proyecto, los mecanismos de gestión y administración, la historia de su construcción y/o su inserción en la ciudad como un elemento cultural. Su objeto de estudio es la práctica de la arquitectura como profesión y su relación con otros aspectos. Muestra de qué manera los proyectos se vuelven realidades y cómo funcionan los procesos de hacer arquitectura, pero también puede denunciar malas prácticas, adjudicaciones dudosas o procesos poco correctos.
- El tercero es la crítica al arquitecto, al autor (o autores) de la obra, el creador. De las tres, esta es, posiblemente, la crítica arquitectónica más inútil y peligrosa. El único caso en el que, creo, esta crítica podría justificarse, es cuando busca regresar al llano a algún personaje del gremio cuyo ego parece haberlo subido a un pedestal. La arquitectura no tiene profetas ni semidioses y evitar que esto suceda es importante. Fuera de esto, sin embargo, el propósito de la crítica al arquitecto como persona no es claro - más allá del generar risa fácil y uno que otro apodo - y parece no aportar a la profesión en sí. Cae en lo bajo y, lo que es mucho peor, ensucia lo que debería ser parte esencial de nuestra profesión: la crítica.