El tema parece más propio de blogs tipo "Pobres hombres" o "Quién nos entiende". Sucede que ayer, en amena tertulia, descubrí que esas horribles manías que tanto me irritan en algunos hombres que conozco no son nada originales. Al parecer, oh coincidencia, los "machos" de dos de mis amigas comparten las mismas hermosas, jodidas características.
A saber:
Los hombres no pueden evitar escuchar todo al volumen más alto posible: televisor, radio, juegos en el play o en la computadora... todo.
Las mujeres podemos ir de shopping y demorarnos toda la tarde, lo admito. Pero al menos somos conscientes de ello y evitamos llevar a nuestros machos a estas sesiones. Ellos, luego de alardear de una supuesta eficiencia al momento de comprar ropa, son capaces de pasar una tarde entera en busca del jean perfecto. Aunque saben que no existe, no pierden la fe y lo buscarán (con una al lado, como babosa) hasta que, frustrados, se terminen comprando el primero que se probaron. Esto sucede no sólo con cosas tan delicadas como pantalones: los polos, por ejemplo, son sujetos a escrutinio en busca del tono perfecto de rojo, las costuras adecuadas y el corte ideal (no, me saca panza, no, me hace muy espaldón, no, se me ve muy flaco, no, esos cortes a los costados son horribles), sin mayor consideación con la podre nena que no sólo está parada desde hace 3 horas, sino que está, además, sujetando unos 5 kilos de ropa que el señor está pensando comprarse.
Los hombres se pueden emborrachar con toda libertad, pero si es una la que se pasó de tragos, automáticamente queda marcada como borracha, y la historia pasará a ser contada a todos los amigos y conocidos en las próximas reuniones.
Los hombres pueden y deben salir solos con sus amigos. Se indignan si una sugiere cambiar la sacrosanta reunión del jueves por el cumpleaños de la mejor amiga. Pero si es una la que pretende salir con amigas, surgen frases como "qué irán a hacer", "con quién se irán a encontrar", la más directa "seguro se van a ruquear" o la tajante "no me gustan tus amigas Fulana y Mengana".
Los hombres se acostumbran fácilmente a esos pequeños y no tan pequeños favores que las mujeres estamos dispuesta a hacerles. Supongo que está en nuestra naturaleza el atender a nuestros machos y lo hacemos con gusto. Pero si son ellos los que en alguna oportunidad nos llevan algo de un lugar a otro, nos recogen de algún evento o van a un sitio al que no quieren ir por nosotras, automáticamente comenzarán a refregarlo con frases: "me tratas como a tu chofer", "siempre hago todo por ti", "me sacrifico aunque no quiera", etc.
Si una decide ir a visitar al caballero en cuestión, tiene que llamar primero, coordinar horarios y tener mucho cuidado de no llegar a la mitad de la sesión de Play Station. Si él decide venir, vendrá cuando quiera, luego de hacer las millones de cosas importantísimas que tiene que hacer, y es deber de una "buena chica" esperarlo, lista y maquillada, el tiempo que sea necesario.
Los hombres no toleran que una llegue a una cita con 5 minutos de atraso, y colocan la cara más escéptica de su repertorio cuando una informa que el jefe la retuvo en la chamba, que no había agua caliente en la ducha o que no se encontraba ningún taxi en la calle. Sin embargo, si son ellos los que llegan media hora tarde... sus excusas son muchísimo más importantes y relevantes y no se acepta discusión alguna al respecto.
Los hombres parecen no entender que el desplazarse de un sitio a otro (especialmente en una ciudad como Lima) toma un cierto tiempo. Son capaces de llamar por teléfono y decir "en cinco minutos estoy allá" al momento de salir de la oficina, sin darse cuenta que en ese lapso de tiempo, a lo mucho, llegarán al estacionamiento.
En general, los hombres parecen vivir en un tiempo distinto, en el que los minutos y las horas se contraen y dilatan a voluntad. Cuando son ellos los que llegan tarde, miran el reloj con cara de sorpresa e incredulidad, como si nunca antes hubieran visto una media hora. Cuando somos nosotras las que nos demoramos, nos miran como si los dichosos 5 minutos se hubieran extendido a lo largo de un par de buenas horas.
A muchas mujeres nos gusta discutir... pero los hombres han hecho de eso un deporte de resistencia. Hemos llegado a la conclusión de que una nunca podrá ganarle una discusión a un hombre, porque ellos parecen tener muchísima más energía para seguir masticando y masticando un mismo tema. Lo que ocurre, finalmente, es que nos cansamos de hablar y decidimos mantener la boca cerrada en la espera de que ellos también se cansen.
...
A saber:
Los hombres no pueden evitar escuchar todo al volumen más alto posible: televisor, radio, juegos en el play o en la computadora... todo.
Las mujeres podemos ir de shopping y demorarnos toda la tarde, lo admito. Pero al menos somos conscientes de ello y evitamos llevar a nuestros machos a estas sesiones. Ellos, luego de alardear de una supuesta eficiencia al momento de comprar ropa, son capaces de pasar una tarde entera en busca del jean perfecto. Aunque saben que no existe, no pierden la fe y lo buscarán (con una al lado, como babosa) hasta que, frustrados, se terminen comprando el primero que se probaron. Esto sucede no sólo con cosas tan delicadas como pantalones: los polos, por ejemplo, son sujetos a escrutinio en busca del tono perfecto de rojo, las costuras adecuadas y el corte ideal (no, me saca panza, no, me hace muy espaldón, no, se me ve muy flaco, no, esos cortes a los costados son horribles), sin mayor consideación con la podre nena que no sólo está parada desde hace 3 horas, sino que está, además, sujetando unos 5 kilos de ropa que el señor está pensando comprarse.
Los hombres se pueden emborrachar con toda libertad, pero si es una la que se pasó de tragos, automáticamente queda marcada como borracha, y la historia pasará a ser contada a todos los amigos y conocidos en las próximas reuniones.
Los hombres pueden y deben salir solos con sus amigos. Se indignan si una sugiere cambiar la sacrosanta reunión del jueves por el cumpleaños de la mejor amiga. Pero si es una la que pretende salir con amigas, surgen frases como "qué irán a hacer", "con quién se irán a encontrar", la más directa "seguro se van a ruquear" o la tajante "no me gustan tus amigas Fulana y Mengana".
Los hombres se acostumbran fácilmente a esos pequeños y no tan pequeños favores que las mujeres estamos dispuesta a hacerles. Supongo que está en nuestra naturaleza el atender a nuestros machos y lo hacemos con gusto. Pero si son ellos los que en alguna oportunidad nos llevan algo de un lugar a otro, nos recogen de algún evento o van a un sitio al que no quieren ir por nosotras, automáticamente comenzarán a refregarlo con frases: "me tratas como a tu chofer", "siempre hago todo por ti", "me sacrifico aunque no quiera", etc.
Si una decide ir a visitar al caballero en cuestión, tiene que llamar primero, coordinar horarios y tener mucho cuidado de no llegar a la mitad de la sesión de Play Station. Si él decide venir, vendrá cuando quiera, luego de hacer las millones de cosas importantísimas que tiene que hacer, y es deber de una "buena chica" esperarlo, lista y maquillada, el tiempo que sea necesario.
Los hombres no toleran que una llegue a una cita con 5 minutos de atraso, y colocan la cara más escéptica de su repertorio cuando una informa que el jefe la retuvo en la chamba, que no había agua caliente en la ducha o que no se encontraba ningún taxi en la calle. Sin embargo, si son ellos los que llegan media hora tarde... sus excusas son muchísimo más importantes y relevantes y no se acepta discusión alguna al respecto.
Los hombres parecen no entender que el desplazarse de un sitio a otro (especialmente en una ciudad como Lima) toma un cierto tiempo. Son capaces de llamar por teléfono y decir "en cinco minutos estoy allá" al momento de salir de la oficina, sin darse cuenta que en ese lapso de tiempo, a lo mucho, llegarán al estacionamiento.
En general, los hombres parecen vivir en un tiempo distinto, en el que los minutos y las horas se contraen y dilatan a voluntad. Cuando son ellos los que llegan tarde, miran el reloj con cara de sorpresa e incredulidad, como si nunca antes hubieran visto una media hora. Cuando somos nosotras las que nos demoramos, nos miran como si los dichosos 5 minutos se hubieran extendido a lo largo de un par de buenas horas.
A muchas mujeres nos gusta discutir... pero los hombres han hecho de eso un deporte de resistencia. Hemos llegado a la conclusión de que una nunca podrá ganarle una discusión a un hombre, porque ellos parecen tener muchísima más energía para seguir masticando y masticando un mismo tema. Lo que ocurre, finalmente, es que nos cansamos de hablar y decidimos mantener la boca cerrada en la espera de que ellos también se cansen.
...
HEYY! por lo que veo ya no estás en Roma! Cuándo te fuiste y cuándo vuelves???!!!
ResponderBorrarTe mando un abrazote!
H.
Estoy en mi querida Lima hasta marzo, me fui antes de fiestas :)
ResponderBorrar