lunes, 30 de octubre de 2017

El respeto al desierto: Aulario de la Universidad de Piura

Mis expectativas con respecto al edificio eran bajas. Es posible que sea porque luego de ver el bosque de huarangos alrededor de los edificios del campus, predomina la idea de que cualquier cosa que quite terreno a ese extraño bosque desértico, ya es una irrupción. Y es, de hecho, una de las cosas que hace tan interesante al campus principal de la Universidad de Piura: los espacios aún no "domesticados". Esos a los que no llega la manguera, donde árboles y pequeños matorrales luchan contra la arena.

Paisaje piurano, en suma.

El nuevo aulario del campus, de Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse, recientemente inaugurado, está en el extremo noreste de la parte construida del campus. Desde el ingreso en la Av. Mujica, son unos buenos diez minutos caminando.

Para llegar al edificio, luego de pasar delante de las demás construcciones del campus, hay un camino, una especie de alameda con huarangos alineados con exactitud de jardín versallesco. Lo cual ya es una gran contradicción. Este es un árbol que no se deja domesticar, y dentro de poco la alineación va a desaparecer en la irregularidad del follaje.

Lo que uno se encuentra al final del recorrido es un volumen macizo en concreto expuesto. Pensar en el LUM es inevitable. Dos perforaciones - una mayor hacia la izquierda y una menor a la derecha - y un desplome en la fachada, serían las únicas interrupciones. Pero hay también una celosía, irregular, en concreto expuesto. Es, creo, el primero de muchos puntos de interés del edificio.



No me quedó clara cuál era la entrada principal. La perforación mayor y la menor compiten con una rampa que no es aparente desde lejos. Una vez que uno se encuentra frente a ella, es sin duda la entrada más atrayente. Con la duda de si se está haciendo lo correcto o no, esa rampa conduce al interior del edificio, desde el segundo piso. Y es aquí que descubrimos que la fachada esconde un mundo mucho más estimulante, de irregularidades, tensiones volumétricas, texturas y juegos de luz y sombras.

Si, en un primer momento, uno piensa en el LUM, el interior evoca, más de una vez, al Convento de la Tourette.

Parafraseando a Benedetti - y que me perdone - este edificio es una alcachofa. Uno lo va descubriendo, piel tras piel, recoveco tras recoveco. La gran diferencia es que nunca sentí que fuera "perdiendo sus enigmas" sino, por el contrario, presentando nuevas cosas que ver, nuevos temas en qué pensar.

Es un edificio sexy.

El aparente caos, reforzado por el ingreso poco claro, y por la volumetría interior irregular, se resuelve en los recorridos. Es, en realidad, un cuadrado, con una circulación en forma de U. No sé si valdría compararlo con un claustro tradicional de convento: el espacio central no es un claro patio abierto, sino una cafetería en semisótano, parcialmente cubierta por los techos de concreto. Al rededor, pasillos con aulas y oficinas.


Las texturas irregulares del concreto se combinan con superficies lisas y blancas. La complejidad está dada por los desniveles y, sobre todo, por las fracturas en la cubierta. Lo visité en un día nublado, pero imagino que la luz del sol, al entrar con generosidad, hace más evidente estas fracturas al trazar líneas en los muros de los pasillos. Cada aula parece estar techada de manera independiente; las cubiertas no se tocan. Es así que se da una tensión entre las diferentes partes, que se suma a la de los volúmenes al interior del conjunto.

Desde el punto de vista espacial, el gran logro es eso que a Wright le gustaba tanto: estar en un espacio y ver otros. Querer llegar a ellos sin saber bien cómo. Y así, invitar a recorrer el edificio; a entenderlo. 



La amplitud de los pasillos, y los lugares para estar, sin función determinada, fomentan encontrarse y permanecer. Las dos cosas que uno podría desear en un edificio, sobre todo uno dedicado a aprender. No se trata, en este caso, de espacio desperdiciado, sino de espacio invertido para esas funciones imprecisas: los eventos y la espontaneidad. No toda la arquitectura debe girar en torno a la función pragmática; es probable que aquí, además del plantemiento de los proyectistas, haya que agradecer a un cliente generoso. 

¿Y el desierto?

Al recorrer el edificio, dejé de pensar en el territorio quitado al desierto. A diferencia de muchos de los edificios del campus, que se sitúan en un artificial prado que debe ser constantemente regado, este aulario es arquitectura del desierto; glorifica el heroísmo del huarango. El paisaje de árboles y arena entra al edificio, y éste se busca verlo en cada recoveco. El aulario nos muestra ese espacio con una nueva dignidad. Parece cerrarse al desierto con su volumetría, pero es precisamente así que, con visuales controladas, invita a redescubrirlo.




martes, 3 de octubre de 2017

Tengo miedo

El terreno de Stansa (luego Ricoh), en la esquina de Pardo y Aliaga con Conquistadores, está vacío.

Esquina de las Avs. Pardo y Aliaga, y Conquistadores
(Google Street View)

El proyecto original no era nada excepcional, excepto dos cosas que hacían que, al menos, no fuera dañino. La escala se ajustaba a la del edificio San Carlos (aun en pie), y ofrecía hacia la fachada principal un retiro generoso.

Desde el punto de vista urbano, esta esquina no es ninguna maravilla. Uno de sus lados es el muro ciego del colegio María Reina; los otros dos, bancos. Pero mucha gente pasa por ahí, a pie, en carro o bus. Esto la hace relevante para todas esas personas que, sin quererlo, son usuarias de este espacio.

Esquina de las Avs. Pardo y Aliana, y Conquistadores, estado actual
(Imagen propia)

En la actualidad ese lote vacío, enorme, es una gran oportunidad. Sospecho que lo que sea que se construya en él se parecerá más al edificio vecino que actualmente tiene hacia el frente de Conquistadores. Un edificio de oficinas que aprovecha al máximo la superficie del terreno en pos de una mayor rentabilidad. Un anónima caja de vidrio como tantas otras que pueblan esa parte de la ciudad.

Y tengo miedo.

A una cuadra de distancia, en la misma avenida y en dirección a la huaca Pucllana, está el que considero uno de los ejemplos más nocivos de edificio de oficinas. Una forma geométrica pura, abstracta, en donde la escala humana y la relación con el exterior, brillan por su ausencia.

(Imagen propia)
Es posible que el interior sea una maravilla, más por mérito de los diseñadores que de la fachada negra, que obliga a usar luz eléctrica hasta en los días más soleados. Lo que a mí me preocupa es el exterior. Eso que es usado por muchísima más gente que la que trabaja al interior. Eso que será sufrido por todos nosotros si es que otra caja hermética llega a ocupar el terreno vacío.

Muros ciegos, ningún referente de escala humana (excepto el nombre de las calles, en un murete parecido a los tradicionales, pero, cómo no, en negro), ninguna relación con el exterior. El ingreso, una perforación más apropiada a un calabozo. El bonito efecto que podría dar el color cobre se pierde bajo el peso del resto de la composición. No provoca entrar. Y, lo que es mucho peor, no provoca pasar por el costado.

Volvamos a nuestro terreno vacío y caminemos una cuadra más, pero en la otra dirección, hacia la Av. Camino Real. Otro edificio de oficinas. Otro objeto abstracta, pero ligeramente distinto. No se trata, en absoluto, de uno de mis edificio favoritos, pero sí hay que reconocerle algunos aciertos.

(Imagen propia)
En lugar de un borde hermético, tenemos tiendas. Sólo tres, que logran hacer toda la diferencia. Caminar por ahí no me va a iluminar el día, pero tampoco genera rechazo o miedo, y esto ya es una gran cosa. La distancia entre la vereda y la vitrina de la librería, lograda por un zócalo bajo, no me deja leer los títulos de los libros, pero eso no influye en lo agradable de la imagen. Los cristales, que separan las mesas del restaurante del exterior, no molestan.

El resto del volumen pasa desapercibido desde la escala del peatón, pero, si uno se detiene a mirarlo, hay un par de detalles diferentes que lo hacen menos agresivo. No es un solo tipo de vidrio, sino dos,  lo que ayuda a manejar la escala con respecto al ser humano; el color predominante es un azul claro y alegre. Hay sustracciones, sutiles, sí, pero que logran salvar al edificio de la apariencia de mole maciza. A diferencia del anterior, este sí parece ser un edificio vivible. 

En el terreno vacío se repiten las mismas responsabilidades, y se agregan unas cuantas. Hay una esquina; ¿se va a aprovechar, como un respiro urbano o una entrada jerárquica, o se va a ignorar? Hay tránsito de personas, un kiosko, un paradero; ¿se va a considerar el impacto sobre los usuarios cotidianos de ese pedazo de ciudad? Se está buscando consolidar un eje comercial, peatonal, en la Av. Conquistadores; ¿se aportará a esa iniciativa? Finalmente, ¿qué importa más? ¿La imagen institucional del edificio como objeto/trofeo/foto de revista, o la experiencia urbana del usuario que lo sufre?

Las posibilidades son infinitas.

Esta es una esquina maravillosa, una oportunidad única de hacer algo fantástico.

O, al menos, de hacer algo que no sea nocivo.

Pero tengo miedo.
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