Mis expectativas con respecto al
edificio eran bajas. Es posible que sea porque luego de ver el bosque de
huarangos alrededor de los edificios del campus, predomina la idea de que
cualquier cosa que quite terreno a ese extraño bosque desértico, ya es una irrupción.
Y es, de hecho, una de las cosas que hace tan interesante al campus principal
de la Universidad de Piura: los espacios aún no "domesticados". Esos
a los que no llega la manguera, donde árboles y pequeños matorrales luchan
contra la arena.
Paisaje piurano, en suma.
El nuevo aulario del campus, de
Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse, recientemente inaugurado, está en el
extremo noreste de la parte construida del campus. Desde el ingreso en la Av.
Mujica, son unos buenos diez minutos caminando.
Para llegar al edificio, luego de
pasar delante de las demás construcciones del campus, hay un camino, una especie
de alameda con huarangos alineados con exactitud de jardín versallesco. Lo cual
ya es una gran contradicción. Este es un árbol que no se deja domesticar, y
dentro de poco la alineación va a desaparecer en la irregularidad del follaje.
Lo que uno se encuentra al final
del recorrido es un volumen macizo en concreto expuesto. Pensar en el LUM es
inevitable. Dos perforaciones - una mayor hacia la izquierda y una menor a la
derecha - y un desplome en la fachada, serían las únicas interrupciones. Pero
hay también una celosía, irregular, en concreto expuesto. Es, creo, el primero
de muchos puntos de interés del edificio.
No me quedó clara cuál era la
entrada principal. La perforación mayor y la menor compiten con una rampa que
no es aparente desde lejos. Una vez que uno se encuentra frente a ella, es sin
duda la entrada más atrayente. Con la duda de si se está haciendo lo correcto o
no, esa rampa conduce al interior del edificio, desde el segundo piso. Y es
aquí que descubrimos que la fachada esconde un mundo mucho más estimulante, de
irregularidades, tensiones volumétricas, texturas y juegos de luz y sombras.
Si, en un primer momento, uno
piensa en el LUM, el interior evoca, más de una vez, al Convento de la
Tourette.
Parafraseando a Benedetti - y que
me perdone - este edificio es una alcachofa. Uno lo va descubriendo, piel tras
piel, recoveco tras recoveco. La gran diferencia es que nunca sentí que fuera
"perdiendo sus enigmas" sino, por el contrario, presentando nuevas
cosas que ver, nuevos temas en qué pensar.
Es un edificio sexy.
El aparente caos, reforzado por
el ingreso poco claro, y por la volumetría interior irregular, se resuelve en
los recorridos. Es, en realidad, un cuadrado, con una circulación en forma de
U. No sé si valdría compararlo con un claustro tradicional de convento: el
espacio central no es un claro patio abierto, sino una cafetería en semisótano,
parcialmente cubierta por los techos de concreto. Al rededor, pasillos con
aulas y oficinas.
Las texturas irregulares del
concreto se combinan con superficies lisas y blancas. La complejidad está dada
por los desniveles y, sobre todo, por las fracturas en la cubierta. Lo visité
en un día nublado, pero imagino que la luz del sol, al entrar con generosidad,
hace más evidente estas fracturas al trazar líneas en los muros de los
pasillos. Cada aula parece estar techada de manera independiente; las cubiertas no se tocan. Es así que se da una tensión entre las diferentes partes, que se suma a la de los volúmenes al interior del conjunto.
Desde el punto de vista espacial,
el gran logro es eso que a Wright le gustaba tanto: estar en un espacio y ver
otros. Querer llegar a ellos sin saber bien cómo. Y así, invitar a recorrer el
edificio; a entenderlo.
La amplitud de los pasillos, y
los lugares para estar, sin función determinada, fomentan encontrarse y
permanecer. Las dos cosas que uno podría desear en un edificio, sobre todo uno
dedicado a aprender. No se trata, en este caso, de espacio desperdiciado, sino
de espacio invertido para esas funciones imprecisas: los eventos y la
espontaneidad. No toda la arquitectura debe girar en torno a la función pragmática; es probable que aquí, además del plantemiento de los proyectistas, haya que agradecer a un cliente generoso.
¿Y el desierto?