Independientemente de los arquitectos amodorrados a quienes le incomoda la crítica, y de los que sienten que ésta no vale la pena, hay factores externos, fuera del crítico y del proyectista, que dificultan mucho el recorrido de la crítica arquitectónica:
1. Los premios
Una vez, hace algún tiempo, se me ocurrió criticar la forma del edificio de la UTEC en una foto del acantilado que alguien había colgado en Instagram. Segundos después saltó alguien a llamarme ignorante. El edificio en cuestión ha ganado premios, ¿es que acaso no lo sé? Por lo tanto, debe ser bueno y no yo debo criticarlo.
Ajá.
Los premios son políticos. Suelen tener motivos, a veces explícitos, a veces escondidos. Hay una agenda detrás del nacimiento de un premio, y otras agendas detrás del otorgarlo. Algunos premios son más transparentes que otros, tienen un jurado más plural, o se ganan por puntajes fríos y objetivos. Muchos otros son producto de cafés a media tarde, tragos a media noche, complicidades y objetivos alternativos.
En cualquiera de los casos, incluso cuando el premio es otorgado de modo objetivo y transparente, eso no implica, en ninguna instancia, que el proyecto no pueda ser criticado. ¿Quién soy yo frente a un jurado RIBA? Otra voz. Otro punto de vista. No mejor, pero sí válido.
Si lo que está impidiendo la crítica es que un edificio ha sido premiado, o reconocido por Fulano de Tal, Gran Arquitecto, entonces vale la pena cuestionar la importancia que nosotros damos a las opiniones de los demás. La crítica es, después de todo, un ejercicio de libertad.
2. Los starchitects
Arquitectos estrella, arquitectos mediáticos, grandes conferencistas, leyendas, figuretis. Independientemente de su talento (o falta de, a veces), el arquitecto que alcanza cierta notoriedad parece ser intocable.
Por una lado, se trata de una persona que suele tener bastante carisma, da charlas motivadoras, convence, es persuasivo. Por lo tanto, logra vendernos su idea, sus proyectos, su aparente calidad, nos convence de una ilusión de empoderamiento. Y se salva de que lo critiquemos porque nos cae bien.
De eso nos nace una cierta indulgencia. Nos enamoramos del personaje y nos olvidamos que es la obra lo que tenemos que mirar.
Con los starchitects también pasa un poco como con los premios. ¿Quién soy yo para criticar la obra de Mengano, que ha construido tanto, que es tan reconocido, que sale tanto en las revistas?
Otra vez nos estamos privando de la posibilidad de ejercer nuestra libertad. Criticamos a la obra, no al arquitecto. Esto no implica que éste tenga menos carisma, que sus frases motivadoras dejen de serlo, o que todo lo que haga a continuación vaya a estar mal. Si en verdad es tan simpático como parece, que encaje también la crítica y siga siéndolo.
3. Los medios de comunicación
Las redes sociales y plataformas como ArchDaily nos venden la idea de empoderamiento. Nuestros likes pueden ayudar a decidir la obra del año. Nuestros comentarios pueden ser publicados en esa página. Podemos hacer ver a los demás las obras que nos han parecido buenas.
Sin embargo esta es una ilusión. A más oportunidades de participar, más parece que caemos en la modorra.
Son tantas la plataformas, tantas las posibilidades, que día a día estamos siendo bombardeados de imágenes de proyectos, cuidadosamente estudiadas, todas muy parecidas, que nos sobresaturan los sentidos al punto de anestesiarnos. A fuerza de estar expuestos una y otra vez al mismo ángulo del muro blanco, a la misma piscina turquesa, a la misma casita de madera oscura con techito a dos aguas, al mismo volado, ya no vemos. Ya no sentimos. Ya no criticamos.
Esta avalancha de imágenes nos apabulla de un modo tan sutil, que ni siquiera somos conscientes de estar apabullados. Repartimos likes con la soltura de quien respira. Miramos fotos sin realmente verlas. Como consecuencia, le damos a todo una tácita aprobación. Nada nos mueve, nada nos conmueve, no indagamos y, por ende, no criticamos.
4. La academia
Pocos son los ambientes académicos en donde realmente se busca cultivar el espíritu crítico de los alumnos. A pesar de ser un objetivo escrito en los planes de estudio, lo cierto es que tener alumnos críticos es sumamente incómodo para el ejercicio de la docencia.
El alumno que contesta, que no está de acuerdo, que alega, es un alumno conflictivo. Su crítica demora más de lo necesario, distrae la atención del resto, a veces nos parece majadero. En lugar de promover un diálogo, la crítica se vuelve un rebote de argumentos, dichos no con la intención de construir algo a través del diálogo, sino como defensas a un ataque percibido por ambas partes. Los participantes rara vez se están escuchando.
Es curioso porque, en arquitectura, la crítica es uno de los principales recursos pedagógicos. Los alumnos llegan con una propuesta, los profesores opinan sobre ella. Esta dinámica, que podría ser una oportunidad para el diálogo, termina siendo unidireccional. El profesor critica, el alumno asume, cabizbajo. No hay diálogo, no hay respuesta, no hay trabajo conjunto.
Luego el alumno se aleja, a explicarse a sí mismo o al amigo de al lado las cosas que no pudo decir durante la crítica. Y finalmente este alumno se convierte en egresado, y jura para sí mismo que nunca más tendrá que pasar por esa humillación. Se vuelve poco resistente. Picón. Criticón entre dientes.
Estos cuatro factores seguirán estando ahí, acaso cada vez con más fuerza. Luchar contra ellos, en algunos casos, parece herejía. Sin embargo, parafraseando a Luigi Ciotti, en la herejía está el coraje, la responsabilidad y la coherencia.