sábado, 18 de abril de 2009

Palermo (II)

2009-04-10

Palermo

13:40

€ 1.80.

Es lo que he tenido que pagar por estar en un lugar relativamente tranquilo, relativamente seguro y climatizado. Mi tren a Messina sale recién a las 15 y no tengo ganas de andar tonteando al aire libre, así es que entré al mini food-court de la estación de Palermo y me compré un muffin de chocolate de €1.80.

¿Qué hago sentada en un Mac con la lap top? Hoy me he dado cuenta, de una manera consciente, porque no es que esto sea una novedad, que tan importante como lo que se ve es el darse un tiempo para procesarlo todo. Y hoy he visto cosas bastante sorprendentes, que quiero asimilar antes de seguir con mi percorso siciliano. Estoy bajando las más de 380 fotos que tomé hoy. La verdad es que cuando empecé el día no estaba con muchos ánimos de “ver sitios”. Además que salí del hotel antes de las 8, cuando no hay mucho que ver. Eso, también, justifica que haya decidido terminar mi día un poco temprano en un Mac de estación. Pero nos habíamos quedado ayer.

Luego de dar una rápida ojeada al mapa, vi que el hotel quedaba a una distancia aparentemente caminable de la estación. De hecho, en Palermo casi todo queda a una distancia caminable. Al ir por Via Roma me llevé una impresión equivocada de la ciudad. Parecía un cruce entre l’example de Barcelona y el centro de Torino. Calle recta, con palazzi de 6 o 7 pisos, todos alineados, todos con ventanas de postigos verdes o marrones, todos con una tienda o café en el piano terra. Pero al asomarme a las callecitas transversales, me di cuenta que ahí había algo más.

De hecho, se veía venir desde que el tren disminuía la velocidad al entrar en la estación de Palermo. Los barrios, de calles estrechas, balcones con ropa lavada, niños jugando en los callejones… todo parecía sacado de una película de suburbio árabe. Alrededor de la calle Roma, por mucho que se trate de negar, se ve más o menos lo mismo. Curioso como mi primera impresión de Palermo fue de ser eso: una ciudad árabe. Mi última impresión es la misma.

Palermo no es Europa. Aún no decido si es África del norte o Medio Oriente, pero Europa no.

Luego de chequear en mi hotel, salí hacia la Catedral. Yo había visto la semana anterior las fotos de Sebastiano, increíbles, así es que me decepcionó bastante: a pesar del exterior ecléctico-morisco, el interior es barroco-mongo. Lo interesante es que se entra por el costado y a mí me llamó la atención la planta de tres naves con capillas laterales, que me hizo acordar un poco a la catedral de Lima. También porque no es una estructura demasiado alta. Se “siente” bajita. Las cúpulas de las naves laterales son de media naranja con pequeñas linternas, que iluminan dichas naves. Se ve bastante bien.

De salida, no sabía bien qué hacer. Paseé hacia el mercado de Vucciria, pero me desilusionó, de lo vacío y apestoso. Recuperada, decidí averiguar cómo ir a Monreale. En mi mapa del centro histórico no salía… de hecho, está en Monreale que no es Palermo. Felizmente llegar fue bastante sencillo, con dos buses.

El Duomo de Monreale fue mi primera cachetada árabe: Toda la iglesia está cubierta de mosaicos: en las naves y ábsides, en el suelo, en tiras en los muros, cada una con un patrón distinto, en el piso. Una lástima que fuera un día nublado, pero aún con la tenue luz se lucían los dorados.

El claustro… el claustro es increíble. Las columnas son pareadas y se alternan unas talladas, otras lisas y otras cubiertas con mosaicos. En las esquinas hay grupos de 4 columnas esculpidas. Cada capitel es distinto: algunos son animales o monstruos, otros, escenas de la biblia, otros presentan personajes… Acá nada se repite.

Tuve que caminar aún un buen trecho para llegar al hotel, así es que al llegar di el día por concluido. En revancha, empecé el día siguiente muy temprano.

Estuve paseando esas primeras horas de la mañana, fui hasta el muelle y caminé frente al jardín botánico. El edificio de ingreso es una de las “joyas” arquitectónicas más horribles que he visto, comparable con el museo de Antropología de Lima. Es un “Neonosequé” con aires de coso egipcio, sin olvidar las cariátides a ambos lados del ingreso. ¡Auch!

Pasear al lado del mar estuvo bastante mejor. Esa zona de Palermo (que además incluye la Via Lincoln, llena de negocios de chinos) me hace pensar en algún lugar de provincia en Perú. Es decir: Italia tiene sus pueblos, como Taormina o Pienza. Son pueblos y basta. Y tiene sus ciudades, como Roma, Firenze o Venezia. Pero Palermo… podría ser una ciudad pero el aire de desorden pueblerino no se lo quita nadie. No es ni chicha ni limonada.

Luego me tocaba el palazzo dei Normandi. El palazzo en sí, no tiene ninguna gracia… pero la capilla palatina es de otro mundo. La cantidad de mosaico en su interior hace que San Marco en Venezia parezca una capilla parroquial (exagerando un poquito). Completamente cubierta, muros, techos de madera tallada y pintada), pisos… todo tiene diseños en mosaicos, colores vivos, patrones que no se repiten, escenas bíblicas, dorados, muchísimos dorados infinitos.

Me dio rabia ir luego al palazzo. Era una visita guiada que tenía más que ver con política que con arte. Luego de la primera sala me di la vuelta y me fui. No quería “contaminarme” la vista, luego de lo espectacular de la capilla, con cosas prosaicas, figurativas, pintadas en el siglo XIX o XX.

De regreso fui al mercado de Ballaro... un bordello de ese calibre no lo volveré a ver nunca más… espero. Yo que pensaba que en mercato Esquilino de Roma los vendedores eran gritones. Por favor, esos son simples aficionados. Estos gritaban, asustaban, chillaban… y en sus ratos de ocio vendían.

Al salir me di cuenta que estaba en zona definitivamente árabe. No se necesitaba ser un genio: los nombres de las calles estaban en caracteres occidentales, persas y creo que hebreos. Di con un local con una placa conmemoratoria también en algún tipo de idioma de gusanitos… y de pronto, algo que no correspondía al lugar en donde estaba: ¿una mezquita?

No, una iglesia del siglo XI. Dos, en realidad. Me colé con un grupo de turistas y me gané con otro espacio mágico. A diferencia de la capilla palatina, en la que en la entrada, clarísima, la pompa y el boato te preparan para lo que estás a punto de ver, en esta iglesia, La Martorana (aka S. Maria dell'Ammiraglio), los mosaicos te patean el ojo a traición.

Estaban a mitad de un rito de la iglesia ortodoxa por semana santa: el aire estaba cargado con el olor de incienso y alguien que yo no podía ver recitaba cantos en un idioma que no conozco, como una especie de letanía con voz monótona y profunda. Había una especie de procesión y luego un rito, con una imagen, un baldaquino, flores, siempre incienso y la voz del patriarca que finalmente pude identificar, coreado por los otros ¿sacerdotes?.

Fue un momento mágico.

Estar en un edificio con esas características, oyendo las letanías y viendo los mosaicos… cuesta creer que existan guerras santas y papas idiotas, si todo parece formar parte de una misma cosa. Llámese energía, cultura, costumbre. Nunca me había golpeado así la cercanía que puede haber en los ritos de religiones que, después de todo, se originaron todas en la misma zona del mundo.

Salí con la mente llena de incienso y los ojos llenos de teselas. No quise ver nada más. Ésas son las imágenes que quiero guardar de Palermo. Es así que recogí mi mochila y me vine a la estación, a comer mi occidentalísima Mac.

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