domingo, 19 de agosto de 2012

¿Condiciones laborales?

En la época en la que yo estudiaba (que no es hace mucho, en realidad), no existía la Ley del Practicante. Además, la universidad exigía una cierta cantidad de horas de práctica pre-profesionales como requisito indispensable para poderse graduar. Esto no tiene nada de malo; es más, considero que es indispensable, dado que hay muchas cosas que uno aprende verdaderamente cuando las tiene que hacer.

El problema es que, sumadas las dos cosas, se dio pie a una dinámica laboral un poco complicada: los alumnos tenían la necesidad de trabajar + las empresas no estaban obligadas a pagar a sus practicantes.

Es así que un buen día, al inicio de las vacaciones, un estudiante podría recibir una llamada
"Hola, Fulano, hablas con el Arquitecto Tal."
Glup, pensaba el Fulano. Arquitecto Tal había sido el profesor de su último taller. Tal vez llamaba para decirle que en realidad se había equivocado y nunca había pasado el taller, o para humillar aún más su trabajo, o para...
"Mira, te llamaba para ofrecerte practicar en mi oficina durante tus vacaciones. Te hemos escogido porque nos gusta tu trabajo."
Así planteado, lo único que uno podría pensar es ¿Escogido? ¿a mí? ¡Qué honor!.
"Sabemos que necesitas horas de prácticas pre-profesionales para graduarte," continuaba el Arquitecto, "así es que te ofrecemos el puesto y a cambio te damos las horas. Lamentablemente por el momento no te podemos pagar."
Como quien dice "tómalo o déjalo". Era un discurso cuidadosamente armado: el susto, darte la impresión de ser una especie de elegido, y luego poner en claro que saben que necesitas esto.
"Sí, por supuesto, Arquitecto," responde el estudiante, "¿cuándo empiezo?"
Esto da pie a veranos largos y de muchos gastos: tienes que ir a la oficina y pagar ese transporte; sólo te dan una hora para comer, así es que también tienes que pagar tu comida en algún lugar cercano, porque es bastante probable que no te alcance el tiempo para ir a casa. Felizmente, no pedían que uno haga horas extras.

Para empeorar la situación, el trato personal no siempre era bueno. Uno era "el practicante" y, por lo tanto, a uno muchas veces lo tratan un poquito mejor que al felpudo de la puerta.

¿Por qué no nos íbamos? Porque necesitábamos las horas. Y porque nos moríamos de miedo que si el Arquitecto Tal se molestaba, luego iría a decirle a los demás profesores de la facultad qué malos profesionales éramos y nunca nadie nos querría de practicantes en sus oficinas.

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Años después, a penas salido de la universidad, el joven arquitecto Fulano recibe una llamada similar. El Arquitecto Tal desea felicitarlo por su graduación y proponerle una oferta de trabajo. Por primera vez en la vida el Fulano escucha hablar de "trabajo" y no de "prácticas". 

Se coordina una reunión, se conversa un poco y la actitud del Arquitecto Tal es la de un tío benévolo frente a su sobrino favorito. El Fulano, luego de escuchar que le van a pagar (¡sí, pagar, dinero, en efectivo!) por hora de trabajo, tiene que hacer un gran esfuerzo por no llorar de la emoción y acepta sin dudarlo.

Son algunos meses de trabajo, no especialmente estimulante. La remuneración tampoco es muy alta, pero al menos existe. Algunos días a Fulano lo tratan un poco mal, pero en general no está descontento. Y llega fin de año, la oficina convoca una cenita navideña y a vacacionar todos, nos vemos el próximo año.

Llega el primer día útil de enero y Fulano llama a la oficina a preguntar si ya se reanudarán las actividades. Le contesta la secretaria y le informa que no, que se ha decidido prolongar las vacaciones una semana más, porque la oficina "va lenta". A la siguiente semana Fulano se aparece a trabajar, muy puntual, el lunes a las 9 am.

Le abre la puerta el Arquitecto Tal y lo mira con cara de "¿Y tú qué haces aquí?". Luego le dice que ha habido un error, y que no le tocaba ir a trabajar todavía. 
"¿Y cuándo me toca venir, entonces?" pregunta Fulano con genuino interés, calculando que entre Navidad, año nuevo, y una quincena sin trabajar en enero, sus situación económica se está poniendo complicada.
El Arquitecto Tal lo hace pasar a su oficina y cierra la puerta. Luego, enredándose un poco en explicaciones, coge un plano y empieza a señalar errores en él. Fulano, bastante confundido y un poco indignado señala que ese plano no ha sido hecho por él, y que pertenece a un proyecto del que él no estaba a cargo. El socio sigue balbuceando y luego de dar muchas vueltas dice que varias de sus obras se han paralizado y que, lamentablemente, el estudio ya no puede continuar pagando el sueldo de Fulano.... 
"O sea que ya no vengo..." dice Fulano tratando de entender.
"Bueno... sí..." dice el socio, mirándolo con mueca incómoda.
Fulano sale de la oficina y no puede evitar mirar dentro de la sala de trabajo. Está llena de gente en las computadoras, en los planos, incluso haciendo maquetas. Los reconoce, porque algunos de ellos son de la facultad. Menores que él, estudiantes aún. Practicantes.

Mientras baja las escaleras y se va a su casa, Fulano no puede evitar sospechar que lo acaban de reemplazar por practicantes que, obviamente, no cobran.

Esta es una historia real y está inspirado en "Entrevista con los Vampiros", un artículo sobre entrevistas laborales muy recomendable. 

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