martes, 30 de abril de 2013

Entusiasmo en arquitectura ¿una especie en peligro de extinción?

El arquitecto es un personaje cínico y muchas veces quejoso. Nada le huele, todo le apesta. "La ciudad está mal, el gobierno está mal, la arquitectura está mal, sus colegas están mal, la enseñanza está mal ¿y yo? Yo no puedo hacer lo que quisiera porque el cliente no me deja".

Es un ser apático (o antipático), ojeroso, cansado, vestido de negro, o de vez en cuando blanco, mirando el mundo con una ceja levantada desde su copa de vino en algún bar de moda. Despreciando la alegría a su alrededor y sintiéndose superior porque él ha entendido que no hay nada de qué alegrarse. Un ente que existe, parece, para ese momento en el que alguien le pregunta su opinión y le da, finalmente, la oportunidad para derramar toda esa acidez que parece consumirlo por dentro.

Cuesta trabajo sacarle una sonrisa que no sea una mueca irónica o una risa burlona. Cuesta trabajo creer que es una persona soñadora, que imagina cosas, que transforma el mundo. Cuesta trabajo creer que algún día lo fue.

Hay quienes dicen que el entusiasmo en la arquitectura ha muerto. Cuando me junto con ciertos colegas, no puedo evitar pensar que es posible. Gente que, a pesar de no haber cumplido aún los 40 ya está pensando en jubilarse, que vive de lunes a viernes como si aguantara la respiración, esperando el sábado para poder vivir y ser feliz.

Pero luego, cuando me alejo de ellos y vuelvo a mi día a día, me es fácil reconocer que, definitivamente, el entusiasmo no se ha extinguido. Me niego a admitirlo, cuando veo gente que levanta la mano en clase y pregunta "sólo por curiosidad", cuando me encuentro con alguien en un pasillo que me cuenta que vio un cierto edificio le cambió la vida, cuando a alguien le brillan los ojos al explicar su proyecto de taller, a pesar de no haber dormido dos noches seguidas.

En realidad, el entusiasmo en las escuelas no es difícil de encontrar, a pesar de más de un profesor que parece tener como objetivo de vida el frustrarla. 

¿Dónde está el entusiasmo en la gente que ya está fuera de la escuela? ¿Por qué parece perderse tan fácilmente?

1 comentario:

  1. el arquitecto (por especificar la profesión), transmite lo que lleva dentro; no es otra cosa que perder la capacidad de asombro y ganar bastante apatía.
    Al exprimir una esponja, solo expulsa lo que ha absorbido antes.

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