Cuarta entrega de "Crítica, crítica y más crítica (Vol. 2)". Las opiniones expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no representan necesariamente la posición del blog.
Ignacio esperaba el Bus en el paradero mientras miraba los inmensos ventanales del gran edificio que con su sombra bloqueaba los únicos rayos de sol que salían de ese cielo gris que lo acompaña todos los días en su trayecto al trabajo. Se sentía minúsculo al verse reflejado en ese inmenso cristal, un poco intimidado también. Quería sentarse, sus pobres piernas no soportaban más la espera y la edad no le favorecía, pero no había ninguna banca. Seguro no era el único con esa necesidad, había ciertas caras de fatiga a su alrededor, pero nadie se atrevía a subir esos largos, distantes e indiferentes escalones. Mira más allá te puedes sentar, tal vez en el suelo apoyando tu espalda en ese muro chato que separa al edificio de la cuidad, ya no importa si te ensucias un poco, igual se ve impecable todo, vacío y frio. No hizo nada y se quedó parado esperando. Por fin llegó el bus, pero claro, era hora punta y no entraba nadie más, ¡¿cómo se atreve a seguir llamando gente ese cobrador?! decía. Hoy no era su día de suerte, sentía que la ciudad lo odiaba, no había ni una miserable banca. Cómo era la ciudad, ¿no? Tanto edificio enorme, altísimos, tanto ministerio, biblioteca y estación de la cultura, edificios emblemáticos hechos supuestamente para representar a un país, sin embargo, él ahí, incómodo, sin pertenecer en lo absoluto. No estaba seguro de cual era cual, igual todos eran diferentes como compitiendo entre sí, disputándose el puesto al más “antisocial”. Bueno, al fin y al cabo, sólo estaría ahí mientras esperaba su bus, ¿Por qué tanto problema entonces? Justamente el problema era ese. Nuevamente, otra pregunta ¿Por qué el techo tan grande e inclinado? Tanto espacio y puro cemento hacían una barrera entre la cuidad y el edificio y él que sólo quería sentarse y de nuevo ninguna banca, como le dolían las rodillas. La gente caminaba con mucha prisa, acelerados y aplastados por ese desproporcionado muro de cristal y en la otra calle el gigantesco muro naranja con su recubrimiento deteriorado y la distancia del muro de piedra con sus baldosas monolíticas y fuera de escala parecen tener el mismo fin: hacer que sigas tu camino sin detenerte en lo absoluto, excluirte en vez de acogerte. Ignacio respiró profundo como armándose de valor, pero ¿para sentarse? Que ironía. Subió los eternos contra pasos mirando a los costados y se dejó caer cerrando los ojos hasta que una voz ¡señor! ¡señor! ¡No puede estar acá, Por favor! interrumpió su momento de paz y él que quería tanto sentarse, pero con razón era único ahí en el suelo. Cuando abrió los ojos, el vigilante estaba a su lado con la mano estirada en dirección al paradero. El interior seguro era mucho más acogedor, que desperdicio de espacio alrededor, pensó.
Ignacio esperaba el Bus en el paradero mientras miraba los inmensos ventanales del gran edificio que con su sombra bloqueaba los únicos rayos de sol que salían de ese cielo gris que lo acompaña todos los días en su trayecto al trabajo. Se sentía minúsculo al verse reflejado en ese inmenso cristal, un poco intimidado también. Quería sentarse, sus pobres piernas no soportaban más la espera y la edad no le favorecía, pero no había ninguna banca. Seguro no era el único con esa necesidad, había ciertas caras de fatiga a su alrededor, pero nadie se atrevía a subir esos largos, distantes e indiferentes escalones. Mira más allá te puedes sentar, tal vez en el suelo apoyando tu espalda en ese muro chato que separa al edificio de la cuidad, ya no importa si te ensucias un poco, igual se ve impecable todo, vacío y frio. No hizo nada y se quedó parado esperando. Por fin llegó el bus, pero claro, era hora punta y no entraba nadie más, ¡¿cómo se atreve a seguir llamando gente ese cobrador?! decía. Hoy no era su día de suerte, sentía que la ciudad lo odiaba, no había ni una miserable banca. Cómo era la ciudad, ¿no? Tanto edificio enorme, altísimos, tanto ministerio, biblioteca y estación de la cultura, edificios emblemáticos hechos supuestamente para representar a un país, sin embargo, él ahí, incómodo, sin pertenecer en lo absoluto. No estaba seguro de cual era cual, igual todos eran diferentes como compitiendo entre sí, disputándose el puesto al más “antisocial”. Bueno, al fin y al cabo, sólo estaría ahí mientras esperaba su bus, ¿Por qué tanto problema entonces? Justamente el problema era ese. Nuevamente, otra pregunta ¿Por qué el techo tan grande e inclinado? Tanto espacio y puro cemento hacían una barrera entre la cuidad y el edificio y él que sólo quería sentarse y de nuevo ninguna banca, como le dolían las rodillas. La gente caminaba con mucha prisa, acelerados y aplastados por ese desproporcionado muro de cristal y en la otra calle el gigantesco muro naranja con su recubrimiento deteriorado y la distancia del muro de piedra con sus baldosas monolíticas y fuera de escala parecen tener el mismo fin: hacer que sigas tu camino sin detenerte en lo absoluto, excluirte en vez de acogerte. Ignacio respiró profundo como armándose de valor, pero ¿para sentarse? Que ironía. Subió los eternos contra pasos mirando a los costados y se dejó caer cerrando los ojos hasta que una voz ¡señor! ¡señor! ¡No puede estar acá, Por favor! interrumpió su momento de paz y él que quería tanto sentarse, pero con razón era único ahí en el suelo. Cuando abrió los ojos, el vigilante estaba a su lado con la mano estirada en dirección al paradero. El interior seguro era mucho más acogedor, que desperdicio de espacio alrededor, pensó.
Roberto, se encuentra haciendo una visita guiada al Gran Teatro Nacional. Desde el foyer, se puede ver todo con claridad, una gran vista en esquina y el techo muy alto, toda la gente caminando de prisa en la estación de metro y la Javier Prado siempre llenísima de autos. El muro cortina parece un gran marco que encuadra como una imagen en movimiento la actividad constante de la calle. Sin embargo, hacia el otro frente sólo se ve un muro plano, altísimo y en penumbra. Un poco vacío para ser un edificio cultural ¿no? ¿A dónde voy? La sensación de desorientación se apodera de él y siente miedo, busca una señal para saber a dónde ir pero nada. También se pregunta ¿dónde está el teatro?, ¿por dónde se ingresa? No se imagina que más hay al fondo. Menos mal la guía está ahí para ayudarlo a entender lo inentendible. Ahora en la sala de conciertos, la sensación es totalmente diferente, por fin algo que te hace sentir cerca de la música. ¡Qué extraño! parecen todos espacios distintos como diseñados por dos arquitectos diferentes, por un lado, el teatro en forma de herradura y por el otro el resto del edificio. Rápidamente percibe que se trata prácticamente de dos proyectos diferentes, como si alguien hubiera diseñado el exterior y otro el interior del teatro, el problema es que al parecer los que diseñaron ambos proyectos nunca conversaron ni se pusieron de acuerdo; las diferencias y la percepción del espacio son sustanciales. Acá el espacio es más agradable, es muy silencioso y la madera que recubre toda la sala, cada butaca incluso hasta el escenario le da calidez al espacio, muchísimo más acogedor que el hall de ingreso o el aplastante techo y las infinitas escaleras por las que entró al edificio; la primera impresión no fue tan buena. Pareciese como si cada butaca tuviese la vista perfecta hacia el escenario, excepto si sigues caminando hacia los extremos de la herradura, la vista se va desviando, el pasillo se va haciendo más estrecho y no se siente nada cómodo. Pero todo se oye tan bien desde cualquier punto, la música por fin logra destacar en el espacio, deberían de incluirla también en el resto del edificio.
Ahora, Catalina se prepara para salir a escena. ¡Qué nervios! el tiempo pasa muy rápido, deberían de dar más tiempo de preparación dice. Aunque no parezca, ese momento es incluso mucho más aterrador que la puesta en escena. Los pasillos de cemento con las instalaciones colgando en el techo parecen fragmentos traídos de un laberinto, ojalá se pueda respirar más tranquilo en los camerinos, piensa. La poca cantidad de salas de ensayo, ballet y coro no abastecen a un teatro de tales dimensiones y tantos artistas, Catalina se siente sofocada pues a pesar de estar preparándose y requerir de su espacio para concentrarse siente que se lo han arrebatado. Nuevamente, el problema de diseñar un edificio por partes separadas y por arquitectos distintos, sin consenso alguno. Finalmente, llega a los camerinos, prácticamente igual de estrechos que los pasillos. ¡Los artistas merecemos algo mejor que un cuarto con lockers y un baño!, piensa; está más estresada de lo que debería y no falta nada para que salga a escena. La arquitectura ha fracasado para ella. Qué desorganización, no es agradable cenar en un gimnasio, huele extraño y se nota que no es una cafetería, no se distingue bien que espacios se puede acceder, es confuso incluso parece que es la zona de servicio.
El recital terminaba y con el también el día. Los espectadores se retiraban de prisa, nada los detenía a quedarse, parece que el teatro era como una cajita a cuerda, esas donde una muñeca baila en círculos y cuando se cierra la caja no se escucha nada. Acabada la obra, acabado el espacio. ¿Por qué no podía ser un lugar más inclusivo? Que los demás en el exterior noten que ha habido un espectáculo, tal vez eso les causa interés y más gente se quiere involucrar en eventos culturales, al fin y al cabo, muchos son gratuitos. La multitud quiere quedarse hablando, discutiendo sobre lo observado, pero donde pueden sentarse, este no era un edificio para quedarse, el foyer parecía solo de paso. Si no era el foyer ¿Qué pasó con el hall, o el espacio público del exterior? ¿Dónde está la cafetería? Igual el clima no es tan frío en Lima como para quedarse afuera un rato.