¿Zapatos? Unas converse (cómo no) con estampado que parece tapiz de sillón de casa de tía abuela, rojo y dorado, de caña alta. Es, probablemente, el par de zapatos más excéntrico que me he comprado y me hace inmensamente feliz.
Quiero escribir sobre objetos, sobre cosas. Todo a raíz de la cajita metálica. Estaba en el supermercado y me di cuenta que sería buena idea comprarme toallas higiénicas. Suelo comprar las más baratas porque al final, siempre y cuando tengan alas, todas son lo mismo. Y ¡oh sorpresa!, las más baratas venían con una cajita metálica de regalo, plana y con un bonito dibujo, como para meter un par de toallas y tenerlas en la cartera. No sé por qué me enamoré de la cajita y compré dos paquetes.
El haberse mudado a otro país cargando sólo dos maletas, y tener que vivir en un espacio de 6 m2 obliga a ser tremendamente sintético en cuanto a cosas se refiere. Eso tiene enormes ventajas. Casi cada uno de los objetos de mi dormitorio está acá por algún motivo, casi todos tienen algún valor. Muy pocas cosas están acá “porque sí”, casi todo tiene su por qué. He aquí mi top ten de cosas, sin ningún orden en particular:
1) Mi calendario. Es un calendario personalizado, hecho por Eduardo antes que me vaya. Me lo regaló en el aeropuerto. Cada mes es una foto, un momento, un recuerdo y un poquito de nostalgia. Cada mes me hace acordar las razones por las que tengo que volver a Lima. En ese sentido, Eduardo fue un pendejo al asegurarse que constantemente quiera regresar. El calendario termina en septiembre del 2009, así es que tendré que pedirle que me agregue dos meses más, puesto que regresaré en noviembre.
2) Mi pasaporte, que me permite entrar, salir, viajar, conocer. No requiere mayores comentarios.
3) Mi iPod. Ha sido la primera cosa más cara que me he comprado y ha valido cada dólar. No sólo son 30 gigas de música adonde quiera que vaya, es a la vez un antidepresivo, un estimulante, una inducción a la reflexión, una droga, un acompañante. Nunca lo he llenado hasta el tope, de vez en cuando he borrado canciones, siempre ando agregando nuevas. La música en su interior va desde los huaynos en quechua hasta el metal épico. No hay nada de reggaetón.
4) Mi taza. Hasta hace una semana era una gran taza verde con una flor blanca, que me había costado 1€ en un chino cerca de mi primer departamento en Roma. Esa taza ha pasado a mejor vida y ahora uso una blanca, un poco más pequeña, también de chino. Rosalba comentó que es para mí como para Linus (el personaje de Charlie Brown) su mantita. Estoy completamente de acuerdo.
5) Otto von Geisenheim. Es el rimbombante nombre de mi oso de peluche. No traje ninguno a Roma y mi mamá me lo regaló para la primera Navidad que pasé acá. Es decir, me hizo el depósito y yo lo escogí en la juguetería de la esquina del Rathaus en Geisenheim. Es un osito comunista y comodón, por muy paradójico que suene, y pasa sus días entre cojines azules y sus noches entre mis brazos.
6) Mi lap top (y su conexión a Internet). Es una herramienta de trabajo, por supuesto, pero también es mi cine, mi radio, mi editor de textos, mi álbum de fotos, mi biblioteca, mi diario de andanzas y mi archivo. Es mi antidepresivo, mi conexión a Lima, mi ventana al mundo. Es, por supuesto, mi adicción más fuerte.
7) Mi cámara de fotos (ambas). Hace tiempo que ando pensando en conseguirme una cámara un poco más profesional y digital… una especie de fusión entre las dos que tengo. No me imagino a mí misma sin tomar fotos. Yo veo a través del lente o la pantalla, antes, durante y después de estar donde sea que esté. El antes es una preparación que tiene que ver con entender la luz y el lugar, el espacio, sus características principales, sus mejores ángulos; el durante es una especie de cacería, el disparar en el momento justo, en la dirección correcta; el después es el gusto de haber capturado bien a la presa y de recordar. Una vez oí a alguien referirse a las fotos como “felicidad embotellada”.
8) La pluma Kukuxumusu del Ché Guevera. Regalo de Lorena por mi cumpleaños 26, dado en Barcelona 2 meses después. No sólo porque no hay como escribir a mano con pluma en un papel de 80 gramos (blanco o cuadriculado), ni por lo maravilloso de la punta, ni muy gruesa ni muy delgada, suave, sino por el valor. Para mí ese regalo fue algo de otro mundo.
9) “Cuerito” finto negro con la argolla de una de la últimas Pilsen que me tomé en Lima, en un parque, en uno de los últimos viernes culturales, verano del 2009. El cuerito en sí no vale nada, la argolla menos. Pero la gente con la que estuve esa noche (y todo el verano), las experiencias y cómo el asunto colgado al cuello me hacen sonreír… ese es el valor.
10) Mi bombín. El sombrero más espectacular del mundo, que no sólo se ve muy bien y protege contra el sol enemigo, sino que simboliza mis ganas de cagarme en los demás, de ser yo misma y de hacerme notar, aún en el angustiante universo anónimo de Roma. Es, además, lo primero que me compré cuando supe que me iban a pagar la beca (en realidad me lo compré el día antes que me paguen).
Helas ahí, 10 cosas. A las que quisiera agregar las tabas y el saco de cuero. Sé que es hacer trampa pero bueno, esa soy yo.