domingo, 17 de abril de 2011

Lo tradicional en nuestra arquitectura contemporánea (Héctor Velarde) (II)


"Pero vamos a suponer, para plantear el problema en toda su amplitud, que hayan pasado varios años, los suficientes como para que ya no existan aquellas inclinaciones y aquellos complejos, y que una arquitectura nueva y creada esencialmente por los nuevos factores sociales e industriales que imperan en la actualidad en el mundo constituyan nuestra arquitectura natural y corriente.

Dos aspectos se presentarán siempre en relación con la futura arquitectura de cualquier país:

1º —La arquitectura tenderá a ser, puramente maquinista, funcional, de belleza estrictamente lógica, de verdad pitagórica, de utilidad precisa. Su belleza aparcera más o menos igual en todas partes como es igual la belleza de las máquinas y de las herramientas que se importan y que tienen una misma función y un mismo empleo en diferentes lugares,

2°—La arquitectura será característica, diferenciada, a pesar de su universalidad definida, con belleza propia, y diferente en cada lugar.

El primer caso supone que el estado social, la industrialización, la técnica, los materiales, etc., sean en todas partes iguales o tengan los mismos caracteres y finalidades y que, por consiguiente, a una misma función correspondan un mismo organismo y una misma expresión de belleza en un mundo ya internacionalizado.

En el segundo caso se supone que, aunque la posibilidad anterior llegue a realizarse en forma absoluta, siempre existirá un factor de tradición, que defina la arquitectura de cada país, la diferencie y la haga característica. Todo el problema consiste, pues en saber si se debe o no considerar dichos factores de tradición y hasta qué punto o grado podrán estos influenciar en esas diferenciaciones.

Al Perú, como a todo país con profunda y antigua tradición artística, como ya hemos visto, debe interesarle sobremanera este aspecto. Es la verdad lo que buscamos y vamos a esforzarnos por vislumbrarla.

La palabra tradición, y no el concepto mismo de su raíz, es lo que fundamentalmente divide ambas tendencias estéticas de la arquitectura. Su superficial intervención conduce a dos posiciones extremas. La una quiere liberarse del pasado, la otra quiere prolongarlo; la primera atribuye a la tradición el atraso de la arquitectura en su incontenible evolución, los errores y falsedades que en ella se perpetúan; la segunda proclama que sin tradición la arquitectura se convertiría en ingeniería pura, perdiendo su valor humano de continuidad y diferenciación, y que privada de ese factor vendría el estancamiento mecánico, la repetición de las mismas formas, la serie y la igualdad que es el silencio en arte.

Para unos, la tradición trae consigo toda la "basura" del pasado y, con razón, aluden a la más reciente, fresca y abundante del neo-clasicismo "pompier". Para otros, la tradición es tan respetable que consideran todo el pasado como valioso y bueno; se trata de una "basura" venerable. . .

Creo que la arquitectura es aún arte de equilibrio y que, por consiguiente, toda exageración en un sentido o en otro deja de tener espíritu arquitectónico para convertirse en brillante tesis o en entusiasta doctrina filosófica. No hay que olvidar que ambas teorías pueden ser interpretadas en materiales de construcción. Todo puede construirse.
Si examinamos cuidadosamente algunos argumentos que llamaremos antitradicionalistas y tradicionalistas extremos, creo que encontraremos en el fondo de ellos cierto acuerdo, un dominador común debido a la propia naturaleza de la arquitectura. Se trata siempre de un mismo problema bajo dos aspectos.

Estamos de acuerdo con los primeros cuando dicen que la arquitectura debe tener la función, la utilidad y la precisión de una máquina y que esa función, esa utilidad y esa precisión, son iguales en todas partes. Comparan generalmente este hecho con el mecanismo y perfecta forma industrial, en serie, de autos, aviones y herramientas. Lo que no está probado es que la expresión, la apariencia, de tales útiles y maquinarias sean iguales en todo lugar. Basta observar un auto francés y un auto americano, que tienen idéntica función, para darse cuenta de que su belleza es diferente. Lo mismo para con los aviones y hasta con las herramientas. Creo que en la arquitectura, máquina de vida, la diferenciación seria aún más visible. ¿No estarán estas diferenciaciones incluidas en los factores que denominamos tradición?

Se pretende que los nuevos materiales de construcción constituyan otra razón de ruptura absoluta con el pasado. Estamos completamente de acuerdo en que los materiales nuevos imponen formas nuevas; lo que es de madera no debe aparecer como siendo de piedra si se desea hacer una buena arquitectura. Cada material tiene su arquitectura propia. Sin embargo, la arquitectura pétrea griega, la dórica, por ejemplo, la más respetada por los más intransigentes del primer grupo, proviene de formas de madera. . . Luego, entre la arquitectura griega y la gótica, ambas excelentes y muy sinceras, existe un abismo de diferenciación, son formas opuestas, extrañas unas a otras, sin embargo, la una no es hecha de hierro ni la otra de arcilla; ambas son de piedra. Los ejemplos abundan. ¿Quién podría asegurarnos que nuestros flamantes concreto armado y acero no llegarán algún día a sugerir otros materiales transfigurándose en otras plásticas que no sean las que ahora les corresponden tan directamente? No tendrá la presencia de esta posibilidad, mil veces ratificada por la historia, algo qué ver con la tradición?

Se considera, también muchas veces, como característica antitradicional de la arquitectura moderna, además de su mecanismo, el que por su naturaleza puramente revolucionaria haya podido y puede ser por completo internacional. Creemos que, así mismo, fueron internacionales en sus mundos respectivos la arquitectura griega, la romana, la gótica, la renacentista y , sobre todo, la barroca; en síntesis, todas las grandes arquitecturas que fueron expresiones directas de épocas determinadas. El mundo de nuestra arquitectura moderna es mucho más vasto, pero el fenómeno es, en el fondo, el mismo. Más aún, el fenómeno no se limita a una simple universalidad; todas las arquitecturas internacionales han adquirido, sea inmediatamente o poco a poco, fisonomías, particularidades, expresiones y matices diferentes u constantes según el lugar donde hayan surgido. Tarde o temprano, el nacionalismo, el regionalismo arquitectónico, aparecen en la fórmula universal. Hoy podemos distinguir entre las más avanzadas creaciones arquitectónicas, diferentes características de forma, de ritmo, de juego, de volúmenes que nos indican dónde nos hallamos, si en Francia, Italia, Rusia o Estados Unidos. Este impulso oculto, pero incontenible, que define el lugar, el país, el genio de una raza a través de las expresiones de una misma arquitectura es, a nuestro parecer, el factor de tradición que nos ocupa.

Por otra parte, los que creen que la tradición consiste en prolongar formas y motivos pasados, generalmente recientes, copiándolos, estilizándolos o renovándolos, y se escandalizan porque no se respeta la continuidad de lo establecido, olvidan los ejemplos históricos. Cuando surgen épocas verdaderamente nuevas, ellas expresan su verdad con fuerza y sinceridad absolutas; la creación de formas distintas aparecen y la novedad auténtica desplaza, destruye lo antiguo y se afirma. Es justamente gracias a esas creaciones que pueden existir la evolución y la vida. La tradición, en arquitectura, no es sino el continuo existir de sus estructuras armónicas y espaciales.

Los griegos del siglo V restauraron el vetusto y venerado templo de Corinto empleando para ello, no columnas de tipo arcaico como lo haríamos ahora, sin colocando con decisión columnas de la nueva y gloriosa época clásica. El siglo V fue el del apogeo del arte griego. La verdad de sus formas primó sobre el respeto a lo antiguo. Ejemplo extraordinario de autencidad de época y vida nueva fue el que dieron Julio II y Bramante en el Renacimiento cuando, ante el asombro de todo el mundo creyente, echaron por tierra la antigua basílica de San Pedro en Roma, joya del arte primitivo cristiano y reliquia máxima, para levantar en su lugar una nueva de otro orden arquitectónico; aquella que Miguel Ángel coronó después, como símbolo del firmamento, con su cúpula eterna. Cuando uno contempla palacios e iglesias cuyas arquitecturas pertenecen a épocas diversas, en las que los elementos y motivos románticos, góticos, renacentistas y barrocos aparecen entremezclados, pero en una sola unidad de belleza, entonces se comprende qué es la verdadera tradición. La tradición no perpetúa repitiendo, copiando, insistiendo en lo mismo con variaciones más o menos renovadas, la tradición no paraliza; eso sería la muerte. La tradición se manifiesta en toda novedad creada. No se trata pues de arrastrar del pasado "basuras" decorativas, ni tampoco de perennizar formas, elementos y modalidades que tuvieron su razón de ser y su vida. La tradición es algo más profundo que todo ello, y creemos que ya no debe ser palabra de discordia sino de entendimiento.

Estudiaremos ahora el factor que diferencia la belleza arquitectónica de un lugar a otro, que alarga su vida, que se prolonga más allá de las exigencias del material y de la estructura, que une y humaniza en el tiempo, que supera a la función y a la utilidad y acerca del cual pensamos que es la tradición misma. ¿De dónde proviene?, ¿qué es lo que le da cuerpo y dinamismo? La respuesta es muy sencilla. Todos la podemos dar: es el paisaje, la topografía, el clima; son los materiales locales, la raza, las creencias, las costumbres, las leyendas y la historia. Todos estos elementos son básicos y son ellos lo que movilizan a la tradición; su suma y síntesis, en determinados lugares y momentos, adquiere una forma particular de expresión, una manera constante, que los precisa, una armonía propia que los diferencia. La prolongación viva de esos aspectos a través de años y de centurias es la tradición, tanto más intensa cuanto más características y remotas sean los factores que la determinan. Por eso los países viejos, llenos de invensiones y de hechos humanos, son los de mayor tradición, y en muchos casos, los creadores de arte por excelencia. La verdadera tradición requiere, exige, que haya siempre un futuro, algo por nacer, para poder vencer al tiempo y triunfar sobre el estatismo, lo invariable y lo inerte de la materia sin proyección ni contenido. Ahora bien, en arquitectura ¿cuáles son las formas particulares cuyas armonías podrían expresar ese mágico factor de resumen, de síntesis y de duración? Son contornos especiales, proporciones, ritmos, equilibrio de masas, temas, colorido, y hasta motivos que nacen con la expresión misma de dicho factor o que se adaptan y amoldan a fórmulas y armonías de arquitectura. Es notable el ejemplo del gótico cuando desciende a Italia y se torna latino; pierde su esencia estructural nórdica y se transforma en hermosa plástica mediterránea. Cuando los reyes católicos, Isabel y Fernando, expulsaron a log árabes de la Península se encontraron sin una arquitectura resuelta y propia para expresar su triunfo y su fe; tuvieron que expresarse en lenguaje moro y apareció el mudejar. Francia, desde su arquitectura genuina medioeval hasta las creaciones modernas, pasando por todas las etapas del renacimiento y del barroco, conserva su línea tradicional inconfundible, de diafanidad, medida, elegancia, utilidad y agrado. Equilibrio admirable entre la estructura y la plástica. Lo genuino y las adaptaciones se confunden en una extraordinaria riqueza de matices. Cuando se poseen muchas fórmulas, como en el caso de Francia, cuando ha habido muchas asimilaciones a otras arquitecturas, el lujo y la variedad son muy grandes en una misma tradición; pero cuando no se ha conocido durante siglos sino unas pocas fórmulas, un marco estrecho, un lenguaje particular e intenso arquitectónico para expresarlo todo, la tradición es la esencia misma de aquella fórmula, tiene los contornos de aquel lenguaje y se repetirá siempre como una nota musical característica en el concierto de las oraciones futuras. Esto es lo que sucede sobre todo con el barroco que trajeron los españoles al Perú, con su hondo mestizaje indígena y su probable influencia en nuestra arquitectura actual.

Cuando decimos que la arquitectura que nos trajo España fue la única que hemos conocido, se entiende que se trata de una arquitectura completamente nueva, evolucionada y resuelta, expresión absoluta de su tiempo, alma y cuerpo de la forma plástica del mundo occidental de entonces; ella nos trajo en sus fuertes relieves y en sus ondulosos recortes toda la civilización de ese mundo que nació en Grecia y que aún nos enseña a construir en cemento armado. El barroco con su elocuencia, con su amplitud de formas, con su elasticidad y su naturaleza sensual se adaptó admirablemente a nuestro medio, a nuestros materiales y clima, se hizo sensible al indio artista, se fusionó con la raza y con la pausada y milenaria megalítica arquitectura de los incas, tal y como las ampulosas formas de arcilla de nuestra costa yunga incorporaron sus infinitas melodías en la orquestación sinfónica y total del barroco. Fue una extraordinaria coincidencia. Si en lugar del barroco apasionado y movido, de expresión directa, hubiera venido una arquitectura más sabia, más hermética, más disciplinada, como la gótica o la renacentista de la Roma clásica, jamás se habría producido la fusión admirable, la incorporación y vivificación de las armonías, los ritmos y hasta los motivos de nuestra arquitectura autóctona como fue realizada con la fórmula, el marco y el equilibrio del barroco.

Luego, después de la arquitectura barroca, mestiza, que dura prácticamente toda la Colonia, no puede ya hablarse de otra que merezca, por su categoría, comparación con ella. Sólo ahora, después de casi dos siglos, comenzamos a producir una arquitectura de sello universal, que nace magnifica, potente de vida, fuerte y de posibilidades extraordinarias: la arquitectura moderna.

Y aquí nos encontramos de nuevo frente al problema planteado al comienzo, ¿podrá nuestra arquitectura tradicional tener una influencia estética en la nueva arquitectura peruana? Después de todo lo expuesto creo que sería difícil negarlo. El aporte barroco en su fusión con lo indígena fue la única solución integral y fuerte arquitectónico que hemos tenido y la que con sus juegos de elementos, armonías de masas, ampulosidad de volúmenes y dinamismo de siluetas, ha resumido y sintetizado fiel y absolutamente nuestro suelo, nuestra luz, nuestro mestizaje, nuestra fe y nuestra sensibilidad. Hemos nacido a la civilización accidental con el barroco, nos hemos incorporado a ella por medio de su espíritu y sus formas, nos hemos formado y hemos crecido prácticamente en ella; la Independencia no hizo sino prolongarlo en el lirismo libertador; la República la condujo a una pantomina de amaneramiento neo-clásico y la época contemporánea lo muestra aún en contorsiones y adornos más o menos epilécticos de concreto armado. Sentimos todavía en indio y en barroco. Es, pues, evidente que habiendo sido encarnados en esas arquitecturas tengamos que continuarlas haciéndolas como un leit-motic de existencia; las heredamos y las poseemos puesto que están dentro de nosotros. Esa es nuestra tradición plástica.

Ahora bien, ¿en qué consiste o consistirá la presencia de esta tradición en la arquitectura estructural, maquinista, de función precisa y de nuevos materiales que se ha definido en el mundo entero? Si pensamos en la esencia de nuestro mestizaje y en su comunión profunda con nuestra tierra, raza y formas indígenas, lograremos, seguramente, una arquitectura nueva, no de perillas, conchas y volutas sino sencillamente más plástica que estructural, más movida que rígida, colorida, de ritmos horizontales y fuertes, de sombras y luces intensas, de juego macizo, de volúmenes salientes y lisos. . .

Creo que a fuerza de hipótesis y buena voluntad hemos logrado demostrar algo de lo que deseamos al principio.

Ahora todo es una cuestión de proceso para llegar a la unión de lo tradicional con lo nuevo.

En algunos arquitectos, los antiguos sobre todo, ese espíritu tradicional se ha prolongado voluntariamente, pero se ha caracterizado por una mayor amplitud y flexibilidad en la aplicación. Sus estilizaciones son más sutiles; lo pintoresco y lo ornamental se acentúa sólo aisladamente; hay fuerte propensión a superficies amplias y lisas, volúmenes nítidos y fuertes, grandes vanos vidriados, colorido llano y luminoso. La nueva arquitectura ha absorbido la plasticidad tradicional y la ha hecho transparente, más accesible, más dúctil a las exigencias y técnicas de la construcción, de la comodidad, de la vida actual, y ha logrado edificios con encanto y carácter.

Este proceso consiste en la incorporación de lo nuevo al ambiente establecido, por adaptación, estilización, asimilación. Lo funcional pierde su lógica estricta para entrar poco a poco en el marco habitual que, a su vez, cede cada día a las exigencias de lo nuevo. La intención tradicional, plasmada sobre la función, se emplea deliberadamente para que la obra exprese el ambiente dentro de los nuevos conceptos. No es una consecuencia automática, sino un proceso intencional de armonía de formas y de plano muchas veces contradictorias. Esto tiene graduaciones extremas y los ejemplos son frecuentes. Vemos casas modernas, influidas fuertemente por el nuevo espíritu de la arquitectura —al menos en cuanto al exterior que es lo que ve el público— movidas con mucha gracia por ritmos, volúmenes, colores y hasta motivos de nuestra plástica genuina.

Pero hay otras con formas artificiales funcionalistas, aisladas, superpuestas, inútiles o, inversamente, que sólo producen confusión y arcaisimo con sus perfiles, volutas y portadas coloniales, reproducidas directamente del pasado sin mayores reflejos actuales. Una casa moderna, funcional, podría ser sin duda mucho más peruana que otra con adornos peruanos. Es cuestión de sensibilidad; de arte.

El querer acentuar lo tradicional en la arquitectura actual sugiriendo formas y hasta indicando motivos lo considero, personalmente, licito, como creo que es lícito lo figurativo y hasta el tema en la pintura de hoy sin llegar a la abstracción absoluta. Lo importante es que haya arte para nuestra sensibilidad actual en ambos casos; lo tradicional puede estar en lo uno y en lo otro. Ello se muestra bajo procesos ocultos que son siempre muy complejos, difíciles de seguir como la vida misma. . .

El otro sentido del proceso, que podríamos llamar el riguroso en su pureza, el que no admite transiciones de formas pasadas porque se ha liberado ya de todas ellas, aparece como el único y auténtico en la esencia de lo nuevo.

El aspecto considerado únicamente auténtico y posible por los puristas de la arquitectura actual, se basa en la idea de que si un edificio satisface realmente su función, si se hizo en el lugar, para el lugar, con elementos del lugar y, mejor todavía, por un arquitecto del lugar, la obra será expresión automática de los factores tradicionales vivos del lugar. En ese orden de ideas tenemos obras interesantes que traslucen el barroquismo de nuestro medio y formas transfigurándolo en el diseño contemporáneo.
Es evidente que la arquitectura contemporánea no podría llamarse realmente novedosa sino siguiera ese proceso; pero ¿cuáles serán los límites entre la plástica resultante y la plástica deseada? ¿Las interferencias en ambos procesos? Es difícil definirlo. Pero no importa. En todo caso el camino de la moderna arquitectura peruana está logrado. Hoy, un naturalismo en el marco riguroso de lo actual, anima a los arquitectos jóvenes y estos están ya creando una Lima, sobre todo residencial, inconfundible por sus características de ritmo, de juego de volúmenes, de escala, de colores y hasta de elementos y disposiciones que no son otra cosa que el afloramiento de nuestros íntimos y genuinos factores tradicionales arquitectónicos. Barrios residenciales como los nuestros no se encuentran en otras ciudades de América por su arquitectura fina, original, de vibración y plástica. Y eso nos viene de muy hondo.

Pronto, seguramente, pasaremos de la casa al conjunto y al edificio con sello propio; ya hay algunos ejemplos que no dejan de tener un sentido bien nuestro, una animación de luz, de masa, de movimiento, que no vemos tampoco en otras partes. Esos valores se afirmarán y perdurarán.

Nuestro caso, parecido al de México, pero sin la voluntad expresa de ser rebeldes hacia lo tradicional hispano, y diferente al del Brasil, porque allá todo era virgen mientras que aquí había un mundo arquitectónico ya hecho cuando vino el europeo, es un caso del mayor interés en América, "y es que hay tierras tan abonadas por viejas culturas, leyendas, razas milenarias y siglos de historia, que todo lo que se plante en ellas, por intenso y novedoso que sea, tendrá siempre un brote de forma original y de alma propia".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...