[Ciriani 1.0]
De todo lo dicho en la sesión/clase del viernes 20, quise quedarme con una sola idea fuerte. Algunas veces una idea de este tipo puede alimentar una vida de reflexiones, y la idea del entusiasmo parece ser así. No es una idea nueva. Sin embargo creo que ésta es la primera vez que escucho a alguien plantearla con tanta claridad y simpleza.
"[Los profesores de taller] debemos consagrar todas nuestras energías en entusiasmar [al estudiante de arquitectura]."
¿Entusiasmar cómo? ¿A qué? ¿Para qué?
Es aquí donde la aparente simpleza de la idea desaparece.
Empecemos con la segunda pregunta. ¿Entusiasmar a qué? A la arquitectura, obviamente. El hacer arquitectura debe ser un acto de pasión (ya no recuerdo de dónde sale esta frase), y la pasión lleva implícita una gran dosis de entusiasmo. Esa energía casi infinita que nos lleva a un estudiante a amanecerse no sólo por la nota que pueda recibir, sino y por sobre todo por que cree en su proyecto.
¿Para qué es este entusiasmo? La pregunta ya cae en lo banal. La arquitectura se construye sobre todo con entusiasmo; o dicho de otro modo, sin entusiasmo más nos valdría haber estudiado otra cosa. Esto, obviamente, no es sólo válido para la arquitectura. Imagino que debe haber contadores sumamente entusiastas... pero es que el diseño arquitectónico puede volverse una práctica frustrante - nunca tenemos tanto tiempo como quisiéramos, nunca el lote es tan grande o tiene las vistas mejores, pocas veces el promotor quiere algo diferente a sacar el máximo provecho al terreno. Si no empezamos con infinito entusiasmo el día uno, no creo que nos vaya a alcanzar, ni siquiera para terminar la carrera.
Entonces, la pregunta del momento, ¿cómo entusiasmamos? O, siendo aún más precisos, ¿cómo entusiasmamos a los alumnos que recién comienzan a estudiar arquitectura?
Es aquí donde entra la segunda idea, la tabula rasa o superficie vacía. El borrar de la mente del estudiante todo recuerdo de su "vida pasada", toda forma preconcebida, desde la calle donde vive hasta las cortinas de su sala, pasando por la escalera de su edificio y el colegio donde estudio.
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Evidentemente los alumnos vienen con un bagaje, con un caudal de conocimientos y experiencias previas que – para bien o para mal – afectarán en su desempeño al interior del aula. Para algunos profesores, ésta es una circunstancia afortunada, puesto que da a los alumnos, en conjunto, un referente común a partir del cuál se puede comenzar a reflexionar sobre la arquitectura. Para otros, en cambio, ésta es una circunstancia negativa, porque constriñe la capacidad de respuesta de los alumnos; el profesor, entonces, debe propiciar un nuevo inicio, sin este tipo de referentes.
La primera postura acepta el bagaje del alumno y busca incorporarlo a las actividades del taller. De esta manera, la actividad al interior del mismo es una suerte de diálogo entre la información dada, el bagaje de los alumnos y las síntesis y descubrimientos que estos puedan hacer al combinar ambos universos. El extremo opuesto es una postura negativa frente a esta realidad; llevado a al exageración, se buscará hacer del alumno una
tabula rasa al eliminar todas las ideas previas que puedan haber concebido.
Volvamos al entusiasmo. ¿Qué es aquello que "mueve" a nuestros estudiantes? ¿El continuo descubrimiento en la novedad? ¿El ver que todo aquello que conocían y todo aquello que creían pierde validez frente a estas nuevas "verdades" de la arquitectura? ¿O es acaso el encontrar en aquello que ellos ya conocen, en lo que les es familiar, los elementos, las respuestas y las herramientas que le permitirán ser arquitecto? ¿Se trata de un borrón y cuenta nueva, una tabula rasa, para empezar a "edificar" conocimientos desde cero? ¿O de transformar aquello que ya se tiene, aún si puede ser un conjunto de premisas erradas?
Mientras más pienso en una de las premisas, más convencida estoy que la verdad debe estar en la otra.
Una última cita, como para inclinar la balanza una pizca:
"Todos nosotros tenemos la experiencia de la arquitectura antes incluso de haber oído la palabra. Las raíces de la comprensión arquitectónica se encuentran en nuestra propia experiencia arquitectónica: nuestro dormitorio, nuestra casa, nuestra calle, nuestro barrio, nuestro pueblo, nuestro paisaje – los experimentamos todos tempranamente, de manera inconciente y, subsecuentemente, los comparamos con los campos, pueblos y casas que percibimos luego. Las raíces de nuestra comprensión arquitectónica se encuentran en nuestra niñez, en nuestra juventud; yacen en nuestra biografía. Los estudiantes deben aprender a trabajar de manera consciente con sus experiencias biográficas personales de la arquitectura. Las tareas a ellos encargadas, deben diseñarse para motivar este proceso.”
Peter Zumthor, 1999: 57.