Algunos representantes de la fauna universitaria: los profesores de taller (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).
El gilero
Para éste arquitecto el tiempo se ha detenido en sus días de galán a poco de egresado de la facultad, cuando las alumnas aún le daban bola. Al menos, eso es lo que cree (lo que lleva a uno a pensar que probablemente en su casa no hay espejos). Sus técnicas de aproximación varían entre ser penosamente patero, triste contador de chistes o teenager wannabe.
Si eres hombre, eres competencia, así es que en su taller vas a ser ignorado o despreciado. Si eres mujer, es muy probable que tengas éxito y lo sabes. En algunos casos extremos, la cantidad de nota es inversamente proporcional a la longitud de la falda.
El espiritual
Con él todo es zen. Anda
con sandalias y bufanda sin importar el clima y con el infaltable morral tejido.
No ve la arquitectura, la siente, habla con ella y espera que ésta conteste.
Sus críticas suelen oscilar entre la filosofía, letras de canciones de Enya y
reflexiones varias en las que las palabras “energía”, “textura” y “espíritu
(del lugar)” suelen repetirse.
Las notas responden a
criterios personales, como “la sensibilidad del material” o “la emotividad del
espacio” que, aún si son difíciles de cuantificar para el ser humano común,
terminan teniendo una equivalencia numérica. Bastante alta, por lo general.
El joven intelectual
Llevó un par de cursos en
alguna universidad del extranjero (Europa es chic, EEUU es cool) y ha
leído alguna vez algún extracto de textos de algún gran autor, mejor si no es
relacionado con la arquitectura. Cuando critica un proyecto, cree estar
autorizado a hablar de sociología o filosofía y a citar a oscuros autores, y se
indigna si no has oído hablar de ellos.
Cree que la arquitectura
está condenada, sus alumnos están condenados, el ser humano está condenado, y
en general nada le huele y todo le apesta.
El viejo intelectual
Representante de una
especie en peligro de extinción: la del catedrático. Un académico serio que ha
dedicado su vida a leer (libros enteros, no extractos), observar y crear.
Algunos de estos elementos continúan enseñando como si las universidades aún
fueran cosa seria y los alumnos también, y se sorprenden genuinamente cuando no
eres capaz de distinguir a Max Taut de Bruno Taut. Otros se resignan a una
constante amargura cada vez que constatan que sus alumnos no conocen ni su
propia ciudad.
La tough bitch
Alguna vez alguien le
dijo que este era un mundo de hombres y que, siendo mujer, para triunfar no le
quedaba otra que comérselos a todos. Literal y/o metafóricamente. Considera que
no hay nada más tonto que una mujer tonta, excepto claro, un hombre tonto. Cree
que es su misión demostrar que no por ser mujer se encuentra debajo de nadie y
exige de sus alumnos niveles de desempeño sobrehumanos en la esperanza de ser
vista mejor que cualquiera de sus colegas masculinos.
El sádico
Cuando entra al taller,
la atmósfera cambia: la temperatura baja, el aire se hace sólido y automáticamente
la gente deja de hablar. Aún si no quieres, te pones a temblar cuando te habla,
y siempre te da la sensación que has hecho algo terriblemente mal. Sus críticas
están cargadas de desdén y aderezadas con insultos frontales o solapados, si son públicos, mejor. No se
molesta en aprender el nombre de sus alumnos porque sabe que, como todo lo
desagradable en la vida, estos pasarán. Su mayor objetivo en el ciclo es hacerte
llorar; si eres hombre, mejor.
Il divo
Sale constantemente en
revistas y páginas web, y de vez en cuando incluso se pide su opinión sobre
algún tema de interés, no necesariamente ligado a la arquitectura. Cuando
camina (por los pasillos, por el estacionamiento, por la calle) lo hace como
quien pasea por su reino. Nunca te dirá su nombre porque, obviamente, ya deberías
conocerlo.
Para hablar con él hay
que pedir audiencia. Al taller se aparece unas cuentas veces al ciclo y deja el
trabajo sucio a sus asistentes. Cuando esta gloriosa ocasión ocurre, puede
decidir tu futuro con el levantar de una ceja y te quedas con la sensación de
estar en pleno coliseo romano.