lunes, 23 de junio de 2014

¿Una nueva generación?

A mis pokemones, con cariño.

El mayor cambio sucedido desde que terminé la carrera y empecé a enseñar en la misma facultad donde me formé, no fue tecnológico. A falta de mejor término, diré que fue social.

La facultad había pasado de ser una pequeña escuela orientada a un sector económico de clase media, media-alta a un proceso que la convertiría en la facultad con más estudiantes del país. Esto, para muchos, no es motivo de orgullo y, definitivamente, plantea situaciones cuestionables.

Hay, sin embargo, una enorme, maravillosa ventaja de esta nueva realidad. La arquitectura ha dejado de ser, hace ya bastante rato, una carrera de élite. Una élite, dicho sea de paso, mal entendida, relacionada con un capital cultural ligado a clases altas, críticos encasillados en un cierto círculo, referentes invariablemente del primer mundo, cultura entendida en términos sumamente limitados y limitantes. Una cultura que se impone de arriba hacia abajo, como si fuera la portadora de respuestas universales.

Los estudiantes, hasta hace algunos años, tenían como referente sus propias casas, diseñadas por arquitectos reconocidos; los lugares visitados en viajes a Europa o Estados Unidos; los libros de arte de las bibliotecas de sus padres.

Los estudiantes de ahora son un grupo, en primer lugar, mucho más plural. Al lado de la hija única que vive en San Isidro y cuyo padre es gerente de alguna gran empresa se sienta el menor de una familia de cinco hijos, que viene desde Ventanilla y desde chico se pasa las tardes ayudando a su papá en el negocio familiar. Los referentes de este segundo personaje son, probablemente, una casa autoconstruida, empezada por sus abuelos; paseos a parques o a visitar a la familia a provincia; graffiti, arte urbano y cumbia.

Y está muy bien.

En el maravilloso espectro entre un estudiante y otro, las facultades se han enriquecido con personas de distintas procedencias; cada una, una historia única. El conjunto empieza a ser, finalmente, representativo de lo que es el Perú: un conjunto de diversidad social y cultural. 


La nueva generación de arquitectos que ya está saliendo de las escuelas, finalmente, dejó de ser una élite que considera tener el derecho de decir a los demás cómo deben vivir. Esta nueva generación sabe, desde la cuna, que las respuestas son muchas y relativas, que no existen fórmulas, ni cinco puntos, ni honorarios fijos, ni normativa justa. Esta nueva generación sabe que debe ir al encuentro del cliente con actitud abierta y entiende que esa habitación adicional que sus papás construyeron en la azotea es importantísima.


Conozco personas espectaculares que están a punto de convertirse en arquitectos y arquitectas. Gente que no calza con lo que, cuando yo estaba en la facultad, era considerado un buen alumno. Son personas que cuestionan a sus profesores desde su propio frente de realidad, curiosos e inquisidores, y, sobre todo, solidarios y abiertos. 

Dentro de mi incurable optimismo, quiero creer que se vienen tiempos mejores para la arquitectura peruana. La nueva generación de arquitectos, que a veces callada, a veces a gritos, exige más de sus escuelas y es dura al juzgar lo que sucede a su alrededor, va a empezar a hacerse cargo de las ciudades. Si somos afortunados, seguirán firmes a sus ideales y no se dejarán corromper por el mercado y las modas y, tal vez, en ellos esté el entusiasmo y la terquedad necesaria para aterrizar nuevamente a la arquitectura y acercarla al ciudadano común. Para volver a ser una profesión de servicio.

1 comentario:

  1. No comparto tu optimismo. Ese sector nuevo suele ser más individualista, menos culto y más alpinchista. No enarbolan las banderas de una nueva arquitectura y más bien se adaptan a lo que dicta el mercado. Salvo una pequeña minoría, el gran resto se dedicarán a erigir gigantescas cajas de zapatos en Lima y provincias.

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