Primum non nocere. Desde el juramento Hipocrático (siglo IV a.C.), se incluye esta noción como la primera de las reglas a cumplir por un médico. La bioética contemporánea la traduce como inocuidad (non-maleficence): es preferible no hacer nada, que hacer algo que pueda dañar o empeorar una situación dada.
Los arquitectos y los médicos compartimos una característica fundamental: ambos desempeñamos profesiones al servicio de la gente. El primum non nocere debería aplicarse a nosotros con el mismo rigor.
Sin embargo, resulta tan extraño en la práctica cotidiana. ¿Cuántos ex-terrenos eran mejores que los edificios que actualmente los ocupan? ¿Cuántos barrios se han arruinado por el producto de los arquitectos?
Los ejemplos son muchos, pero empezaré por uno que me parece especialmente grave, porque el daño que comete no es sólo estético (apreciación subjetiva y cuestionable) sino ecológico. Es decir, nos hace daño a todos.
Los edificios con muro cortina, enormes prismas de colores metálicos, se pusieron de moda, en otras latitudes, durante los años 80. Crisis económicas y terrorismo nos mantuvieron a salvo de ellos hasta fines de los 90, cuando se convirtieron en la nueva y mal entendida "arquitectura moderna" en Lima, símbolo de un boom que emocionó a economistas, ingenieros y, por qué no, arquitectos. Actualmente proliferan, con velocidad alarmante, en distintos puntos de la ciudad.
Ya se ha argumentado que el emplazamiento de estos conglomerados de oficinas genera congestión en zonas de la ciudad que están mal preparadas para un incremento tan dramático del flujo vehicular. También se ha dicho que son edificios que generan espacios desagradables, fuera de escala y poco acogedores en su conexión - o falta de - con la calle.
Los sobre costos de algunos de estos proyectos, la poca integración con el contexto, lo aburrido de sus formas, lo complicado de su limpieza, lo predecible de la fórmula de oficina como diseño arquitectónico, son otros aspectos a mencionar.
Yo priorizo el problema de la ventilación. La nula importancia que se da a la orientación, sumada a que muchos de estos edificios emplean ventanas que no se pueden abrir, hace indispensable el uso constante de aire acondicionado. En Lima. Todo el año.
Es cierto que hay meses en verano en donde un poco de aire fresco no nos caería mal, pero la mayor parte del año, una ventana abierta o cerrada puede solucionar el problema del confort térmico al interior de casi cualquier construcción concebida con sensatez.
El mal diseño, que sucede con alarmante frecuencia en estas torres, obliga a sus dueños o arrendatarios a un gasto constante de energía en ventilación artificial. Si, además, se trata de edificios que, por razones de imagen, utilizan cristales oscuros, a dicho gasto hay que agregar la necesidad de utilizar luz eléctrica todo el día.
(Fuente: http://www.gym.com.pe) |
El uso permanente de ventilación artificial, además, tiene efectos negativos en la salud de sus usuarios (Robertson et al., 1985; Yu et al., 2009), especialmente en lo concerniente a las vías respiratorias. Son edificios que nos enferman.
¿Por qué se siguen construyendo? Una idea equivocada de imagen institucional, un simbolismo impuesto que asocia estos edificios con oficinas productivas y "modernas", en suma, una más de tantas modas dañinas en la historia.
¿Tenemos que ignorar a las torres de oficina de muro cortina, entonces? No lo creo. Muchos de los problemas planteados encuentran solución en el sentido común. Evitar que las cuatro fachadas sean iguales y considerar, en lugar de esto, la orientación del edificio y los frentes en los que se debe evitar el asoleamiento; el uso de membranas o parasoles incorporados al diseño del edificio; la posibilidad de una ventilación natural por medio de, solución más que obvia, ventanas que puedan abrirse (el edificio administrativo de la Universidad Nacional de Centro del Perú, con climas más adversos y muchos otros temas criticables, lo hace). Estoy segura que hay muchas otras posibilidades que deberían ser ejercicio creativo de arquitectos.
Claro, si las ventanas se abren, el prisma ya no se verá "limpio", término con lo que muchos arquitectos tienden a obsesionarse y que nada tiene que ver con la higiene. Bueno, toca preguntarnos, ¿qué es preferible?