El lugar más lindo de Roma es la Biblioteca Nazionale.
Es uno de esos lugares que se descubren por casualidad. Si se toma el metro B en dirección a Rebbibia, la primera parada después de Termini es Castro Pretorio. Y al salir de esa estación, a la izquiera, la Biblioteca. Como esperando ser descubierta.
Paara entrar al edificio propiamente dicho hay que ir por un camino de un tipo de travertino, que cuando llueve se vuelve intransitable de lo resbaladizo. Luego, dos juegos de puertas automáticas. Y el hall.
Es un hall grande, alto, y al principio no se entiende dónde es qué. Hay que cruzar otro juego de puertas, ya no automáticas, y se llega a otro hall. Y en un counter uno puede hacerse socio inmediátamente. Es gratis.
El carnet de biblioteca es magnético, como una tarjeta de crédito, y hay que pasarlo casi para cualquier cosa. Sólo un pequeño porcentaje de los libros está en las salas. Para pedir el resto hay que hacerlo vía uno de los módulos (computadores) y pasando la tarjeta por un lector. Luego a esperar que alguien invisible traiga el libro, media hora, una hora.
Como edificio, la biblioteca es un volumen macizo, neofacista, si existe tal cosa. Las salas de lectura están a ambos lados de un pasillo ancho y alto, con piso de mármol rojo y mamparas a ambos lados. Al momento de elegir el libro que uno quiere leer, también se debe elegir la sala donde se va a leer. Estas son brazos, perpendiculares al pasillo central, de modo que están iluminadas por jardines interiores por sus dos lados.
Dentro de las salas, mesitas con luces individuales y enchufes.
Lo único que interfiere con la atmósfera de quietud que uno se imaginaría en un sitio así, son los usuarios. Me temo que muchos visitantes de la Biblioteca no entendieron bien eso del silencio. Pero siempre hay algún respetable caballero dispuesto a hacer callar a quien ose interrumpir su concentración.
La gente que viene a la Bibliteca es interesantísima. El primer día que estuve alli me dediqué más a mirar a las personas que a leer lo que tenía delante. Hay un grupo importante de estudiantes, algunos con aire de perdidos, se nota que alguien les indicó que vayan a la biblioteca pero no tienen muy claro por qué o para qué; otros estudiantes se ven más sofisticados, con laptops y cartucheras, son asiduos a la biblioteca y tienen sus rutinas (creo que poco a poco voy perteneciendo a este grupo); hay signori con abrigos largos, sombreros y paraguas de bastón, nada de laptops para ellos, sino viejos cuadernos amarillentos y plumas.
También hay señoras, algunas con la pinta de esa "profesora loca" que todo el mundo alguna vez ha tenido, largos chales y chompas con flecos. Otro personaje habitual es el cuarentón flaco, despeinado y con rastrojo de barba, que de rato en rato sale a fumar al jardín; los miembros de este grupo suelen desprender un olorcillo sospechoso, caminan encorvados y con grandes pasos, y a veces hablan solos.
Por supuesto que hay un enorme grupo de gente que no entra en ninguna de estas categorías, como una monjita que una vez vi en la sala de Ciencias Exactas, y un señor que copiaba recetas de cocina gourmet en un cuaderno cuadriculado. Otra vez tuve sentada delante de mí una pareja joven, ella tenía muy claro qué hacía allí, pero él se aburría terriblemente y de rato en rato la distraía, y a mí también, de paso. Después de almuerzo volví a ver a la chica, esta vez sola.
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