“¿Ya llegamos?” “¿Cuánto falta?” “Tengo sed” “Me aburro”
De niña, los viajes en carro no eran largos. El pequeño escarabajo nos llevaba valientemente al “Bosque” o a la playa y eso era todo. Alguna vez fuimos un poco más allá, pero nada especialmente lejano. Con el Fiat intentamos un recorrido a Ticlio, pero nos quedamos a la mitad por algún achaque del pobre carro.
Recuerdo luego un viaje a La Merced y, finalmente, el primer viaje en el que todos nos turnamos las manejadas, el año pasado a Cajamarca.
El “¿Ya llegamos?” fue entonces cambiado por “¡Es mi turno!” “No, ahora manejo yo” “¿No quieren que yo maneje?”. Es así que uno puede disfrutar completamente de un viaje en carretera. Se trata de un viaje casi democrático, en el que las decisiones de parar, seguir, descansar o comer dejan de ser patrimonio de “los de adelante”, básicamente porque, con la posibilidad de que todos manejemos, los sitios en el carro se rotan.
Una experiencia muy simpática de este tipo fue cuando mi madre y yo, muy avezadas nosotras, decidimos irnos a Miami por unos cuantos días y alquilar un auto allá. Me encantaría decir que todo fue sobre ruedas (metafórica y literalmente) y que, con gracia y suavidad, logramos llegar a todos los destinos que nos propusimos. En realidad, ocurrió que la esquina delante de nuestro hotel estaba cerrada por reparaciones y cada vez que queríamos entrar o salir nos perdíamos. De hecho, nos equivocamos de ruta de manera sistemática al punto de casi salir de Disney cuando en realidad lo que estábamos haciendo era buscar la entrada a los estacionamientos.
La crónica de ese viaje, que no viene al caso ahora, incluye discusiones mentales con el “Map Quest”, la peor lluvia en meses en toda la Florida, manejadas bajo la tormenta, manejadas en inundaciones ... en conclusión, un viaje muy muy divertido.
Lo que sí viene al caso es el último viaje en carro que me tocó hacer, esta vez por tierras italianas, con mis papás, ambos dos. (Y debo comentar acá que, mientras tanto, el traidor de mi hermano nos abandonó y se fue a Brasil). Nadie inventó ninguna pólvora con las rutas. De hecho, el viaje que hicimos se basa en gran medida en el “Proyecto Italia” de la UPC, en el que yo participé hace algunos años. Quitando un par de ciudades, agregando otras, cambiando las duraciones y mejorando la música, se armó un recorrido una noche en el Donatello de La Encalada, en Lima, trazando con el dedo en un mapa de Italia que colgaba de la pared las posibles rutas y saboreando nombres de ciudades mientras esperábamos a la lasaña de cangrejo.
¡Feliz día, papi!