¡A divagar se ha dicho!
Fácil, sencillo, papayita nomás. Claro, porque la palabra divagar lleva una fuerte carga de autodesprecio que la hace a prueba de balas. Uno está hablando algo que, cree, merece ser dicho, pero como no sabe cómo se lo tomarán quienes escuchan, dice para excusarse: "no me hagas caso, estoy divagando".
Lo dicho, dicho está, uno se lo sacó del sistema. Ya es cosa de la persona que escucha si lo toma o lo deja... y si le parece estúpido, que sea estúpido, ¿total? es una divagación. Pero si el discurso tiene acogida, entonces uno queda muy bien... "mira, así divagando y todo, suelto una que otra genialidad."
Pero no me hagan caso, estoy divagando.
Ahora quisiera criticar.
Sólo que da miedo.
¿Por qué? Miles de razones.
Porque no hay manera de excusarse cobardemente de lo que uno ha dicho si pretende criticar (eso de "no me hagas caso, estoy criticando" no tiene ningún sentido). Porque criticones hay muchísimos, pero crítica seria muy, muy poca. Porque entre la crítica y el raje hay una línea tenue que suele confundirse con la textura del piso. Porque al criticar la obra de otro, se ponen en juego afectos y pasiones. no, a él no lo critico porque me cae bien; a él sí, porque en taller 1 me hizo la vida imposible; a él no, porque luego quiero que me de chamba; a él sí, porque es un desgraciado.
O puede que se trate de una muy buena crítica, estructurada, pensada, racional, que tiene detrás una tremenda investigación seria... pero igual, uno criticó y se colocó bajo el foco... y la gente dirá, si es una buena crítica, que lo dijo así porque le gustaba el que proyectó ese edificio y le quiso sacar plan, porque era su profesor y quiso quedar bien; y si la crítica es negativa, es así porque el crítico odiaba al proyectista desde que de chiquito le rompió un G.I. Joe, porque quiere vengarse con reciprocidad.
Por eso el crítico debe criticar sabiéndose susceptible de ser criticado él también...
Pero olvidémonos del qué dirán y pensemos en la crítica en sí. No en las connotaciones negativas tan ligadas al oficio del crítico, sino entendiendo este quehacer como la necesidad de manifestar una opinión, buena o mala, y que va más allá del "está bonito" o "no me gusta".
De improviso me encuentro con una obra, pequeñita, tan genial, tan bien hecha, que me pone piel de gallina, que me hincha por dentro y me desinfla por fuera. Tan buena que siento ganas de contárselo a todo el mundo. O todo lo contrario - a quién no le ha pasado -, que me encuentro con una barrabasada que me hincha el hígado y hace que me latan las sienes. Tan mala que de las puntas de mis dedos sale veneno, y vuelven las ganas de contárselo a todo el mundo.
Esta divagación (¿o tal vez es crítica?) surge porque de casualidad me he topado con un ejemplo de este tipo: unos escritos sobre arquitectura peruana que me han hecho hervir la sangre y sudar tinta de lo... errados que me parecen. Pero como provienen de una fuente que no es muy relevante, no pretendo opinar.
Pero si la fuente fuera relevante... ¿criticar o no criticar?
Fácil, sencillo, papayita nomás. Claro, porque la palabra divagar lleva una fuerte carga de autodesprecio que la hace a prueba de balas. Uno está hablando algo que, cree, merece ser dicho, pero como no sabe cómo se lo tomarán quienes escuchan, dice para excusarse: "no me hagas caso, estoy divagando".
Lo dicho, dicho está, uno se lo sacó del sistema. Ya es cosa de la persona que escucha si lo toma o lo deja... y si le parece estúpido, que sea estúpido, ¿total? es una divagación. Pero si el discurso tiene acogida, entonces uno queda muy bien... "mira, así divagando y todo, suelto una que otra genialidad."
Pero no me hagan caso, estoy divagando.
Ahora quisiera criticar.
Sólo que da miedo.
¿Por qué? Miles de razones.
Porque no hay manera de excusarse cobardemente de lo que uno ha dicho si pretende criticar (eso de "no me hagas caso, estoy criticando" no tiene ningún sentido). Porque criticones hay muchísimos, pero crítica seria muy, muy poca. Porque entre la crítica y el raje hay una línea tenue que suele confundirse con la textura del piso. Porque al criticar la obra de otro, se ponen en juego afectos y pasiones. no, a él no lo critico porque me cae bien; a él sí, porque en taller 1 me hizo la vida imposible; a él no, porque luego quiero que me de chamba; a él sí, porque es un desgraciado.
O puede que se trate de una muy buena crítica, estructurada, pensada, racional, que tiene detrás una tremenda investigación seria... pero igual, uno criticó y se colocó bajo el foco... y la gente dirá, si es una buena crítica, que lo dijo así porque le gustaba el que proyectó ese edificio y le quiso sacar plan, porque era su profesor y quiso quedar bien; y si la crítica es negativa, es así porque el crítico odiaba al proyectista desde que de chiquito le rompió un G.I. Joe, porque quiere vengarse con reciprocidad.
Por eso el crítico debe criticar sabiéndose susceptible de ser criticado él también...
Pero olvidémonos del qué dirán y pensemos en la crítica en sí. No en las connotaciones negativas tan ligadas al oficio del crítico, sino entendiendo este quehacer como la necesidad de manifestar una opinión, buena o mala, y que va más allá del "está bonito" o "no me gusta".
De improviso me encuentro con una obra, pequeñita, tan genial, tan bien hecha, que me pone piel de gallina, que me hincha por dentro y me desinfla por fuera. Tan buena que siento ganas de contárselo a todo el mundo. O todo lo contrario - a quién no le ha pasado -, que me encuentro con una barrabasada que me hincha el hígado y hace que me latan las sienes. Tan mala que de las puntas de mis dedos sale veneno, y vuelven las ganas de contárselo a todo el mundo.
Esta divagación (¿o tal vez es crítica?) surge porque de casualidad me he topado con un ejemplo de este tipo: unos escritos sobre arquitectura peruana que me han hecho hervir la sangre y sudar tinta de lo... errados que me parecen. Pero como provienen de una fuente que no es muy relevante, no pretendo opinar.
Pero si la fuente fuera relevante... ¿criticar o no criticar?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario