"El "primer" caballo [de juguete] de madera (para decirlo en términos dieciochescos) no era probablemente una imagen en absoluto: sólo un palo que se consideraba como caballo porque uno podía cabalgar en él. El tertium comparationis, el factor común, era la función más que la forma. O, más exactamente, el aspecto formal que cumplía los requerimientos mínimos para realizar la función; pues cualquier objeto "cabalgable" podía servir de caballo. Si esto es cierto, quizá estemos en condiciones de cruzar una frontera que suele considerarse como cerrada y sellada. Pues, en este sentido, los "sustitutivos" calan profundamente en funciones que son comunes al hombre y al animal. El gato persigue la pelota como si fuera un ratón. El niñito se chupa el dedo como si fuera el pecho materno. En cierto sentido, la pelota "representa" un ratón para el gato, y el pulgar representa el pecho materno para el niño. Pero aquí también la "representación" no depende de semejanzas formales , más allá de los requerimientos mínimos de la función. La pelota no tiene nada den común con el ratón si no el ser perseguible. El pulgar, nada con el pecho, si no el ser succionable. Como "sustitutivos", cumplen ciertas dependas del organismo. Son llaves que, como por azar, encajan en cerraduras biológicas o psicológicas, o son monedas falsas que hacen funcionar la máquina cuando se les echa por la ranura.
La función psicológica de "representación" se reconoce todavía en el lenguaje de los juegos infantiles. La niña rechaza una muñeca perfectamente naturalista en favor de algún monigote monstruosamente "abstracto" al que pueda "achuchar". Incluso quizá prescinda por completo del elemento "forma" y se aficione a un edredón o una colcha como su "consolador" favorito; un sustitutivo al que consagrar su cariño. [...]
Ahora bien, este concepto psicológico de simbolización parece llevar muy lejos el significado más exacto que ha adquirido la palabra "representación" en las artes figurativas. ¿Puede haber algún provecho en juntar de golpe todos esos significados? Es posible; pues parece que vale la pena probar cualquier cosa con tal de sacar de su aislamiento la función de simbolizar.
El "origen del arte" ha dejado de ser un tema popular. Pero el origen del caballo de madera quizá sea un tema lícito de especulación. Supongamos que el poseedor del palo en que cabalgaba orgullosamente por la tierra, en una ocurrencia juguetona o mágica - ¿y quién podría distinguir siempre entre ambas cosas? -, decidió ponerle riendas "de verdad", y finalmente, incluso, se sintió tentado de "darle" unos ojos junto al extremo de arriba. Un poco de hierba serviría de crines. Así, nuestro inventor "tuvo un caballo". Había hecho uno. Ahora bien, en este suceso imaginario hay dos cosas que tienen alguna relación con la idea de las artes figurativas. Una de ellas es que, en contra de lo que se dice a veces, no es preciso que en este proceso intervenga en absoluto la comunicación. Quizá él no quería enseñarle su caballo a nadie. Sólo le servía como foco para sus fantasías, al andar por ahí galopando; aunque lo más probable es que cumpliera esa misma función para una tribu, ante la cual "representaba" a algún demonio caballar de fertilidad y fuerza. Podemos resumir la moraleja de este cuento diciendo que la sustitución puede ser anterior al retratar, y la creación, a la comunicación. [...]"
Gombrich, E.H.: Meditaciones sobre un caballo de juguete (Primera edición, 1963). Debate. Madrid, 1998. pp 4, 5.
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