miércoles, 1 de octubre de 2008

Entrada reminiscente en la que hago un recuento de mis aventuras y desventuras, al cumplir un año de vivir en Roma (I)

Mi primera semana en Roma fue intensa y un poco confusa, pero me acuerdo de cosas que pasaron en ella con más claridad que de eventos más recientes. Recuerdo la llegada, la angustia de no encontrar un taxi que me lleve al hotel, los posters horribles del ministerio de Salud con la enfermera que parecía sacada de una película de terror. El cuarto en el último piso del hotel, la primera caja de tomates cherry, la primera pizza de turco frente al Mamma mia, cuando aún no la conocía. Mis primeras experiencias en la Questura, las primeras colas, las caminatas en Piazza Vittorio, la Posta.

Recuerdo el día que conocí a Setefano y a Valeria, fuera de mi
hotel, fumando los dos. Ese mismo día Valeria me llevó a ver el apartamento que durante 6
meses y medio sería mi hogar. Me acuerdo que ella me cayó bien en ese momento y que me encantó el departamento, con sus posters de colores y en blanco y negro en las dos paredes de la sala, los muebles de Ikea y mi dormitorio con closet infinito.

Le tengo especial cariño a mis primeros grandes descubrimientos en Roma: el Mercado Esquilino y la Biblioteca Nazionale. Al primero sigo yendo, casi religiosamente, una vez a la semana; al segundo intento ir a diario.

Mi primer día romano horrible fue el 30 de octubre, cuando tuve el colloquio de ingreso al doctorado. En primer lugar, la frustración de llegar a un "evento" que yo esperaba sería importante, interesante, ingenioso, difícil... y descubrir que no lo fue; en segundo lugar, enterarme en ese momento que las clases empezarían en enero.

Pude haberme regresado a Lima, haber pasado Navidad en casa y haberme ahorrado un par de meses complicados, pero quiero creer que estuvo bien que me quedara. Tuve la oportunidad de familiarizarme con mi nuevo hábitat, de conocer un poco, y sobre todo de aprender lo que es el Aburrimiento, con mayúscula (que viene de la mano con la Soledad, también con mayúscula).

En noviembre vinieron Ana María y Laureano, y por primera vez descubrí que ver las cosas acompañada tiene muchísimo más sentido que verlas sola. Al menos para mí es más sencillo descubrir y apreciar cuando tengo un interlocutor (de ser posible, inteligente al lado), con quien compartir la experiencia.

Luego, en diciembre, tuve un lonche navideño muy particular, con casi todos los "upecinos", vía web cam. Una de las primeras experiencias surreales que he tenido desde que vivo a este lado del charco. Fue, además, muy necesario encontrarme nuevamente con seres humanos, aún a la distancia. Llevaba días prácticamente sin hablar en voz alta, más días aún sin contacto humano (exceptuando la cajera del supermercado), semanas sin reirme, y muchísimo tiempo más sin conversaciones divertidas con amigos.

A fines de diciembre, fui a Alemania, a pasar Navidad y año nuevo con la familia, a reencontrarme con seres humanos. Dentro de todas las experiencias lindas de ese viaje, fue muy bonito conversar con Tita por celular, en el aeropuerto de Frankfurt, mientras esperaba mis maletas; irónico pisar dos veces la misma caca de perro en año nuevo; divertidísimo descubrir con mis queridas Oma y tía Thelma que ninguna de las tres sabía abrir una botella de champagne. Mejoré un poco mis mínimas habilidades con los palitos de tejer y logré cocinar con éxito una torta de queso. Tuve conversaciones interesantes y divertidas y todo el contacto humano que me había hecho falta.

De regreso viví, de lejos, la peor temporada desde que emigré. Me enteré que se había pospuesto el inicio de clases "indefinidamente" y tuve una serie de problemas con mi matrícula, no teníamos Internet en casa y la calefacción se malogró. Recuerdo un día especialmente patético en el que yo lloraba en el metro, y un turco X me dio un kleenex y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí y agradecí, no sólo el pañuelito, sino y por sobre todo, la simpatía.

Luego de esta temporada, negra, negra, re-negra, a mi madre se le ocurrió la brillante idea de que me vaya a Barcelona. A pesar de que aún no me pagaban ni un real de la beca y yo andaba pobre como policía honesto, creímos que podía valer la pena.
De hecho, no sólo valió la pena: fue espectacular.

El hecho de que, sin planear, coordinar ni proponérnoslo, Eduardo y yo llegáramos con 3 días de diferencia, los paseos, las conversaciones, las latas de cerveza, Gaudí y las oportunidades de disfrutar con algunas de las personas que más quiero... como dirían los de Master Card, priceless.

Al regreso de Barcelona empezaron las clases y con ellas, la etapa 1.5 de mi vida romana.

Continúa

3 comentarios:

  1. No hay duda que también nos concierne este intenso y significativo año en tu vida y en la de nosotros.
    Creo que antes que nada es un año valiente y maduro, y lo digo no sólo desde el corazón. Toda una experiencia cuyo valor seguramente lo iremos viendo más adelante.

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  2. Cristi primero que nada felicitaciones por el año!!
    Un año lleno de fortaleza de crecimiento personal, de madurez, de independencia y quizás que nos ha enseñado (me incluyo) a valorar nuestro país, nuestra casita léase la familia más cercana. Ya sabes que adoro Barcelona, pero soy consciente que a pesar de que el Perú "cargue la cruz" de país de tercer mundo le llevamos la delantera en muchos aspectos.

    Por eso y otros motivos que ya sabes yo "regreso a casita", tú decides continuar, pues ala tira pa`lante... y si decides regresar también estará bien.
    Alguien me dijo tu decisión es la mejor que has podido tomar porque es "tu decisión" en la que has valorado lo para tí es más importante... y te la cuento porque me pareció mostra...

    P.D. Visitar, ver, conocer es mucho mejor si es acompañado, te doy la razón...

    Un beso.

    Caro del Castillo

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