Los pocos blogs que sigo se han dedicado a publicar "especiales de fin de año", que es un poco el reflejo del ánimo en el que estamos casi todos ante este día, aleatoriamente elegido por la mayoría para representar el fin de un período y el inicio de otro.
No tengo mucho que decir... creo que he pensado, reflexionado y divagado tanto durante el año que, ahora, sólo me queda sentarme en silencio y formular para mi misma y para los cuatro gatos que siguen este blog, una conclusión, un propósito y un plan.
Concluyo, como se me hizo tan obvio una tarde de otoño caminando por Largo Trastevere, que este año ha sido espectacular.
Me propongo seguir disfrutando el aquí y el ahora, y que las cosas que vinieron y las que pasaron permanezcan en el segundo plano que les corresponde.
Y planeo, finalmente, pisar Africa y Asia, aunque sea con un dedo, antes del 31 de diciembre del 2009.
Nos vemos el año próximo, si la resaca lo permite.
Luego de una larga passeggiata inspirada por la "cosa" número 36: Gustarsi il tramonto a piazza dei Cavalieri di Malta, me puse a hojear el libro para ver qué cosas no he hecho aún... sabiendo por adelantado que son muchísimas.
De las 101 cosas, podemos eliminar una, la 99 (skate en el EUR) que no pretendo hacer porque no me gusta estar enyesada. Nos quedamos con 100, entonces, de las cuales he hecho... 25. Sólo una cuarta parte de las cosas que la autora (Ilaria Beltramme) sugiere hacer.
Tengo que poner manos a la obra y esta semana, y sobretodo a mi regreso de Lima, ponerme al día con las cosas que me faltan. Ahora que, desde hace ya varios meses, las cosas parecen calzar en sus respectivos lugares y aparentemente ya estoy entendiendo el extrañísimo sentido del humor romano, es momento de exprimir esta ciudad, con mucha más energía que antes.
El lugar más lindo de Roma es el departamento 16 en vía Antonio Toscani, 49.
Es uno de los departamentos más grandes que he visto en esta parte del mundo; lógico, debe albergar a mis fantásticos coinquilinos, Giulio y Jacopo (de 6 y 8 años) y a su encantadora madre. Y a mí.
La primera vez que oí (más precisamente, leí) sobre este lugar, yo estaba en Lima y el mail de Rosalba era la respuesta a mis plegarias. Necesitaba mudarme y necesitaba hacerlo ya. Es así que, de regreso en Roma, vine a conocerlo(s).
El departamento no sólo es grande, es confuso. Tiene un balcón hacia la calle desde donde se ve la avenida y un puñado de ventanas que miran hacia patios interiores; un corredor en forma de L y suficientes baños como para mantener contento a Le Corbusier.
Lo mejor, de lejos, es la cocina. Está al centro del departamento y es el centro del departamento. Las conversaciones importantes, las triviales, las discusiones, los juegos de los chicos, las llamadas telefónicas, las sesiones de autoayuda y sobre todo, los raptus culinarios ocurren en este maravilloso espacio.
Mi cuarto está precisamente al frente, así es que, quiera o no, estoy siempre en el meollo de las cosas. Y sí que quiero.
La primera vez que vi mi cuarto, con sus 6m2 que parecían 3, debo decir que me asusté. Venía de un cuarto inmenso con vista al jardín, y lo que tenía delante era un espacio pequeñito que se veía mucho más pequeñito porque estaba okupado por un armario enorme y bastante feo (scussi, Ro, pero es cierto) y con una ventana que mira a un pozo de luz, desde donde "no le daba el sol ni le daba la luna" (como dice la canción).
Luego del desalojo del armario, que fue reemplazado por un mueble de Ikea, de cartón forrado en fórmica, para que parezca madera (porque dudo mucho que sea madera de verdad), y de colocar de alguna manera mi cama, mi mesa, y mis millones de cachivaches, el resultado me gusta mucho.
Vivir en Toscani 49 es no dormir más allá de las 8 am., comer castañas, ver dibujos animados en italiano, entender que la cocina es un arte, descubrir que soy de izquierda, recibir besos de buenas noches, hacer pisco sour y tolerar que existen Dragon Ball y los Gormiti. Es aprender mucho y constantemente.
Siempre pensé que el "conócete a ti mismo" tenía como escenario un desierto en el que, en soledad, se podía iniciar la introspección. Acá he descubierto que el conocerse es mucho más divertido cuando, al mismo tiempo, estás conociendo a otros y compartiendo con ellos.
Definitivamente no me refiero a "la moda" como sinónimo de ropa. Cualquiera que me conoce más o menos bien, sabe que soy la persona menos indicada a hablar de moda en el vestir. Como dicen mis queridos italianos, el tema simplemente non me ne frega.
Es por eso que cuando mi tutor de tesis me dijo que agregue algo sobre la moda en el marco teórico me quedé mirándolo con cara de pava... rápidamente disimulé y cambié a cara de erudita mientras decía que sí, que absolutamente, interesantísimo. Y manos a la obra.
Moda no es sinónimo de ropa. Entendamos, entonces, que la moda se aplica a todo y tiene que ver con modos de consumo, modos de uso, publicidad, capitalismo y temas similares. Y, por supuesto, tiene que ver con arquitectura. Pero me estoy adelantando, empecemos por la teoría.
Georg Simmel: El uso del idioma, de los gestos y similares está también subordinado a la moda. Immanuel Kant: "La novedad es aquello que hace amar la moda."
Pierre Bordieu: Es iluso pensar en una autonomía del gusto: "el gusto se da en función de la clase social a la que se pertenece o a la que se quiere pertenecer y basta."
Un referente fantástico y mucho menos somnífero, el personaje de Meryl Streep en The Devil Wears Prada, cuando le dice al personaje de Anne Hathaway que a pesar de estar usando ropa que "no está a la moda", ni ella ni nadie está excluido de la "industria de la moda". (It's sort of comical how you think that you've made a choice that exempts you from the fashion industry when, in fact, you're wearing the sweater that was selected for you by the people in this room. From a pile of stuff.)
Es cierto. También es cierto que la educación, la pertenencia a una cierta clase social o cultural, la oferta disponible en la publicidad y en las tiendas, las imágenes, la gente a la que admiramos o incluso la convicción de "no querer estar a la moda", nos llevan de una determinada tendencia a otra.
Personalmente, lo que me parece más interesante es que, una vez puestos delante a la oferta (y por lo tanto, a la moda que se nos es impuesta), hay una cantidad casi infinita de posibilidades de uso de dicha moda: finalmente, el usuario tiene (o puede tener) la última palabra, que dependerá, nuevamente, de los factores que puse en el párrafo anterior.
Un ejemplo, el Facebook. Cuando yo me hice una cuenta, hace como un año, ya la mayoría de mis amigos peruanos tenían una, y la usaban sobre todo para compartir fotos y para mandar regalos (Gift Application). En Italia la "moda" ha llegado hace sólo algunos meses, pero acá son pocos los que colocan fotos; lo usan sobre todo para crear grupos y/o afiliarse a los que ya existen. Grupos que van desde la crítica política a la admiración de algún personaje de la farándula; desde las preferencias de comida hasta los mensajes xenófobos. Mismo producto: Facebook. Dos maneras distintas de usarlo.
Tocaría hablar de arquitectura, pero para no aburrir ni aburrirme, lo dejo para un nuevo post.
Ayer fue el almuerzo de la facultad de arquitectura (el segundo al que no voy, desde que vivo acá). Por las millones de fotos del Facebook, se nota que fue un éxito, que me perdí uno bueno.
Me mandaron la foto del panel que hicieron los organizadores, encabezados por J.S. que no sé si le hará gracia que ponga su nombre. Me pone muy contenta el "espíritu" de este panel. Sobre todo al Arq. Correa al medio.
Hace unos cuantos meses, en una librería, un amigo me preguntó cómo hago yo para elegir un libro que voy a comprar. No me acuerdo bien que respondí, pero esa pregunta me quedó dando vueltas. De hecho, cada vez que entro en una librería, la recuerdo y la repienso.
En paralelo, cuando compro un libro y al leerlo me doy cuenta que estoy subrayando o haciendo anotaciones por todos lados, me viene esa sensación de "consumismo sin remordimientos": hice una buena compra.
¿Cuándo se puede decir que un libro es "bueno"?
Lo obvio es que depende muchísimo de la persona que lo esté leyendo. Tengo amigos que son felices con Paolo Coelho... a mí me parece que es un desperdicio de papel. Yo sería capaz de coleccionar Harry Potters en distintas ediciones y distintos idiomas... y me puedo imaginar perfectamente la cara de al menos 3 personas que pensarían que es una pérdida de plata y que estoy loca.
Tenemos, entonces, como primer indicio, el gusto personal. Pero si nos quedamos solamente con esta premisa, terminamos encerrándonos en nosotros mismos, leyendo las mismas cosas, sin explorar lo nuevo.
Suponiendo que salimos del gusto personal y del de los bienintencionados amigos que nos recomiendan tal o cual libro. El segundo indicio sería la categoría. O sea, bajo qué cartelito de la librería está ubicado el libro: "bestseller", "novela", "arquitectura", "filosofía", "autoayuda". Y, siendo un poco más quisquillosa, la subcategoría: "thriller", "teoría de la arquitectura", "existencialismo", etc.
El tercer indicio, para mi, es el autor y/o el tema en el título. Pero esto sigue dejando de lado autores "desconocidos", libros cuyo título no tiene nada que ver con el tema (que puede ser buenísimo) o con títulos ambiguos de los que no se desprende nada.
En este momento de mi vida, en el que paso tanto tiempo en la biblioteca que hasta los amargados bibliotecarios de la sala de artes me conversan, he redescubierto un cuarto indicio, que para mí es casi definitivo. La bibliografía de los libros que ya he leído (y disfrutado). Esto, por supuesto, sirve sólo para libros académicos... debe haber muy pocas novelas con bibliografía, por el momento no recuerdo ninguna.
Los buenos libros son muchos, pero no infinitos, y cuando son descubiertos, suelen ser citados y recitados. Dan la vuelta, se unen con otros, constituyen escuelas de pensamiento, se arman confradías de autores con los que uno se espera encontrar cuando lee determinado tema. Entonces, frente al libro nuevo, de autor desconocido y título ambiguo, siempre se puede dar una ojeada a la bibliografía, para ver qué le interesa al autor en cuestión.
Y por último, una herramienta adicional: Internet. Casi todas las páginas de ventas de libros (como Amazon) incluyen como estrategia de marketing el colocar al lado de un determinado libro, qué otros libros interesaron a las personas que lo compraron (customers who bought this item also bought). Herramientas similares se pueden encontrar en clubes de lectura o en el archiconocido Facebook (la aplicación Reading Social, por ejemplo).
Pero la verdad de la milanesa es que nunca se sabrá con exactitud qué tan bueno resultará ser un libro. Que comprar un libro siempre implica un cierto riesgo. Que de las 328 páginas del mismo, 320 pueden ser buenas; o que las 10 primeras y las 10 últimas serán espectaculares y todo lo que está al medio, un floraso; o que, lamentablemente, uno malgastó la plata en un libro que no (le) sirve.
PS - No olvidar que un libro que en algún momento nos puede parecer "malo", meses o años después puede resultar buenísimo. Y viceversa.
a) Ideas de orden, medida, posibilidad de calcular y correspondencia rigurosa entre las partes de un todo. Además de ser susceptible de ser pensada y construida de manera natural, dichas ideas son perfectamente perceptibles, en la base de criterios de simetría y armonía, con los sentidos "nobles" de la vista y el oído. La trinidad de verdadero, bueno y bello ha adquirido históricamente su relevancia al apoyarse en estos principios. Se trata de cánones de belleza objetivos, independientes de la arbitrariedad individual o de las propensiones de los pueblos. b) Lo bello imponderable, alegórico e indeterminado, y se manifiesta a través de la valorización del "gusto", del "no-se-qué", de la vaguedad o del ornamento. c) Las teorías y las prácticas de la belleza funcional y de aquella que tiene un objetivo (pedagógico, moral, político, religioso, ideológico) que - de manera diversa a las intenciones del primer modelo - necesitan del cálculo y de la exactitud para fijar medidas y raglas. d) La reivindicación de la "simplicidad" de lo bello - redescubrible en un sólo color o sonido - y, de manera inversa, con el incremento de la complejidad en las relaciones internas entre las partes, de modo tal que el resultado artístico parezca ser incierto o arduo de decifrar. e) Lo bello como luminosidad, fulguración, salto repentino y explosivo de las formas desde la oscuridad de contextos que al inicio son caóticos o banales. f) La idea de la belleza conectada con el eros, entendido ya sea en el sentido de la atracción sensible (o sensual) como del placer inmediato que se obtiene, sobre todo, desde un proceder "espiritual" - traido desde las alas del "entusiasmo" o del "delirio divino" - en dirección hacia la trascendencia, del cambio de ánimo desde lo sensible hasta lo inteligible o, en el caso de lo sublime, de su elevación hacia la grandiosidad inaferrable racionalmente. Lo bello no está, en este caso, "detrás", sino "más allá" de lo sensible. g) En los últimos dos siglos se da una completo revés de las reglas: lo "feo" se vuelve belleza auténtica y asume, a través de una serie de vicisitudes relativamente lineares, el rol protagónico.
Remo Bodei: Le forme del bello. Il Mulino. Bologna, 1995.
El nombre no tiene nada que ver con la estación del año (en italiano verano se dice estate), sino con el nombre de uno de los gens o clanes más importantes de roma, Verani. Aparentemente, el cementerio ocupa el lugar donde antes vivían estas gentes.
Es un cementerio antiguo. De hecho, me llamó la atención algunas tumbas y mausoleos que han sido puestos a disposición de quien los quiera usar (y pagar) porque sus dueños originales no van a hacerles mantenimiento desde hace más de 50 años. Se ve que en los cementerios los tiempos están en otra escala.No es un cementerio muy imponente ni señorial, pero tiene un buen puñado de tumbas muy bonitas, de nichos con diversas arquitecturas, esculturas y una respetable colonia de gatos.
Hacia la fachada principal, a la izquierda de la iglesia, el cementerio, no sé por qué, está en una especie de montículo artificial, en lo alto. Es ahí donde están las tumbas más antiguas. En realidad, a diferencia de otros cementerios como el de Lima o el de Buenos Aires, es simpático cómo el Verano tiene geografía. Al igual que la ciudad que lo alberga, Roma, este cementerio también tiene colinas.
Hoy, día de los santos y difuntos, era el mejor lugar para estar.
Este espacio (¿terapéutico?) cumple hoy un año.
Recuerdo el día que lo hice: fue mi primer feriado romano, en un fin de semana muy largo y muy lluvioso (cayó viernes). Podría decirse que ese fue mi primer fin de semana en Roma. Acababa de pasar por la desilusión del inicio de clases del doctorado. Estaba decidiendo que no regresaba a Lima por Navidad. No tenía comida en la refri, no tenía nada que hacer, no tenía con quién hablar, el silencio invadía los espacios internos y externos... y sin querer queriendo, decidí divagar.
365 días después, hoy estuvo soleado, aunque amenazando lluvia toda la mañana. Ayer tuve una reunión de cumpleaños-halloween. En un poco más de un mes estaré en Lima, por Navidad. La casa en donde vivo es cualquier cosa menos silenciosa, la refri se rige por el principio del horror vacui, mi vida hace rato que dejó de ser aburrida. Hoy salí a pasear y a tomar fotos.
Aunque paso una buena porción de mi tiempo quejándome de muchas de las cosas que ocurren por estas latitudes, y cuento los días para regresar a Lima, lo cierto es que la experiencia de estar en este exilio, de ver las cosas que veo y de vivir las cosas que vivo, es fantástica.
Fantástica como algo que se sale de la realidad, que invade los terrenos de los sueños (y por qué no, de las pesadillas), que tiene aspectos extraños, distintos, surreales y únicos.
Así es que en esta divagación intentaré abstraerme un poco de los problemas migratorios, las manifestaciones de la oposición y el caos administrativo en la universidad. Trataré de "olvidar todo lo que hemos oído sobre pastos verdes y cielos azules, y mirar el mundo como si hubiéramos apenas llegado de otro planeta en un viaje de descubrimiento y estuviéramos viéndolo por primera vez."
Lo primero que me gustó de esta ciudad (por muchas semanas era, en realidad, lo único que me gustaba), es lo cerca que está del resto de Europa. Con poco dinero y poquísimo tiempo uno puede estar en otra de las "grandes capitales europeas". O incluso, dar un salto a otro continente, que es una experiencia que todavía tengo pendiente.
El clima, en Roma, es muy entretenido. Hay 4 estaciones, como nos enseñaron en el Kindergarten, y casi todos los tipos de soles, nubes y precipitaciones que pueda esperarse. Aún cuando a la mitad de agosto uno agoniza al ver los parques amarillentos bajo los 35°C y la total ausencia de lluvias, noviembre, con sus tormentas de cielos de película de terror y sus corrientes de aire, lo compensa con creces. Mi única queja es que, normalmente, no hay nieve.
El centro histórico, que cada día se parece más a un Disneylandia mediocre y sin Mickey Mouse (en su lugar hay unos cuantos "gladiadores" con sobrepeso), no tiene mucha gracia a la luz del sol, lleno de turistas, clichés y malas imitaciones de todo. De noche, a la luz de la luna, es el lugar mágico y sugestivo que siempre debió ser: un lugar de sombras y volúmenes, arquitectura y entorno, pasos y espacios. La ciudad eterna se esconde de día, se acicala con calma, y sale a lucirse cuando las hordas de turistas la abandonan y sólo unos pocos, pacientes, deciden quedarse a apreciarla.
En Roma no hay mejor descubrimiento que un buen café de barrio. El "corazón" que la municipalidad siempre quiso y nunca pudo ser. Ese espacio donde las viejas se reúnen a chismear, los vecinos toman el aparitivo después de trabajar y los jubilados compran la lotería mientras se quejan de algún tema aleatorio.
Ya he hablado hasta el cansancio de los parques. Para una habitante del desierto, criada bajo la sombra del damero en una ciudad de más de ocho millones de habitantes, la idea de kilómetros y kilómetros de "área verde" en medio de Roma, sigue siendo fascinante.
Es interesante vivir en una ciudad que sí pertenece al "circuito oficial". Ya sea que hablemos de muestras de arte, cantantes, festivales de cine o ferias cualesquiera, en Roma sí suceden los eventos internacionales. Esto permite, en el lapso de pocos días, poder oir a The Cure en vivo y gratis, ver cine independiente en el festival y asistir a la muestra de arlequines de Picasso.
En compensación por la escacés de conversaciones inteligentes y/o interesantes que encuentro por acá, tengo a mi disposición una cantidad casi infinita de libros. No los puedo llevar a casa, no los puedo fotocopiar, no los puedo tener... pero al menos los puedo "hacer míos" al leer y, diligentemente, tomar apuntes de vez en cuando.
Finalmente, lo que más me gusta de "Roma", no como ciudad, sino como experiencia, es la inmensa, casi infinita cantidad de tiempo que tengo. Será difícil que esta situación se me vuelva a repetir y estoy dispuesta a sacarle jugo de la mejor manera. Aún si a veces, tener tiempo signifique estar aburrida frente a una pantalla, vagar por la casa sin rumbo ni objetivo y sentirse sola y nostálgica...
El tiempo, para una que trabajaba 14 horas al día, es un regalo raro. Implica poder pasear, escuchar música nueva y descubrir nuevos gustos, ver películas, leer libros como no lo hacía desde que estaba en el colegio, escribir, pensar, divagar, tomar fotos, apreciar el entorno, y, finalmente, planear nuevos rumbos...
"There really is not such thing as Art. There are only artists. Once these were men who took coloured earth and roughed out the forms of a bison on the wall of a cave; today some buy their paints, and design posters for hoardings; they did and do man other things. There is no harm in calling these activities art as long as we keep in mind that such a word may mean very different things in different times and places, and as long as we realize that Art with capital A has no existence. For Art with capital A has come to be something of a bogey and a fetish.
[...]
Actually I do not think that there are any wrong reasons for liking a satatue or a picture. Someone may like a landscape painting because it remainds him of home, or a portrait because it reminds him of a friend. There is nothing wrong with that. All of us, when we see a painting, are bound to be reminded of a hundred-and-one things which influence our likes and dislikes. As long as these memories help us to enjoy what we see, we need not to worry. It is only when some irrelevan memory makes us prejudiced, when we instinctively turn away from a magnificent piceture of an alpine scene because we dislike climbing, that we should search our mind for the reason for the aversion which spoils a pleasure we might otherwise have had. There are wrong reasons for disliking a work of art.
[...]
There is no greater obstacle to the enjoyment of great works of art than our unwillingness to discard habits and prejudices. A painting which represents a familiar subject in an unexpected way is often condemned for no better reason than that it does not seem right.
[...]
One never finishes learning about art. There are always new things to discover. Great works of art seem to look different every time one stands before them. They seem to be as inexhaustible and unpredictable as real human beings. It is and exiting world of its own with its own strange laws and its own adventures."
E. H. Gombrich: The Story of Art. P 21-33. New York: Phaidon Press Pocket Edition, 2006.
El lugar más lindo de Roma, por mucho que me cueste admitirlo, es el Parco della Caffarella.
A diferencia de Villa Pamphilli, donde uno de vez en cuando pierde la noción de estar en medio de la ciudad... en el Parco della Caffarela es de lo más común no sólo olvidar que uno está en la ciudad, sino olvidar dónde está la salida, dónde la entrada y que las distancias son enormes... enormes del verbo enorme.
La primera vez que fui, fue con ocasión de un pic-nic (tipo los del oso Yogi) y nos quedamos a 300 metros de la puerta.
La segunda y tercera vez ha sido con motivo del seminario de paisajismo: estamos haciendo proyectos de intervención en el Ninfeo di Egeria.
El primer problema fue dar con una entrada al parque, que a pesar de tener kilómetros y kilómetros de perímetro, no es que tenga muchas puertas. El segundo, orientarme en el interior, donde casi no hay señales y las pocas que se encuentran son un poco contradictorias.
El tercer problema, fue salir, sobre todo porque tengo la terrible manía de creer que conozco atajos, incluso en sitios donde nunca he estado. Finalmente, un cuarto problema, una vez fuera del parque, encontrar la calle correcta que me lleve a algún lugar civilizado.
Fallé en todas, sistemáticamente. No sé qué me ocurre, pero pasar por el Parco della Caffarella, para mí, es como cuando en las series de ciencia ficción la nave se acerca a algún misterioso campo magnético y todos los sensores se vuelven locos. Mi sentido de orientación, simplemente, desaparece. Ésta fue la ruta que hice, a pie, la segunda vez que fui... cuando tuve que encontrar el dichoso ninfeo por primera vez.
La ruta que hice hoy, aún más humillante porque fue en espiral, no la pretendo dibujar en Google earth... una tiene su orgullo (mermado, mutilado y despostillado en este momento).
No estoy en alguna fase masoquista que me haga decir que éste es el lugar más lindo de Roma. El parque es, en realidad, fantástico. A pocos cientos de metros de la entrada, hay granjas, con cabras, ovejas, gallinas y demás animalitos, hay campos de cultivo, tractores y riachuelos, hay árboles, arbustos y prados. En suma, uno puede creerse eso de que salió de la ciudad... todo al medio de Roma.
Es menos "civilizado" que Villa Pamphili, los caminos son de tierra. Es mucho más antigua además... mientras uno pasea distraidamente (o busca la salida con desesperación), puede aparecerse una torre romana, una casa antigua o, por qué no, un ninfeo.
Sigo diciendo que los romanos tuvieron muchísimo sentido común al dejar estas enormes superficies sin urbanizar.
Este post entra en la categoría de divagación máxima. No sé si de acá a un par de horas, días o meses seguiré pensando de esta manera y dudo que muchos doctorandos estén de acuerdo con lo que voy a poner. Dicho esto, al ataque.
La semana pasada tuve que rellenar en un formato de la universidad todas las actividades "académicas" que había realizado durante el año académico 2007-2008, que acabará a fin de este mes. Si bien yo ya sabía que ésto iba a pasar, más temprano que tarde, la lista que teníamos que rellenar me cayó como una aceituna en la papa rellena (wakala)...
Muchas de las categorías tenían que ver con actividades que yo he desarrollado muy poco, y parecía que, más bien, lo que había hecho intensamente (mi tesis) no entraba por ningún lado.
Pasado el primer pánico y una vez que pude leer lo que estaban poniendo los otros dottorandi me tranquilicé bastante. Se trata, en resumen, de conseñar TODO, cosa que traté de hacer de la mejor manera posible. Y aunque dentro de ese "todo" estuve tentada de poner incluso la cantidad de sudokus hechos este año y las horas pasadas haciendo colas, mentuve el género del documento en "académico" y ahora sólo resta ver cuántos créditos me darán por las actividades realizadas este largo, largo año.
Pero hoy, intercambiando ideas con mi editora en jefe (mi madre), llegamos a la conclusión de que es así como tiene que ser un doctorado. Ya no se trata de sentarse en un aula y escuchar a un "profe" que dice cosas que uno nunca ha escuchado, tomar apuntes y estudiar para el examen.
El doctorado es una forma de vida.
Uno de los aspectos, naturalmente, son los seminarios. Pero es también fundamental todo lo demás: ir a eventos y congresos, viajar, escribir, publicar y tener los ojos abiertos, bien abiertos. En resumen, es una actitud, casi una segunda naturaleza, un impulso, una constante, un instinto, una necesidad.
Unos deciden hacer el doctorado sin una universidad al lado, como mis papás durante muchos años, personas que dedican su vida a la investigación, a la docencia y a estirar sus propios límites. Otros nos amparamos en una institución, que, si al final de un determinado recorrido concluye que éste ha sido exitoso, dará un cartón para certificarlo.
Este cartón no querrá decir que a partir de ese día la tarea está concluida. Al contrario, quiero creer que lo que certifica es que uno ha asumido esa segunda naturaleza investigadora, docente, acedémica, y que se comprometerá a seguirla desarrollando per secula seculorum.
Es un compromiso a estar siempre estirando el propio chicle.
Voglio parlare della scoperta che l'io fa dell'altro. L'argomento è vastissimo. Non appena lo abbiamo formulato nei suoi termini generali, lo vediamo subito suddividersi in molteplici categorie e diramarsi in infinite direzioni. Possiamo scoprire gli altri in noi stessi, renderci conto che ognuno di noi non è una sostanza omogenea e radicalmente estranea a tutto quanto non coincide con l'io: l'io è un altro. Ma anche gli altri sono degli io: sono dei soggetti come io lo sono, che unicamente il mio punto di vista - per il quale tutti sono laggiù mentre io sono qui - separa e distingue realmente da me. Posso concepire questi altri come un'astrazione, come un'istanza della configurazione psichica di ciascun individuo, come l'Altro, l'altro ol'altrui in rapporto a me; oppure come un gruppo sociale concreto al quale noi non apparteniamo. Questo gruppo, a sua volta, può essere interno alla società: le donne per gli uomini, i ricchi per i poveri, i pazzi per i "normali": ovvero può esserle esterno, può consistere in un'altra società che sarà - a seconda dei casi - vicina o lontana: degli esseri vicinissimi a noi sul piano culturale, morale, storico, oppure degli sconosciuti, degli estranei, di cui non comprendiamo né la lingua né i costumi, così estranei che stentiamo, al limite, a riconoscere la nostra comune appartenenza ad una medesima specie.
Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El argumento es vastísimo. Apenas lo formulamos en sus términos generales, lo vemos inmediatamente subdividirse en múltiples categorías y derramerse hacia infinitas direcciones. Podemos descubrir a los otros en nosotros mismos, darnos cuenta que cada uno de nosotros no es una sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo aquello que no coincide con el yo: yo es un otro. Pero también los otros son los yo: son los sujetos como yo lo soy, que unicamente mi punto de vista - por el cual todos están allá mientras yo estoy acá - separa y distingue realmente de mi mismo. Puedo concebir a estos otros como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de cualquier individuo, como el Otro, el otro o algún otro en relación a mí; o como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Este gurpo, a su vez, puede estar al interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los locos para los "normales": o puede serle externo, puede consistir en una otra sociedad que será - dependiendo de los casos - cercana o lejana: los seres cercanísimos a nosotros en el plano cultural, moral, histórico, o los desconocidos, los extranjeros, de los que no comprendemos ni el idioma ni las costumbres, tan foráneos que se nos dificulta, en una situación límite, reconocer nuestra pertenencia común a una misma especie.
Tzvetan Todorov: La conquista dell'America. Il problema dell'"altro". Enaudi, Torino, 1992.
¿Qué es, entonces, el kitsch? ¿Podemos contentarnos con decir, vagamente, que es mal arte - basura artística o literaria, como sugeriría su etimología inmediata? ¿O deberíamos estar a favor de la noción que kitsch es, primordialmente, arte falsa y que, por lo tanto, debe ser juzgada en relación a categorías de falsedad tan intrigantes como imitación, copia o mentira?
Y, si la relación entre kitsch y falsedad es admitida, ¿cómo puede esta relación justificar la visión generalizada que kitsch es sólo un sinónimo de "mal gusto"? ¿Y entonces, qué es mal gusto? ¿El kitsch, en su calidad de mal gusto, debe ser discutido sobre todo en terminos estéticos o debería, por el contrario, ser concebido sociológicamente como una especie de desviación ideológica?
Y, visto como falsedad y desviación, ¿el kitsch no requiere, demás, ser considerado desde la ética? Y, si la aproximación ética se justifica, ¿no puede un ir aún más lejos y concebir al kitsch desde una visión teológica, producto de, finalmente, la influencia del diablo? Estas y otras preguntas similares han sido formuladas en conección con el kitsch, y el problema es que, hasta cierto punto, todas ellas son relevantes.
Matei Calinescu: Five faces of modernity. Duke University Press, 1995
La semana pasada tuve que hacer una tarea de francés; un ensayo en el que explicaba por qué no me caen los romanos como colectividad (insisto, hay algunas excepciones, romanos simpatiquísimos y divertidos, pero esos no vienen al caso en este momento). Logré juntar 9 razones, entre las que estaban el racismo, la basura en las calles y el pan. Pero me faltaba la última.
Hoy, saliendo de la oficina, la encontré: mi décima razón para odiar a los romanos... y hubiera preferido quedarme con 9 solamente.
Mucha gente cree que el transporte público romano es una mierda. Yo no, a mí me encanta. Es barato, limpio, cómodo, casi casi confiable, casi casi ordenado. La única excepción es la línea 791, que casualmente une todos los puntos importantes de mi vida: casa, universidad, chamba, vicios. Es una ruta importantísima en esta parte de la ciudad, pero el problema es que tiene muy pocas unidades, enormes (tipo los antiguos Icarus). Si el tiempo "oficial" de espera es 20 minutos, en la práctica el promedio son 40, y me ha ocurrido alguna que otra vez esperar en el paradero más de una hora.
Hoy me tenía que regresar de la chamba a las 9.20 pm, con un poco de frío y cansada. Y tenía que estar en casa antes de las 10, porque me tocaba turno de baby sitter. Es decir, que no estaba para esperar al maldito 791 por toda la eternidad. Por eso, cuando lo vi llegar a sólo 10 minutos de estar esperándolo, hasta solté un gritito de alegría (¡yay!).
Conmigo en el paradero había una pareja de chinos, que no sabían cómo hacer y quise ayudarlos, les pregunté hacia dónde iban, no me entendían, miraban el cartel... y mientras tanto el gigantesco bus se acercaba más y más y más... y en mi afán por ayudar a esta gente y que ellos no pierdan el bus, me olvidé de levantar la mano (NOTA: no sabía que eso es indispensable... he vivido todo un año en Roma pensando que, como en Alemania, los buses se paran en todos laos paraderos en los que ven gente. ¡Qué ilusa!)
Y el bus pasó delante... y pasaba y pasaba (es bien largo) ¡¡y no paraba!! Así es que hice lo que cualquier peruano que lleva un año viviendo en Roma haría por instinto: correr, gritar, hacer señas y dar un buen golpe a la parte trasera del bus, dejando a los pobres chinos abandonados.
El bus, efectivamente paró. Y sólo se abrió la puerta delantera. Inocente, yo, me acerco y me doy cuenta que el chofer, una cabeza más alto que yo, sale de su cabina hecho una furia... una furia, bueno fuera. No conozco palabra ni en castellano ni en italiano para describir el grado de "furibundez" del individuo en cuestión. Y se puso a gritarme, como no recuerdo que nadie me haya gritado nunca en mi vida, mientras uno que aparentemente era su amigo, me bloqueaba la entrada en manera tal que no podía subir al bus. Entre las cosas que me dijo el chofer - que no las entendí todas en parte porque estaba con el iPod y en parte porque como el italiano no es mi lengua materna, cuando quiero puedo desenchufarme y no retener nada - mencionó, a grito pelado, que estoy rematadamente loca, que tengo que evantar el brazo y que la próxima me lleva directamente a la policía. Luego de un tiempo, que a mí me pareció eterno, pero que no pudo haber sido más de un minuto, el tipo se metió a su cabina, el "cómplice" me dejó entrar y yo me senté, sin decir palabra y con la lágrima amenazando con salir.
Me pasé la mitad del trayecto pensando qué improperio le iba a gritar al bajar, pero luego se me ocurrió un plan B, que de tan divertido, me hizo reir casi en voz alta. ¿Qué pasaría si, dado que estaba con el lagrimón al caer, me acercaba a la cabina y me ponía a llorar a grito pelado, pidiéndole disculpas y agradeciéndole infinitamente su enorme amabilidad, diciéndole que era el ser humano más bueno de la tierra y que felizmente, él era sensible y podía entender la desesperación de una pobre niña abandonada en el paradero a las 9.20 de la noche?
No lo hice, creo que no soy tan buena actriz. Pero casi que me arrepiento de no haberlo hecho.
La segunda mitad del trayecto, calmada y sonriendo, me puse a pensar qué pasó. Primero, extranjeros en el paradero que no entienden nada de lo que está escrito porque hay que tener un poco de "cancha" para entender cómo funciona el transporte por acá. Segundo, mi voluntad de ayudarlos, que casi me cuesta perder el bus. Tercero, el acto reflejo, violento y angustiado ante la perspectiva de, efectivamente, perder el bus. Y finalmente, un conductor alterado (estresado, deprimido, molesto, angustiado, frustrado, qué se yo) que decide gritar, insultar y amenazar a una desconocida.
Ley del lote estrecho: A todos los lotes les falta un metro de ancho
Ley del topógrafo: Dos levantamientos topográficos de un lote nunca son iguales. Corolario: Si existe un solo levantamiento éste es confiable. Si existen dos... ninguno es confiable.
Ley del bi-cliente: Todo cliente necesita dos proyectos: una ampliación del garaje y un gran edificio. La ampliación del garaje sí se hace.
Ley del cartoon: Si un cliente llama "dibujito" al anteproyecto, es que no lo va a pagar.
Primera ley del cerámico: Ningún cerámico de 20 x 20 mide 20 x 20.
Ley del camión: Siempre que llame a averiguar por una entrega de materiales, le dirán que "el camión ya salió para allá".
Ley del bloqueo de búsqueda: No importa que su proyecto quede en un sitio escondido; si es malo, todo el mundo lo encontrará.
Ley del vecino: Si en el lote vecino existe un edificio de "N" pisos, a usted le permiten "N-2". Si usted construyó un edificio de "N" pisos, a su vecino le permitirán "N más 2".
Ley del "por el momento": Si un cliente le pide un cambio, dígale que no se puede; después estúdielo.
Ley del ego: Si busca un buen proyecto, utilice el material adecuado. Si busca que lo publiquen, utilice muro cortina.
Segunda ley del cerámico: Si quiere utilizar nuevamente un cerámico, estará discontinuado.
Ley del golpe: (También llamada Primera Ley del Electrodoméstico) La refrigeradora tiende inexorablemente a quedar detrás de la puerta de la cocina.
Ley del malo: No importa la causa: si algo sale mal en el proyecto, el responsable será el arquitecto.
Les de la duda: (También conocida como Tercera Ley del Cerámico) Si todo el mundo supiera lo que quiere, no existirían los cerámicos jaspeadas.
Ley de la aparente satisfacción: Si un cliente queda satisfecho: a) No ha entendido el proyecto. b) No lo ha pagado. c) El arquitecto se equivocó.
Regla de oro del diseño: El que pone el oro impone el diseño.
Ley de la tolerancia: "Modulación" es un sistema milimétrico para que los elementos queden bastante parecidos.
Ley del Maestro: Los ángulos rectos no existen.
Ley del ojímetro: Un presupuesto nunca se cumple. Corolario: si un presupuesto se cumple, alguien cometió un error.
Ley de la falsa dicha: Si el carpintero llegó a tiempo con los muebles, se equivocó de obra.
Ley del remate: Si una alfombra está en oferta: a) Es rosada con verde. b) Mide 10 m2 menos de lo que usted necesita. c) Ya se vendió.
Ley del "nadie fue": En las obras, las cosas no se hacen: quedan. Ejemplo: "Quedó torcido", "Quedó corto"...
Ley del cliente fijo: Si usted construye apartamentos en un sitio determinado, de un tamaño determinado y a un precio determinado: a) Al comprador que le gustan el sitio y el tamaño, no le alcanza la plata. b) Al comprador que le gustan el sitio y el precio, le parece pequeño. c) Al comprador que le gusta el tamaño y le sirve el precio, no le gusta el sitio. d) El comprador al cual le gustan el sitio, el tamaño y el precio... es usted.
Ley del 101: Si vendió el apartamento del primer piso: a) El edificio lleva dos años de construido. b) Por fin convenció a la tía.
Anterior Punto 4. Las computadoras pueden producir las imágenes más increíbles, que se vuelven representaciones icónicas para revistas y concursos. Hoy, para ganar un concurso se deben realizar formas e íconos en la computadora. Pero se trata de íconos pobres en significado o en nexos con los objetos del mundo real. Según el folósofo pragmatista americano C. S. Peirce, existen tres categorías de señales: los íconos, los símbolos y los índices. Los íconos en el pasado tenían una semejanza visual con su objeto. La nota máxima de Robert Venturi, que clasifica los edicicios como “duck” (pato) o “decorated shed” (tinglado decorado), evidencia la diferencia en términos arquitectónicos entre ícono y símbolo. Un “duck” es un edificio que tiene el mismo aspecto de su objeto: un quiosco donde se venden hot-dogs con la forma de un hot-dog gigante, o, en las palabras usadas por Venturi, un lugar donde se venden patos que tiene, en efecto, la forma de un pato. Esta semejanza visiva genera aquello que Peirce llama un ícono, comprensible a primera vista. El otro término utilizado por Venturi, “decorated shed”, se refiere a una fachada pública para un edificio genérico similar a una caja. El “decorated shed” en el lenguaje de Peirce asemeja más a un símbolo que el significado concordado o convencional. Una fachada clásica simboliza un edificio público, que puede tratarse de un banco, de una biblioteca o de una escuela. Hoy las formas de los edificios se vuelven íconos aún sin tener ninguna referencia externa. Pueden son parecerse a nada en particular, o tal vez parecerse sólo a los procesos que los han realizado. En este caso, no se relacionan a ningún término de referencia externa, sino a uno interno. Se trata de íconos de escaso significado y de pocas referencias culturales. No hay razonas para pedir a nuestros arquitectos más famosos: “¿Por qué tiene este aspecto?”. No exitste una respuesta a esta pregunta, dado “¿por qué?” es una pregunta equivocada. ¿Cuál es el motivo? Porque esa forma particular puede producirse en la computadora. Se podría preguntar a estos arquitectos: “¿Por qué esta es mejor que aquella?” “¿Cuál, entre los edificios de cartón corrugado, es el mejor, cuál sobresale, en particular, y por qué?”. No existe un sistema de valores para transmitir el juicio, dado que no existe relación alguna entre la imagen producida, el ícono y cualquier otra cosa.
Íconos similares se realizan a través de procesos algorítmicos que no tienen nada que hacer con el pensamiento arquitectónico o con las constantes de la arquitectura. Un colega mío, Mario Carpo, crítico e historiador de la arquitectura, ha escrito un artículo titulado “El pensamiento desde los alfabetos hasta los algoritmos”, en el cual, para entender los algoritmos, sugiere de pasar del pensamiento notacional al algorítmico- Si una persona está usando un algoritmo informático del mismo modo en el que se usa un sistema notacional tridimencional, no puede comprender la lógica de las nuevas tecnologías.
Punto 5. Edward W. Said,en su libro On Late Style (Sobre el estilo tardío), describe el “momento tardío” como una fase histórica en la que no existen nuevos paradigmas, y tampoco condiciones ideológicas, culturales y políticas relacionadas a determinados cambios relevantes. El “momento tardío” puede ser entendido, en realidad, como una fase histórica, como una búsqueda interna que puede contener el potencial de un paradigma futuro nuevo. Por ejemplo, al fin de 1800, ocurrieron eventos de tal magnitud que indujeron cambios en la arquitectura. Entre estos podemos recordar los introducidos por Freud en la psicología, por Einstein en la física, por Heisenberg en la matemática y por los hermanos Wright en el vuelo. Transformaciones similares han inducido una reacción contra los estilos victoriano y empírico de la época, y han articulado un nuevo paradigma, el de la modernidad. EN cada ciclo histórico hay una fase inicial, que en la modernidad ocurrió entre 1914 y 1939; una cima, que en la modernidad se verificó entre 1954 y 1968, cuando fue aniquilado por el capitalismo liberal de la postguerra; y un período de oposición, o manierismo, que sigue al cisma de 1968. En el ’68 ocurrió una revolución interna e implosiva, de revuelta contra las instituciones que representaban el pasado cultural. Este momento fue seguido por el ecléctico retorno de la postmodernidad a un lenguaje que parecía tener significado. La exposición sobre la arquitectura deconstructivista que se organiza en 1988 en el Museum of Modern Art pone fin a este estilo tan esteriotipado y kitsch.
También hoy nos encontramos en una fase de estilo tardío, un período en el cual no se da ningún nuevo paradigma. El uso de las compudaroas puede producir uncambiode la forma analógica a la digital, pero esto, en sí, no constituye aún un nuevo paradigma. Queda la pregunta: ¿qué cosa sucede cuando se alcanzael finde un ciclo histórico? ¿Qué cosa sucede luego de una vanguardia,un períodomaduro y una fase manierista, cuando aún no hay un nuevo paradigma? El estilo tardo describe un momento en la evolución de la cultura, que precede el pasaje a un nuevo paradiga, un momento no fatal o sin esperanza, pero que insita en sí una posibilidad de innovación y transformación. La Missa Solemnis de Beethoven, escrita al fin de la carrera del compositor, representó su respuesta a la imposibilidad aparente de realizar una innovación. Beethoven escribió una obra difícil, incluso enárquica y de comprensión no fácil precisamente porque no correspondía a su estilo característico, aquel por el que era conocido. Las obras de la fase final de la vida de Beethoven son un ejemplo de la complejidad, de la ambivalencia y de la indeterminación que caracterizan un estilo tardío. Estas pocas palabras deben sugerir que no es este el momento de lo nuevo. Mientras todos quieren estar en la vanguardia, investigar lo antiguo, ver al interior de lo viejo, en el ámbito específico de la propia disciplina y dentro de su historia puede ser un modo de ocuparse del hoy.
Punto 6. El último punto concierne a la arquitectura y a su autonomía. Desde el Renascimiento, cuando Brunelleschi, Alberti y Bramante establecieron qué cosa se podía entender por “constantes de la arquitectura” – relaciones sujeto/objeto y relaciones parte/todo -, constantes similares han permanecido activas. La máxima de Alberti, según la cual una casa es una pequeña ciudad y una ciudad una gran casa, continúa siendo válida incluso hoy. En otras palabras, la relación entre la parte y el todo, o entre la figura y su fondo, se extiende de la casa al punto en el que ésta surje, y, todavía, de la calle al distrito, y del distrito a la ciudad. Tales términos de razonamiento constituyen la base de una síntesis dialéctica.
Así, una de las cuestiones que deben ser examinadas es la problemática de la relación entre las partes y el todo, que vuelve a la dialéctica hegeliana de tesis y antítesis, que forman un nuevo conjunto unitario en la síntesis. La arquitectura se ha ocupado tradicionalmente de tales categorías dialécticas, sea que se trate de la relación interior/exterio o aquella entre figura/fondo. Hoy es necesario pedir a la arquitectura si es posible desmembrar visiblemente estconjunto sintético unitario, y encontrar en nuestra disciplina la posibilidad de poner en discusión dicha síntesis desde el interior. El postestructuralismo consideraría dicho tentativo la “destrucción” de la metafísica de la presencia. Si insistimos a pensar que el presente es necesariamente verdadero, o que lo que vemos es verdadero, entonces continuaremos a adherirnos al mito que ve en la arquitectura el “lugar” de la metafísica de la presencia. Al tomar conciencia de esto, puede ser posible alejarse de la hegemonía de lo visual.Se dice siempre que el formalismo coincide con el proyecto de autonomía de la arquitectura. Para mí es precisamente esta autonomía la que consituye la modalidad con la cual la arquitectura interactúa con la sociedad. La actividad de la arquitectura y su “discurso” tienen un impacto en la sociedad. Hacer arquitectura, ser arquitecto, es un acto social: no perque hace sentir mejor a las personas o contruye habitaciones para los pobres, centros comerciales para lo ricos y garajes para sus Mercedes. Me refiero a la capacidad para comprender aquellas condiciones de autonomía que son arquitectónicas, que hacen posible una interacción con la sociedad, que operan contra la hegemonía actual de nuestra estructura social y política. Es es aquello que la arquitectura siempre ha sido y siempre será.
Colin Rowe solía decir que la arquitectura se consideraba a sí misma en un estado de perene crisis. Tal vez hoy el problema es distinto, podría no ser, en efecto, una crisis, sino más bien un problema que no vemos, o que, quizás, todos vemos y sentimos demasiado, y que se refiere a los medios de comunicación. Para comenzar a entender esta situación, propongo aquíseis puntos:
El punto 1 concierne la posibilidad de la arquitectura de existir en un contexto cultural dominado por los medios de comunicación. Estos últimos han invadido cada aspecto de nuestras vidas. Es difícil caminar por la calle o encontrarse en un ascensor lleno, sin ver personas que hablan por celular a voz muy alta, como si no tuviera a nadie alrededor. La gente sale de casa o de la oficina y en el lapsode pocos segundos están controlando su Blackberry.Con los iPhoneenvían y reciben sms, e-mail, noticias, llamadas por teléfono e incluso música; es como si estuvieran conectados a la computadora de manera perene. Cada vez menos pesonas logran estar en el mundo real, físico, sin el “soporte” de aquel mundo virtual. Hemos llegado al punto en el que se ha perdido la capacidad de concentrarse por largo tiempo en un tema. En parte esto sucede porque los medios de comunicación estructuran el tiempo en segmentos distintos: la capacidad de permanecer concentrado está condicionada por cuánto tiempo se puede observar cualquier cosa antes de verse interrumpido por la publicidad. En los periódicos, los artículos tienden a volverse cada ve más breves; sus versiones condensadas están disponibles en Internet; las ventas de libros están en costante decenso. Esto conlleva, hoy, a un deterioro de aquello que entendemos por “comunicación”, con una pérdida correspondiente de la capacidad de leer, o escribir frases correctas. Mientras las informaciones relevantes se multiplican, la comunicación se reduce. Ahora, si la arquitectura es un tipo de medio de comunicación, es, ciertamente, un tipo débil. Para combatir la hegemonía de los otros medios de comunicación, la arquitectura a debido recorrer a imágenes cada vez más espectaculares. Las formas generadas a través de procesos digitales se vuelven íconos construidos, privados de significado. Basta hojear cualquier revista que debería ocuparse de arquitectura, para darse cuenta que, en vez de esto, ésta trata de medios de comunicación.
Punto 2. Corolario de la predominante cultura de medios de comunicación es que poco a poco el observador se ha vuelto cada vez más pasivo. En tal estado de pasividad la gente pide más imágenes, más informaciones visuales y orales. En estado de pasividad, las personas piden cosas fáciles de “consumir”. Cuanto más pasivo se vuelve el público, tanto más medios le dan la oportunidad ilusoria de elegir: “Voten por esto, voten por la noticia que quieren escuchar, voten por la cancioncita que prefieren, voten por el mensaje publicitario que quieren ver”. La posibilidad de votar hace posible una aparente particupación activa. Esta charade ingeniosa no es nada más que una forma adicional de “sedación”, porque el acto de votar es, en realidad, irrelevante; es solo es producto de una cultura hiper-mediatizada; regresa al intento de hacer creer a la gente que está participando, quando, en realidad, se está acentuando su pasividad. Incluso los estudiantes se han vuelto más pasivos que en el pasado. No es una acusación, sino un hecho. Animarlos a acutar o a protestar a favor o en contra de cualquier cosa es hoy casi imposible. Además, son expertos en dar excusas. Las generaciones que recuerdan el 1968 se dan cuenta de cómo ese tipo de protestas estudiantiles hoy serían imposibles. En el curso de los últimos siete años, en Estados Unidos, hemos tenido uno de los gobiernos más problempaticos, probablemente, el más problemático desde los tiempos del presidente Millard Fillmore, que es elegido a mitad del siglo XIX. Nuestra reputación en Europa, el dólar, la economía y el espíritu de nuestra gente se han debilitado. En tal estado de apatíca, las personas tienen la sensación de poder hacer poco para determinar un cambio. No obstante la querra en Irak está drenando nuestros recursos económicos, aún existe la posibilidad que el partido político responsable de las condiciones actuales sea reconfirmado a la cabeza de Estados Unidos. ¿Tendrá esto consecuencias en la arquitectura?
Punto 3. El problema de la pasividad se refiere también a la arquitectura, que hoy se confía de una de las manifestaciones más insidiosas de esta pasividad: la computadora. Hace un tiempo los arquitectos dibujaban volúmenes, claroscuros y sombras para elegir una perspectiva. Al aprender la técnica del dibujo, se comenzaba a entender no sólo en qué cosa consistía el estilo de Palladio o el de Le Corbusier. Era importante entender tales diferencias porque éstan son vehículos de ideas. Entonces se aprendía a hacer una planta. Ahora, en lugar de esto, con la computadora no es necesario dibujar. Moviéndose con el mouse de un punto a otro, se pueden cambiar los colores, materiales y luces. Photoshop es un instrumento fantástico para personas que no deben pensar. El problema es el siguiente. “Y entonces” me preguntan mis estudiantes, “¿porqué dibujar a Palladio? ¿Cómo me ayudará a encontrar trabajo?”. Que implica: “si no me ayudará a encontrar trabajo, no lo quiero hacer”. En este sentido, la arquitectura no tiene relevancia. En una sociedad libera-capitalista, lo que cuenta es encontrar trabajo y muchos estudiantes van a la escuela precisamente por esta razón. Y sin embargo la instrucción no ayuda a encontrar un trabajo: en realidad, basta saber usar bien Photoshop para volverse apetecible para una oficina y para poder trabajar de la mejor manera. Si pido a los estudiantes de producir un esquema – un diagrama o una planta que nos de una idea del edificio – no lo saben hacer. Están tan habituados a unir puntos en una computadora que no saben realizar una planta o un diagrama que de una idea de un edificio. Esto inciderá ciertamente en su futuro, y en el futuro de la profesión del arquitecto.
En Barcelona, me enteré por mail que las clases empezarían el 14 de febrero. No me la creí, pero efectivamente, empezaron. El primer seminario, Análisis del texto, el proyecto y la obra, prometía un tema interesante desde el título. De hecho, los primeros dos o tres encuentros estuvieron muy buenos. Luego el asunto se puso un poco monótono porque las clases se convirtieron en crítica de los trabajos que cada uno estaba haciendo...
Pero eso me preocupaba poco. Yo estaba dando los últimos retoques a mi tesis de maestría y preparando mi viaje a Lima en marzo. La última semana de febrero me pagaron la primera cuota de la beca y me acuerdo cómo esa misma tarde, al tramonto, caminando por San Giovanni, me sentía en paz con la humanidad y pude apreciar qué bonita se ve Roma a esa hora.
Dos días después, me reventaron la burbuja a patadas, cuando Valeria me contó que me iba a tener que mudar. Ese fue mi tercer momento horrible romano... gritos, llantos y desesperación. En primer lugar, por irme de una casa a la que le tenía cariño y en donde me había armado un espacio; en segundo lugar, porque cuando finalmente las cosas parecían ir bien (clases, plata, paz interior), me encontraba enfrentada a un problemón... y con sólo 7 días para resolverlo, porque luego me iba.
De hecho, tras una semana de recorrer departamentos de pesadilla, decorados de casas de putas y espacios con condiciones infrahumanas, fui a Lima, con el problema aún sin resolver.
Sin embargo, Lima fue espectacular. Estaba tan feliz, que el 95% del tiempo sonreia como una boba y disfrutaba hasta del tráfico de los viernes a las 6 de la tarde...
Me costó muchísimo subirme al avión de regreso... Al llegar a Roma empieza la etapa romana 2.0.
Los problemas de MiVivienda se resolvieron por mail mientras estaba en Lima. La compañera de trabajo de una amiga de Valeria buscaba alquilarle un cuarto a alguien que, además, estuviera dispuesta a cuidar a sus hijos un par de veces por semana. El precio, muy bueno, las condiciones parecían aceptables... faltaba el pequeño detalle de conocerlos.
La primera vez que llegué a la casa, Rosalba estaba resfriadísima, y el lugar un poco en desorden, pero tanto ella como sus chicos me cayeron bastante bien... Considerando, además, que no tenía otra opción, yo quería mudarme de inmediato. Tuve que esperar hasta la quincena de abril. Coincidió además con que Eduardo vino de visita, así es que al pobre lo tuve ayudándome con la mudanza... que es una maniobra sumamente compleja si es que uno no tiene carro. Sola no lo hubiera podido hacer.
De paso, con Eduardo acá, nos fuimos de paseo y tuvo un "condensado de Italia" en carro, tren, avión y a pie.
Mientras tanto yo conseguí mi primer "trabajo", en un estudio de ingenieros especialistas en el diseño de hospitales. Estuve ayudando con el diseño de una Casa della salute para un concurso... en el que quedaron (¿quedamos?) segundo puesto. Fue mi primer encuentro con el horario laboral de 16 horas al día, 7 días a la semana... y, honestamente, espero que sea el último.
A penas terminada esa chamba, me puse a viajar... intensamente. Entre abril y julio estuve una vez más en Alemania, donde me encontré con Eduardo, a quien por estos meses veía cada dos semanas, sin exagerar. Conocí con él un Rheingau distinto: el río era, de pronto, fundamental; la arquitectura llamaba más la atención; las comidas se saboreaban más... todo sazonado con conversaciones interesantísimas y mucha, mucha, pero que mucha lluvia.
Fui dos veces más a Barcelona, por mi cumpleaños y a fines de junio. En esta última, además, alquilamos un carro Lorena, su mamá y yo, y nos fuimos a Bilbao y Zaragoza. Ese último viaje fue mi despedida de Barcelona... mis amigos, uno a uno, se iban a regresar a Lima y la ciudad de pronto, perdía parte de su encanto.
No me quería ir, al punto que confundí las 15 con las 5 pm. y casi pierdo el vuelo.
Finalmente fui a Torino, al congreso de la UIA. Hacía un buen tiempo que no viajaba sola y, en esta ocasión, lo disfruté.
¿Qué pasaba con las clases? La frecuencia semanal había cambiado a quincenal, y se trataba básicamente de preparar la entrega final. Pero ya me estaba picando el bichito de hacer tesis, y lo que antes habían sido ratos libres y aburridos, se convirtieron en idas diarias a la biblioteca. Me costó un poco darme cuenta: a diferencia de la UPC y de la UNI, acá no hay (ni habrá) cursos de metodología, seguimientos o profesores bienintencionados que pregunten cómo va la tesis. Es la chamba de cada uno y eso es peor... infinitamente peor e infinitamente más rico.
Mi primera semana en Roma fue intensa y un poco confusa, pero me acuerdo de cosas que pasaron en ella con más claridad que de eventos más recientes. Recuerdo la llegada, la angustia de no encontrar un taxi que me lleve al hotel, los posters horribles del ministerio de Salud con la enfermera que parecía sacada de una película de terror. El cuarto en el último piso del hotel, la primera caja de tomates cherry, la primera pizza de turco frente al Mamma mia, cuando aún no la conocía. Mis primeras experiencias en la Questura, las primeras colas, las caminatas en PiazzaVittorio, la Posta.
Recuerdo el día que conocí a Setefano y a Valeria, fuera de mi
hotel, fumando los dos. Ese mismo día Valeria me llevó a ver el apartamento que durante 6
meses y medio sería mi hogar. Me acuerdo que ella me cayó bien en ese momento y que me encantó el departamento, con sus posters de colores y en blanco y negro en las dos paredes de la sala, los muebles de Ikea y mi dormitorio con closet infinito.
Le tengo especial cariño a mis primeros grandes descubrimientos en Roma: el Mercado Esquilino y la Biblioteca Nazionale. Al primero sigo yendo, casi religiosamente, una vez a la semana; al segundo intento ir a diario.
Mi primer día romano horrible fue el 30 de octubre, cuando tuve el colloquio de ingreso al doctorado. En primer lugar, la frustración de llegar a un "evento" que yo esperaba sería importante, interesante, ingenioso, difícil... y descubrir que no lo fue; en segundo lugar, enterarme en ese momento que las clases empezarían en enero.
Pude haberme regresado a Lima, haber pasado Navidad en casa y haberme ahorrado un par de meses complicados, pero quiero creer que estuvo bien que me quedara. Tuve la oportunidad de familiarizarme con mi nuevo hábitat, de conocer un poco, y sobre todo de aprender lo que es el Aburrimiento, con mayúscula (que viene de la mano con la Soledad, también con mayúscula).
En noviembre vinieron Ana María y Laureano, y por primera vez descubrí que ver las cosas acompañada tiene muchísimo más sentido que verlas sola. Al menos para mí es más sencillo descubrir y apreciar cuando tengo un interlocutor (de ser posible, inteligente al lado), con quien compartir la experiencia.
Luego, en diciembre, tuve un lonche navideño muy particular, con casi todos los "upecinos", vía web cam. Una de las primeras experiencias surreales que he tenido desde que vivo a este lado del charco. Fue, además, muy necesario encontrarme nuevamente con seres humanos, aún a la distancia. Llevaba días prácticamente sin hablar en voz alta, más días aún sin contacto humano (exceptuando la cajera del supermercado), semanas sin reirme, y muchísimo tiempo más sin conversaciones divertidas con amigos.
A fines de diciembre, fui a Alemania, a pasar Navidad y año nuevo con la familia, a reencontrarme con seres humanos. Dentro de todas las experiencias lindas de ese viaje, fue muy bonito conversar con Tita por celular, en el aeropuerto de Frankfurt, mientras esperaba mis maletas; irónico pisar dos veces la misma caca de perro en año nuevo; divertidísimo descubrir con mis queridas Oma y tía Thelma que ninguna de las tres sabía abrir una botella de champagne. Mejoré un poco mis mínimas habilidades con los palitos de tejer y logré cocinar con éxito una torta de queso. Tuve conversaciones interesantes y divertidas y todo el contacto humano que me había hecho falta.
De regreso viví, de lejos, la peor temporada desde que emigré. Me enteré que se había pospuesto el inicio de clases "indefinidamente" y tuve una serie de problemas con mi matrícula, no teníamos Internet en casa y la calefacción se malogró. Recuerdo un día especialmente patético en el que yo lloraba en el metro, y un turco X me dio un kleenex y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí y agradecí, no sólo el pañuelito, sino y por sobre todo, la simpatía.
Luego de esta temporada, negra, negra, re-negra, a mi madre se le ocurrió la brillante idea de que me vaya a Barcelona. A pesar de que aún no me pagaban ni un real de la beca y yo andaba pobre como policía honesto, creímos que podía valer la pena.
De hecho, no sólo valió la pena: fue espectacular.
El hecho de que, sin planear, coordinar ni proponérnoslo, Eduardo y yo llegáramos con 3 días de diferencia, los paseos, las conversaciones, las latas de cerveza, Gaudí y las oportunidades de disfrutar con algunas de las personas que más quiero... como dirían los de Master Card, priceless.
Al regreso de Barcelona empezaron las clases y con ellas, la etapa 1.5 de mi vida romana.
Pude apreciar completamente el encanto de viajar en carro cuando finalmente, pude manejar en uno de estos viajes. Es decir, que ya era la espectadora pasiva desde “atrás”, dependiente de la voluntad de quienes manejaban, sin mayor posibilidad de decidir ni siquiera si podíamos o no podíamos pasar al cretino que, delante de nosotros, decide ir a 30 km/h por la carretera.
De niña, los viajes en carro no eran largos. El pequeño escarabajo nos llevaba valientemente al “Bosque” o a la playa y eso era todo. Alguna vez fuimos un poco más allá, pero nada especialmente lejano. Con el Fiat intentamos un recorrido a Ticlio, pero nos quedamos a la mitad por algún achaque del pobre carro.
Nuestro primer viaje familiar largo por carretera fue a Tumbes. Debo decir que yo me “salvé” de la primera parte del viaje, porque estaba en exámenes de la universidad, así es que les di el alcance dos días después, en avión.
Recuerdo luego un viaje a La Merced y, finalmente, el primer viaje en el que todos nos turnamos las manejadas, el año pasado a Cajamarca.
El “¿Ya llegamos?” fue entonces cambiado por “¡Es mi turno!” “No, ahora manejo yo” “¿No quieren que yo maneje?”. Es así que uno puede disfrutar completamente de un viaje en carretera. Se trata de un viaje casi democrático, en el que las decisiones de parar, seguir, descansar o comer dejan de ser patrimonio de “los de adelante”, básicamente porque, con la posibilidad de que todos manejemos, los sitios en el carro se rotan.
Una experiencia muy simpática de este tipo fue cuando mi madre y yo, muy avezadas nosotras, decidimos irnos a Miami por unos cuantos días y alquilar un auto allá. Me encantaría decir que todo fue sobre ruedas (metafórica y literalmente) y que, con gracia y suavidad, logramos llegar a todos los destinos que nos propusimos. En realidad, ocurrió que la esquina delante de nuestro hotel estaba cerrada por reparaciones y cada vez que queríamos entrar o salir nos perdíamos. De hecho, nos equivocamos de ruta de manera sistemática al punto de casi salir de Disney cuando en realidad lo que estábamos haciendo era buscar la entrada a los estacionamientos.
La crónica de ese viaje, que no viene al caso ahora, incluye discusiones mentales con el “Map Quest”, la peor lluvia en meses en toda la Florida, manejadas bajo la tormenta, manejadas en inundaciones ... en conclusión, un viaje muy muy divertido.
Lo que sí viene al caso es el último viaje en carro que me tocó hacer, esta vez por tierras italianas, con mis papás, ambos dos. (Y debo comentar acá que, mientras tanto, el traidor de mi hermano nos abandonó y se fue a Brasil). Nadie inventó ninguna pólvora con las rutas. De hecho, el viaje que hicimos se basa en gran medida en el “Proyecto Italia” de la UPC, en el que yo participé hace algunos años. Quitando un par de ciudades, agregando otras, cambiando las duraciones y mejorando la música, se armó un recorrido una noche en el Donatello de La Encalada, en Lima, trazando con el dedo en un mapa de Italia que colgaba de la pared las posibles rutas y saboreando nombres de ciudades mientras esperábamos a la lasaña de cangrejo.
Inevitablemente, la ruta incluyó una fortísima dosis de arquitectura, una moderada, de shopping, caminatas interminables con un calor aplastante y muchos paisajes diversos.
La música, cuidadosamente planeada con meses de anticipación y uso intenso del emule, sólo funcionó bien en los túneles y cuando mi papá (una suerte de contorsionista y antena humana) se colocaba en las posiciones más inverosímiles para que el adaptador del iPod funcione como debe ser.
Descubrimos, una vez más, que Bruno Bozzetto tiene razón con el tema de las señales de tránsito y los parqueos; confirmamos la suposición de que tener auto en Venezia es completamente inútil; aprendimos, de manera dolorosa, que parquear en ZTL en el centro histórico de Siena no es una buena idea; disfrutamos un par de nutritivas y saludables McDonald's; tuvimos discusiones interminables - en la esquina a la izquierda, izquierda, izquierda, nooo... tu otra izquierda - y, sobre todo, nos divertimos un montón.